Conociendo la Historia…por César del Campo de Acuña
Una vez más ha llegado ese mes del año en el que a todos nos crece un poquito el corazón y ponemos la mejor de las voluntades para sonreír aunque no tengamos ganas. No piensen que escribo esto en tono irónico o hiriente ya que desde siempre me han entusiasmado las Navidades. Puede que viera demasiado películas sobre estas señaladas fiestas siendo niño y es bastante probable que todo mi espíritu navideño sea el resultado de incontables versiones de Cuento de Navidad de Charles Dickens pero, ¡demonios! mejor ser así una vez al año que ninguna.
Comprendo, aunque no comparta, las quejas de todos aquellos que en apariencia detestan la navidad; Que sin son un invento del capitalismo, que si hay que ser solidario todo el año, que si cada vez empiezan antes, que si nos están devorando las tradiciones extranjeras…los clichés anuales de siempre. No invierto ni un minuto de mi tiempo en intentar explicarles que las Navidades son como cada uno quieren que sean al encontrarlo una tarea poco gratificante. Donde si encuentro gran regocijo es investigando los orígenes de algunas de las tradiciones que hacen singulares estas fechas.
Mi última investigación o proceso de documentación estructurada si lo prefieren me ha llevado a tratar de averiguar más sobre el Calendario de Adviento, esa suerte de almanaques que desde hace unos años se han vuelto inmensamente populares hasta tal punto que los encontramos en todas partes rellenos de dulces o chocolates, de esta u aquella marca, con estos colores, de tal tamaño…vamos que hay Calendarios de Adviento de todo tipo y para todos los gustos y el que no encuentra el suyo es por que no quiere.
El caso es que, como casi todo en esta vida, detrás de ellos se esconde una historia que merece la pena ser contada.
El tiempo de Adviento
Originalmente, la temporada de Adviento (en latín, “adventus”, que significa “la llegada”) estaba destinada a preparar mental y espiritualmente ser un tiempo la mayor fiesta cristiana del año, el nacimiento de Jesús, la noche del 24 de diciembre.
El Adviento se da durante los 4 domingos antes de la Navidad, comenzando el primer domingo después del 26 de noviembre. La temporada de Adviento termina el 24 de diciembre después de la puesta del sol, que marca el inicio de la víspera de Navidad. En un principio para la Iglesia Católica Romana, había inicialmente entre 2 y 4 domingos de Adviento, hasta que el Papa Gregorio el Grande (590-604) oficialmente hizo lo extendió a 4 domingos, hecho que nos lleva a los orígenes de la famosa tradición navideña.
Orígenes del Calendario de Adviento
El Calendario de Adviento se originó a lo largo del siglo XIX en los países de lengua germana, aunque se sabe a ciencia cierta que hubo muchas tradiciones similares que surgieron más o menos de manera simultanea. En aquel entonces la Iglesia Católica celebraba el Adviento mediante la oración diaria mientras que las familias protestantes esta época de contemplación eran celebradas recitando versículos de la Biblia, rezando a coro o cantando canciones que mostraban devoción.
Dado que el tiempo como tal resulta un concepto abstracto especialmente difícil de comprender para los niños, los padres entorno al 1840 empezaron a pensar diferentes formas con las que ilustrar a sus hijos el tiempo que restaba para la celebración del nacimiento de Jesús y así destacar el ambiente festivo y especial que generaba la señalada fecha. Algunas familias comenzaron a colgar dibujos con motivos navideños en las paredes o en las ventanas mientras que otras pintaban con tiza 24 líneas, para representar los días. Las de los domingos eran sustancialmente más largas y cada jornada los niños podían borrar una de esas líneas.
Pequeños abetos de navidad hacían las veces de “árboles de adviento” al colgársele estrellas adornadas con versículos de la Biblia. Algunas familias además añadieron la tradición de poner una vela cada día en el árbol para simbolizar de dicha forma la llega de La Luz del Mundo, Jesucristo.
En algunas de las zonas más católicas para conmemorar La temporada de Adviento, se permitía a los niños colocar un trozo de paja o plumas en el pesebre por cada una de sus buenas acciones. Esto solo lo podían hacer una vez al día y el fin de dicha práctica era crear un confortable colchón para el niño Jesús.
En Austria, algunos padres idearon una suerte de escalera por la que se avanzaba paso a paso, día a día hasta llegar al nacimiento de Jesús. Esta simbólica práctica fue rápidamente aceptada en parte por simbolizar el descenso del hijo de Dios a la tierra en estas fechas. Por el contrario en las frías regiones escandinavas se preparaba a los niños para el tiempo de Aviento mediante trozos de una vela dividida en 24 partes, de las cuales se consumía una cada día.
A finales del Siglo XIX, los padres más pudientes y creativos desarrollaron unos relojes, denominados relojes de navidad, con una cara redonda pintada y dividida en 12 o 24 segmentos. Cada día el niño podía mover una de las manecillas un segmento y estos estaban adornados con versos o canciones bíblicas. A partir de 1902 estos relojes comenzaron a ser comercializados por el editor de la Biblioteca Evangélica, Friedrich Tümpler.
Pero no es hasta la primera novela de Thomas Mann, Los Buddenbrook. Decadencia de una familia, publicada en 1901 que encontramos una referencia más cercana a lo que todos entendemos hoy por un Calendario de Adviento. En el exitoso relato, Mann describía un calendario hecho a mano por la niñera Ida para el niño a su cargo. El almanaque de usar y tirar en el que había un árbol de navidad pintado en su última pagina, servia a la niñera para mostrar al pequeño la llegada de la navidad.
Así, poco a poco el calendario de Adviento, aun lejos de la versión golosa que todos conocemos hoy en día, se convirtió en una forma de medir los días hasta la víspera de la Navidad con el fin de demostrar el paso del tiempo a los niños y así aumentar su anticipación por la celebración de la Navidad
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