Quantcast
Channel: cincodays – Cincodays.com
Viewing all 943 articles
Browse latest View live

Un idiota de viaje – Los Angeles: Dos noches y un dia

$
0
0

Un idiota de viaje…por César del Campo de Acuña

Los Angeles dos noches y un día

La primera noche en el Ramada Los Angeles/Wilshire Center fue infernal. El calor, a pesar de vivir en el sur, es algo que no llevo bien y cuando se “decidió” apagar el aire acondicionado se creó en el interior un microclima del que no podía escapar por aquello de no tener a donde huir de madrugada. Habitualmente cuando la temperatura no me deja dormir me levanto y me pongo a trabajar pero sin esa posibilidad me vi atrapado en mi cama queen size sudando como ese alumno que no sabe la respuesta y hace todo lo posible para evitar el contacto visual directo con el profesor. Afortunadamente para mí las noches son muy cortas debido a las pocas horas de sueño que suelo necesitar para recargar la batería. Desafortunadamente, a lo largo de mi vida, he podido comprobar como lo que yo veo como una virtud ha sido tomado por las personas que han compartido habitación o lecho (si lecho, hoy me he levantado medieval) conmigo como un defecto. No han sido pocas las veces que me he visto convertido en piedra tortuguera o en improvisado y torpe ninja (por aquello de moverme por las sombra sin hacer ruido). El caso es que una vez abro los ojos (y suele ser entorno a las 05:30 de la mañana) no hay vuelta atrás.

Una vez todos los campistas se pusieron en pie yo estaba listo para revista (es decir aseado y vestido para un día de turisteo inmisericorde). Tras un desayuno frugal a base de bollos de refinería (que es como me gusta llamar a la bollería industrial), zumo y Nesquick adecenté y asegure mis enseres porque mi neurosis dictamina que nunca te fíes de nadie que pueda tener acceso a los mismos sin estar tu delante. Una vez todo listo nos dirigimos al coche rumbo a la zona centro de Los Angeles. Desafortunadamente no se puso bien la dirección y el GPS decidió llevarnos una vez más al aeropuerto. Por fortuna me di cuenta a tiempo y pudimos poner destino al centro gracias a una dirección que si tenía anotada ya que nuestro peculiar GPS no aceptaba nombres de lugares, ni tampoco daba sugerencias cercanas al destino (al menos no de la manera habitual). Toda esta problemática nos ayudó a experimentar algo tan angelino como el cartel de Hollywood: Los atascos. Pero no atascos de chichinabo, sino atascos de cinco carriles con coches saliendo hasta de las alcantarillas.

Autopista hacia el cielo.

Autopista hacia el cielo.

Una vez logramos salir del descomunal embotellamiento aparcamos en el centro con relativa facilidad/comodidad en un parking al aire libre que nos costó 9$ (bueno 9$ por todo el día pero solo hicimos uso del mismo durante un par de horas). ¿Y qué tal el centro de Los Angeles? Pues desangelado, vacío (vale, vale era agosto, pero es el centro financiero de una de las urbes más importantes del planeta y no se movía ni una hoja) y poco activo. El punto de partida de la ruta por el downtown fue Pershing Square. ¿Y qué me llamo la atención de ese lugar? Pues la ingente cantidad de mendigos que allí vivían y lo maltrechos que estaban (hasta el punto de ver a uno que no se dio cuenta de cómo una señora ardilla que bajo de un árbol se le sentaba encima). Verán, no es que me escandalice, pero el contraste de estar a los pies de rascacielos como el Two California Plaza y ver gente vestida con puros harapos deambulando como zombies al estilo El príncipe de las tinieblas de John Carpenter por sus inmediaciones resulta impactante. De lo más alto a lo más bajo.

Como desde la perspectiva del turista no puedes hacer nada por ellos (y me juego el dinero que no tengo a que si les das algo de comer probablemente te lo tiren a la cabeza debido a la demencia producida por el alcoholismo o la drogadicción que muchos parecían sufrir) continuas con el viaje. Y continuas el viaje por una zona centro fantasma a la que solo le faltaban las plantas rodantes por las aceras (el tráfico rodado, aunque no tan denso como en la autopista, parecía superar al número de gasta suelas) para amenizar el ambiente. ¿Y que vimos allí? Pues el Walt Disney Concert Hall, The Music Center, Dorothy Chandler Pavilion y finalmente la Catedral de Nuestra Señora de Los Angeles ¿y saben qué? Que si alguna vez están por Los Angeles se lo pueden ahorrar. Resultan interesantes pero no son edificios de los que hacen girar o levantar cabezas (bueno…el Walt Disney Concert Hall sí). Si me gustó mucho atravesar el escalonado Grand Park hasta llegar al Ayuntamiento de la ciudad de Los Angeles (que han visto en un millón de películas).

Welcome to Los Santos.

Welcome to Los Santos.

Pero oiga, que rollo de turisteo es este pueden estar diciendo y con razón). Aquí venimos al turrón y no a monsergas de La vuelta al Mundo. Vale, vale, vale…entendido. Dejemos a un lado los rollos turísticos y centrémonos en las peculiaridades. Me llamo la atención la cantidad de anuncios de abogados caza ambulancias al más puro estilo Saul Goodman que pude ver. Particularmente el que decoraba uno de los bancos situados frente al ayuntamiento. En el anuncio un abogado, vestido de boxeador, decía que pelearía hasta el último round por tu caso (fundamentalmente por demandas) y que no cobraría si no ganaba. Desafortunadamente no le pudimos hacer una foto a ese anuncio en concreto ya que un tipo con dos cigarrillos encendidos se sentó sobre él. Rumbo al coche nos topamos con otro de esos sin techos hechos polvo de los que les hablaba antes ¿pero que tenia de especial este? Bueno, pues que le gritaba a los coches, iba con el torso desnudo, los pantalones colganderos (al estilo Mr.Hyde en la película Van Helsing) y en calcetines. Tras ver aquello me entretuve buscando libros en The Last Book Store (una descomunal tienda de libros de segunda mano). Para mi infortunio no encontré ninguno de los ejemplares a los que les tenía echado el ojo de cara a un ambicioso proyecto que tenía (o tengo) en mente.

Volvimos a pasar por un Starbucks (ven como les dije que fue una constante) y presencie la mayor colección de hipsters por metro cuadrado que he visto en mi vida. Desde detrás de la barra ya nos atendió uno y chupando Wifi como vampiros sedientos de sangre había toda una recua sentada en las mesas. Pero entre todos ellos destacaba un tipo de origen mexicano, con bigotón y tatuajes de tías en tetas que se parecía mucho a Smiley, el bigotes que sale al final de la recomendable Training Day. Sea como fuere dejamos esa zona para dirigirnos a El Pueblo, la zona con los edificios más antiguos de la ciudad y déjenme decirles, que más allá del Ayuntamiento fue lo que más me gusto hasta aquel momento de la ciudad de Los Angeles. Aquí si les hablare de olores (que no de sabores) porque la ingente cantidad de tasquitas mexicanas que recorrían la calle despedían un olor que alimentaba. De buena gana me hubiera tomado un taco pero lo cierto es que era muy temprano (poco más de media mañana) para un recién llegado, aunque no para los autóctonos que se estaban poniendo como el tenazas. Tras ver Union Station (espectacular estación de trenes en la que hay un piano dispuesto para que cualquiera con talento y ganas  se ponga a darle a las teclas. Durante nuestra visita un chico estaba tocando el tema principal de Piratas del Caribe) y una colección importante de hinchas de los Dodgers nos fuimos hacia las colinas.

Sin bromas, Union Station fue de lo mejor del primer día en Los Angeles.

Sin bromas, Union Station fue de lo mejor del primer día en Los Angeles.

Las colinas. Las colinas tienen ojos. Y casas. Casas victorias. Victorianas y de madera. De madera y sin vallas. Sin vallas no se hacen buenos vecinos. Sin buenos vecinos no se crea una comunidad sólida. Sin una comunidad solida hay dieces y fumaderos de crack. Pero que porras escribo. Bueno, para que me entiendan, nos dirigimos a Las Colinas para ver la casa de Embrujadas (serie que nunca me ha interesado lo más mínimo, salvo cuando luchadores de la extinta WCW aparecieron interpretando a demonios). Sin importarme gran cosa esa casa en concreto me puse a observar el vecindario y una vez más me di de frente con esos persistentes contrastes. Casas preciosas, cuidadas, con jardincillos de revista junto a otras que parecían las casas abandonadas de The Wire. Aceras cuidadas frente a aceras abandonadas. Contrastes. Por otro lado, para fantasmagórica la casa que estaba situada a la derecha de la casa que estaba justo enfrente de la de Embrujadas. Tenía una suerte de torreón y desde la ventana se podía ver una muñeca o muñeco mirando. Terrorífico (bueno…lo cierto es que no). De allí fuimos al cartel de Hollywood. Sinuosas calles por las colinas (que cualquiera que haya jugado al GTA V conocerá bien) nos llevaron al punto más cercano al famoso cartel. Calor, calor y más calor en el momento que para mí fue el punto álgido del día. Cuando estas allí es una de esas cosas que cuando las ves así de cerca no te crees que estén ahí mismo.

Mucha gente, y de todo tipo de etnias, haciéndose fotos a los pies del cartel (sin olvidarme del mirador desde el que se divisaba toda la ciudad de Los Angeles). De ahí al Observatorio Griffith (otro que han visto en un millón de películas como por ejemplo Rebelde sin causa) y el viaje hasta allí fue movidito. Sin direcciones concretas nos perdimos. Acabamos en la puerta del zoo, le preguntamos a un tipo que cortaba setos, pasamos al lado de un museo de máquinas de tren antiguas y por la puerta del hospital Monte Sinaí.  Afortunadamente, todos los caminos conducen a Roma y llegamos al destino. Nos tocó andar. Subir hasta el aparcamiento del observatorio estaba totalmente descartado, asique aparcamos en la cuneta y fuimos andando en un 2×3 son 6 para un aficionado al senderismo. Impresionantes vistas. Que más se puede decir. A, si, si…que comimos allí. ¿Y qué comí? Un perrito caliente, un platano y un Gatorade Fruit Punch. Anécdota: seguí avanzando en la línea para pedir, pero me gire a preguntarle a la chica que me sirvió el perrito donde estaban los condimentos. Entre que me sirvió el perrito y le pregunte (5 segundos aproximadamente) aprovecho para meterse entre pecho y espalda una palada de macarrones con queso (así estaba la muchacha) y como la pille infraganti le entro un ataque de risa que casi se le salen los macarrones por la nariz a la tiparraca. Entrando en la categoría de personajes en el Observatorio me tope de frente con un tipo que parecía salido de un videoclip de Delinquent Habits (o de la empresa de figurantes de matones mexicanos Suspect Entertainment), a un abuelo motero enfundado de pies a cabeza en las barras y estrellas, a un niño gordinflas con cresta (y pocas ganas de aprender) y a tres amigas de coloridos cabellos de esas que a la mínima de cambio te dicen que el motivo de que tuvieran que arrastrar sus enormes traseros por una empinada cuesta para subir al observatorio es por culpa del heteropatriarcado. Fauna del siglo XXI.

Born in the USA vs. Born to be Wild. Fight!

Born in the USA vs. Born to be Wild. Fight!

De ahí bajamos a ver a las estrellas (y me quede sin ver las Bronson Caves), a ver las estrellas del Paseo de la fama de Hollywood. Un momentazo para mí fue pasar justo delante del Safari Inn Motel (el que sale en la película Amor a quemarropa). Desafortunadamente no me pude parar a hacer una foto. Al rato comenzamos a ver estrellas en el suelo y gente, gente, gente y más gente. No nos costó especialmente aparcar y de ahí a deambular por una zona atestada. Si, al principio es gracioso (oh mira la estrella de Conchita Velasco…corramos a hacerle una foto), pero luego es un CO-ÑA-ZO monumental. Entre esquivar gente, tiendas de souvenirs (sitio que odio profundamente y a los que no te queda más remedio que ir por cumplir para que te claven hasta 8$ por un imán), evitar que gente disfrazada que da más lástima que otra cosa se te cuelgue del brazo para hacerse una foto (aunque las cosas como son, había un tipo disfrazado de Jules Winnfield que daba el pego al 80%…lo único que le fallaba era el pelucón afro) y entrar en sitios para 1,2,3 ya, el Paseo de la Fama me pareció asqueroso. No solo fue eso,  El Teatro Chino, uno de los edificios que quería  ver, tenía la fachada cubierta por un cartel publicitario de Escuadrón Suicida. Añadan que había tanta gente que ver las huellas reales de actores que hay justo a los pies de la entrada del citado teatro era imposible. Vimos lo que había que ver y nada me voló la cabeza. Lo que me pareció sumamente estúpido fue comprobar cómo la gente se hacía fotos con las estrellas del suelo pero no con las huellas reales dejadas por los actores (vamos a ver, que aquí ha puesto las manos y los pinrreles Harrison Ford, el de verdad, que la estrella esa ni la ha tocado cojones).

Por otro lado en el Paseo de la Fama note una cierta inseguridad una vez el sol se empezó a poner. A poco que te alejaras de lo más céntrico (donde había actuaciones callejeras improvisadas como el de un travesti danzarín que como te pegara una piña te embarcaba en la casa de su prima la de Huelva), te empezabas a topar no solo con los sex shops más infectos que he visto, sino con gentuza; pero gentuza de la peligrosa, de la de tatuajes de trena y pistola. Lo mejor en general fue la primera impresión y Waffle Jack un sitio de gofres belgas cojonudos. Lo peor: Invertir más de una hora en buscar la estrella de los Backstreet Boys sin resultado y los animales que se veían por la calle una vez se abrieron las puertas del zoo (cuando comenzó a irse la luz natural para que me entiendan). Paseo de la Fama = MAL, MUY MAL. Luego tardaron la leche de tiempo en devolvernos el coche en el parking, lo cual nos retrasó mucho obligándonos definitivamente a no visitar los pozos de alquitrán de La Brea (que los quería ver por aparecer en El último gran heroe, una película que me encanta a pesar del desastre de doblaje de la voz de Arnie). Se hizo de noche tan deprisa que gracias a nuestro estúpido GPS no dimos con Berverly Hills a pesar de preguntar desde el coche a otros conductores.

AL principio bien. Luego muy MAL.

AL principio bien. Luego muy MAL.

Finalmente se impuso la razón (llevábamos deambulando demasiado con el coche) y se optó por ir directos al Muelle de Santa Mónica. Bastante desangelado debido a la hora debo decir. Había gente sin lugar a dudas (especialmente usuarios de Pokemongo) pero muchos estaban de recogida. Aun así estuvo bien ver el pacifico, el punto y final de la Ruta 66 y el parque de atracciones sobre el muelle. Cenamos en un local llamado Rusty’s Surf Ranch. Nos sentó una esquelética bastante borde (tendría ganas de irse a su casa digo yo) y ya luego en la mesa nos atendió un tipo al que bautice como Bruce (premio para el que pille el motivo). Pedí un Pulled Pork Sandwich que estaba más seco que un bocata de polvorones pero bueno. Y ahí es donde empezó la clavada monumental con las narices de las propinas del 13% al 20%. Lo más caro del mundo es salir a comer/cenar en Estados Unidos a un restaurante que no sea de franquicia. Menudas clavadas estaban por venir amigos.

Tras aquello volvimos al hotel para experimentar otra noche de achicharrante calor (al menos en mi caso). La ciudad de las películas había asomado la patita tímidamente pero la realidad de una urbe demencial, sucia y con una atmósfera enrarecida debido a la falta de fronteras y a la poca mezcla de sus comunidades se la había aplastado con furia visigoda. Diferentes ollas en diferentes fuegos y todas a punto de hervir.

El muelle de Santa Monica. Estampida nocturna.

El muelle de Santa Monica. Estampida nocturna.

———————————————————————————————————————————————————————————————-
Para otras aventuras no se pierdan la primera parte en: Un idiota de viaje – Consideraciones viajeras y primera noche en L.A.

———————————————————————————————————————————————————————————————-

contacto@cincodays.com

Síguenos en Facebook:

https://www.facebook.com/Cincodays/

Síguenos en Twitter:

@Cincodayscom

 


Archivado en: Cajon de Sastre, Un Idiota de Viaje, viajes

Comic Review – ICH: Naturaleza salvaje de Luciano Saracino y Ariel Olivetti

$
0
0

Comic Review…por César del Campo de Acuña               ich-portada-comic-cincodays

ICH: Naturaleza salvaje de Luciano Saracino y Ariel Olivetti

Si hay algo que estoy disfrutando enormemente es, sin lugar a dudas, mi madurez como lector de cómics. Ha llegado tarde, pero ha llegado. Verán, hace unos años solo leía historias protagonizadas por superhéroes de las dos grandes editoriales americanas sin prestar ningún tipo de atención al europeo, al japonés o a aventuras que no tuvieran nada que ver con tipos de increíbles poderes. Tampoco me interesaba por el contexto de lo que leía, lo que pueden traducir como que me importaban poco o nada los autores de los tebeos que caía en mis manos. Si me gustaba, recordaba la historia; Si me aburría la olvidaba. Así de sencillo. Pero, el inevitable paso del tiempo hace que tus aficiones crezcan al punto de comenzar a sentir curiosidad por otro tipo de obras, a seguir a los responsables de esos relatos que te han entusiasmado y a arriesgarte adquiriendo títulos que tu yo del pasado no habría mirado. Forjas tu criterio dejando de mirar solo hacia delante y al mismo punto del horizonte. Te paras, hueles las rosas, miras al pasado, te quedas un rato en el presente y sigues mirando al futuro desde un punto de vista más amplio. Y ese momento es dulce y único para el lector ya que su experiencia es única y parcialmente trasferible.

Escrito esto último pueden estar preguntándose los motivos que me han empujado a elaborar ese párrafo introspectivo. El contexto amigos, el contexto. El que aquí les escribe de hace unos años jamás se abría acercado a ICH: Naturaleza salvaje de Luciano Saracino y Ariel Olivetti. No; Muy ocupado estaría leyendo aventura tras aventura de Batman como para fijarme en una historia alejada de las calles de Gotham. Afortunadamente, el yo del hoy por hoy si se interesa por la Naturaleza salvaje de ICH al mismo tiempo que no olvida a los superhéroes, a los que mira de forma mucho más selectiva y sin desprecio alguno. Ya no es solo las posibilidades que otorgan unos ingresos superiores, sino el ánimo por la aventura que implica salir de tu zona de confort y tantear a ciegas esa balda en la que reposan ejemplares que llegan a tus manos sin filtro de recomendación, reseña o panel visto. Y así fue como ICH: Naturaleza salvaje, la historia creada por Luciano Saracino e ilustrada por el genial Ariel Olivetti (Punisher War Journal Vol 2, Batman: Más oscuro que la muerte, JLA Paradise Lost entre muchas otras) y editada por Yermo Ediciones salto de los estantes de mi tienda especializada de confianza a mis manos y posteriormente a los estantes de mí, creo que, envidiable colección de cómics. Movido por la aventura de descubrir.

ich-naturaleza-salvaje-portada-pagina-cincodays

La primera impresión. La primera impresión. Los ojos del monstruo. La portada. ¿Qué me llamo la atención de la misma? Pues esa mirada de odio en una figura frágil en comparación a los colosales monstruos que la rodeaban. La mirada terrorífica del protagonista de la historia. Tras ojear el sensacional ejemplar y leer la sinopsis comprendí que su relato era para mí. La frase “hombres nuevos armados con sus libros sin fe” hizo que un escalofrió me recorriera la espalda. La selva, la asfixiante selva me llamaba a rugidos de oso, jaguar y otras bestias. En casa poco tarde en devorar las páginas; La trama elaborada por Luciano Saracino nos lleva al campo del choque de culturas regado por el miedo, la revancha, el terror, la leyenda, la ficción y la realidad en un volumen de 104 páginas en el que no faltan los socorridos, necesarios e interesantes extras. Dicho esto, la propuesta literaria de Saracino aunque extremadamente agradecida de leer, cae en algunos tópicos y se apoya demasiado en la venganza para llevar al lector a un final un tanto abrupto con miras a un segundo ejemplar al que espero el tándem creador de forma en un futuro no muy lejano.

Visualmente es impresionante y salvando las distancias hay momentos que las páginas de Olivetti me recordaron profundamente a las de El mercenario de Vicente Segrelles. Los diseños del dibujante resultan memorables y momentos, como en el que El Valor se enfrenta a la descomunal Serpiente Alada son increíbles. Aun así, dado que la perfección no existe ya que es algo a lo que aspiramos para no lograr jamás, debo decir que los muchos fondos generados de manera digital restan fuerza al conjunto artístico. Entiéndanme, no le resto valor, pero la reiteración de los mismos elementos para rellenar viñetas hace que algunos pasajes de la obra tengan un aspecto pobre. Tengo mis dudas al respecto de que esta particularidad sea corregida en el segundo volumen de Naturaleza salvaje asique solo puedo esperar y escribir la socorrida frase de “el tiempo nos lo dirá”.

ICH: Naturaleza salvaje es una aventura agradecida de leer, de extraordinaria y cuidada presentación y recomendable a cualquier aficionado al comic por lo accesible de su esencia. Selva, el nuevo mundo, el choque entre los conquistadores y las tribus, el diablo, monstruos,  bestias, venganza, amor, aventura…todo eso y mucho más recogidos en un ejemplar notable. Me prohíbo utilizar la frase “idóneo para los amantes del comic de verdad” ya que esta historia invita a los que disfrutan del comic súper heroico norteamericano, del  manga japonés o del europeo. No prohíbe la entrada a nadie; Son los aficionado a las viñetas los que tienen que dejarse guiar por Saracino y Olivetti para entrar, sin la falta de prejuicios que los autores muestran, en la  Naturaleza salvaje de ICH.

ich-olivetti-saracino-cincodays

contacto@cincodays.com

Síguenos en Facebook:

https://www.facebook.com/Cincodays/

Síguenos en Twitter:

@Cincodayscom


Archivado en: Comic, La Yuxtaposición del Bocadillo, Literatura

Un idiota de viaje – Adiós a Los Angeles y una road movie

$
0
0

Un idiota de viaje…por César del Campo de Acuña

Adiós a Los Angeles y una road movie

Dos noches en Los Angeles. Dos calurosas noches en La-La Land. Una mañana, una ducha, un desayuno, empacar y salir rumbo a las colinas para dejar atrás una ciudad que me decepciono a manos llenas. Volvería, pero esa es una historia para una entrega venidera de Un idiota de viaje. Pero, antes de abandonar definitivamente el Ramada Los Angeles/Wilshire Center y el área metropolitana de Los Angeles déjenme que les cuente lo que vi aquella y nublada mañana en la “siempre soleada” California. Verán, uno de mis compañeros de viaje y yo volvimos a acercarnos al grimoso 7-Eleven que nos dio la bienvenida la primera noche y en el que compre los famosos bollos de refinería. En los escasos metros que separaban la puerta del hotel no nos pasó nada malo pero presencie como una ingente cantidad de abuelos y abuelas de origen coreano (algunos de ellos acompañados por sus nietos) se agolpaban en las puertas de la Iglesia Episcopal de San Jaime (St James Episcopal Church  para los amigos de Shakesperare). Me llamo la atención que, a pesar de su edad, de los andadores, de las gafas gruesas, de las miradas perdidas y de los pantalones muy por encima del ombligo no tenían mal aspecto. ¿Qué hacían allí? ¿Pedir? No lo sé… desde luego bolsas vacías y carritos de la compra algunos llevaban y cuando vi como un coreano joven dejaban a uno de estos vejetes en la esquina a toda celeridad (hay que ser muy hijo de la gran puta para meterle prisa a un anciano cargado con un andador que lucha para salir de la parte trasera de un coche) no pude sentir otra cosa que una mezcla de asco y pena por la escena y la situación. ¿Centro de mayores?, ¿mendicidad? No lo sé. Nunca lo sabré.

Sea como fuere, no tardamos en volver al hotel, hacer el check out y dar la espalda al edificio de estilo art deco Wilshire Professional Building (terminado en 1929) testigo mudo de la edad dorada de Los Angeles. ¿Y a donde nos dirigíamos esa mañana? ¿Rumbo a dónde? Pues aunque les parezca mentira volvimos al paseo de la fama para encontrar la cien veces maldita estrella de los Backstreet Boys (ya les tenía tirria antes, imagínense ahora). Pero hay que sacar provecho y gracias a esa parada pude ver el monumento The Four Ladies of Hollywood y un poster gigante de la edición especial de Battlefield Earth: A Saga of the Year 3000 de L. Ron Hubbard (el padre de la cienciologia) que, curiosamente, fue el libro de ciencia ficción número 1 en los Estados Unidos durante el verano de 2016. Tras esa parada encaminamos nuestras ruedas hacia los Estudios Warner. Durante los prolegómenos y preparativos del viaje se debatió mucho sobre que estudios visitar y finalmente nos decantamos por la oferta de los Warner. ¿Motivos? El tour duraba unas tres horas, te enseñaban unos estudios de cine y no un parque de atracciones y el precio no estaba mal. Puede que en otra visita en el futuro vea los otros (Universal, Paramount, Sony…). Estaba de buen humor. Iba a visitar unos estudios de cine reales. Pero, pero, pero…el destino se confabulo contra mi persona y no sé cómo conseguí hacerme un corte en uno de los abultados lunares que tengo en la espalda y que espero quitarme en algún momento dado.

Yakko,Wakko,Dot...¿Donde estáis?

Yakko,Wakko,Dot…¿Donde estáis?

Menudo estropicio. Cuando llegamos a los Estudios Warner parecía que me habían apuñalado en la espalda. Nos dimos cuenta justo cuando nos hacíamos la foto de rigor junto a las estatuas de Bugs Bunny y El Pato Lucas. Si note cierto dolor en la mitad de la espalda durante el trayecto en coche pero no le di importancia. El caso es que por diminuto que fuera el corte en la base del lunar la sangre convirtió la heridita en un escándalo parduzco en el polo que llevaba. Me salvo que el color del mismo disimulaba la mancha; si la prenda hubiera sido blanca otro gallo hubiera cantado. Una vez pasamos el control de seguridad para acceder a el punto en el que comenzaban los tours (por cierto, los guardias de seguridad de Warner Brothers de la entrada fueron muy amables y simpáticos. Sus placas con el logo del estudio llamaron mi atención) entre en uno de los servicios para lavarme como buenamente pude la herida, lo que me causo cierta incomodidad no solo por no alcanzar bien el punto exacto de la pequeña laceración, sino por la continua entrada y salida de turistas que de repente se encontraba a un mastuerzo retorciéndose intentado limpiar sangre de su espalda. El caso es que una vez limpie como pude el corte me pude reunir con mis compañeros de viaje y mientras esperábamos a que nos condujeran a donde comenzaría el tour (una pequeña sala de cine donde la lesbiana más famosa del planeta, la inaguantable Ellen DeGeneres, por medio de una película nos daría la bienvenida al mismo ofreciéndonos una introducción) pude bichear una sala llena de datos curiosos sobre los Estudios Warner y las películas producidas por ellos. El olor de la estancia lo cargaba un Starbucks con sus carísimos (y sobrevalorados) productos entre los que se encontraba un mocha macchiato (que no sé qué es) llamado Hellooo, Espresso! Dedicado (o presentado, como prefieran) a los fabulosos Animaniacs. ¿Les he dicho ya que no soporto los Starbucks?

Una vez vimos la peliculita de marras comenzó el tour. Escogimos la visita guiada en castellano. No recuerdo el nombre de nuestro Cicerone. Solo recuerdo que fue bastante amable. La excursión en si no está mal. Me hizo mucha ilusión ver la torre de agua de los Estudios Warner, sus colosales sound stages y los escenarios que tenían construidos para representar ciudades y pueblos. Visitamos el plató de rodaje de Madres forzosas (Fuller House) aunque no nos dejaron tomar fotos. A pocos metros del citado estudio de grabación estaban comenzado los ensayos de la que sería la décima temporada de The Big Bang Theory. A parte de lo obvio me llamo la atención ver como los arboles tenían todas sus ramas atadas con presillas ya que meses antes los había podado y necesitaban árboles frondosos para una nueva producción. Pasamos por los talleres de carpintería, por los almacenes de atrezo (sin lugar a dudas uno de los grandes momentos de la visita) y por la increíble exposición de los diferentes vehículos vistos en las películas de Batman (salvo el Batmovil del film de 1966).  La visita termino en una zona plagada de objetos vistos en películas, una recreación del famoso Central Perk, bocetos de dibujos animados y story boards, maquetas, trucos de cámara e incluso un sitio en el que hacer el monguer delante de un croma volando sobre una escoba de Harry Potter, pilotando el Batpod, o estrellándote en la capsula de Gravity. Huelga decir que si querías un recuerdo de tus nefastas dotes interpretativas había que pasar por caja y la broma no era barata. Afortunadamente, sostener un Oscar real y hacer el estúpido con el si era gratis (en ese momento aproveche para imitar a Jim Carrey en La Máscara). La visita terminaba en un cara tienda de regalos de la que solo me llamo la atención un libro con fotos históricas de la Warner. Si hubiera cubierto más años de la historia del estudio me habría hecho con el sin lugar a dudas.

Con todos ustedes: un hangar para aviones

Con todos ustedes: un hangar para aviones

¿Veredicto? Aceptable. Me gusto y creo que es un buen tour pero (¿Cuándo no hay un maldito pero?) una parte del mismo se hace un poco redundante. A pesar de todo lo recomiendo a cualquiera que pasé por Los Angeles en general y en particular a los seguidores de los productos Warner. Pero sigamos, sigamos…que nos queda toda una Road Movie por delante, ya que la siguiente para del viaje se encuentra a más de 500 kilómetros de distancia. ¿Y a donde vamos capitán? Pues a Carmel-by-the-sea, pueblecito costero del que Clint Eastwood fue alcalde (y en el que tiene residencia) y en el que vivió un tiempo. Aún era pronto como para comer asique salimos sin mirar atrás. El tráfico no dejo de acompañarnos en un viaje alejado de la costa que vio como el termómetro llegaba a superar los 40 grados de temperatura. De hecho, cuando hicimos la primera parada para el termómetro marcaba los 108 o 109 grados Fahrenheit (es decir entre los 42 y los 43 grados). Paramos para comer tras ver enormes e inhóspitas extensiones de terreno atravesadas por una carretera en línea recta en la que camiones gigantescos no tenían ningún miedo en adelantar a turismos o a otros camioneros. ¿Dónde porras estaban los policías esos escondidos detrás de matojos que salen en las películas? Cerca de Bakersfield desde luego no estaban.  Pero volviendo al tema de la inmensidad y la distancia solo puedo decirles que no te das cuenta en el gran país en el que estas (al menos en términos físicos. Lo de la moralidad lo juzgan ustedes) hasta que no circulas por sus carreteras y te alejas de las grandes ciudades. Calor, arena, montañas, árboles que proyectaban poca sombra y poblaciones pequeñas.

¿Y dónde paramos a comer? Pues en un Denny´s situado junto a una estación de servicio ya que necesitábamos repostar. ¿Y que son los Denny´s? pues una cadena de restaurantes norteamericanos (más de 2500 en todo el mundo) que abren las 24 horas del día, los 365 días del año. ¿Y qué demonios comí en Denny´s? pues aparte de tomarme el peor vaso de agua que me he tomado en mi vida (me juego mi colección de videojuegos a que el que les dio Mamá Fratelli a Los Goonies fue mejor) pedimos de entrantes unos Bacon Cheddar Tots que no estuvieron mal. Como plato principal yo opte por el Country-fried steak y debo decir que me gustó mucho. Regué la comida con una Coca-Cola vainilla (Vincent Vega y yo, historia de un corte de pelo) y termine de engolliparme con un delicioso Milk Shake de S´mores (vainilla, galletas saladas, malvaviscos y chocolate). Buen servicio (la camarera fue muy amable), buen sabor y precios razonables. Si viajan por carretera en los Estados Unidos y pueden optar entre Denny´s o un restaurante de comida rápida, escoja Denny´s. La anécdota de la parada llego a la hora de echar gasolina. Verán, acostumbrados a nuestros surtidores no sabíamos hacer funcionar los de allí. Me acerque a un motorista a preguntarle y el tipo nos explicó el procedimiento a seguir. Luego me pregunto qué de donde era y le respondí: “De Cádiz” y me dijo: “¿En serio? He estado tres meses viviendo en Jerez de la Frontera por motivos de mis negocios de importación/exportación de vino de Jerez”. El mundo es diminuto. Tras un fuerte apretón de manos nos despedimos y cada uno siguió su camino.

Pensamientos de Road movie...¿me dejaría dinero?

Pensamientos de Road movie…¿me dejaría dinero?

Pero la aventura de la gasolinera no termina ahí. ¿Quieren un consejo? Nunca utilicen un baño público en una estación de servicio estadounidense. No he visto nada más sucio (en términos de sanitarios) en mi vida y eso que he trabajado en discotecas. Asqueroso. Por si eso fuera poco el norteamericano medio no tiene problema alguno en vaciar sus intestinos en sitios con una falta de higiene alarmante, asique es normal que encuentre a uno o dos de ellos perfumándoles la estancia o poniéndole banda sonora a base de instrumentos de viento. La plaga que asolara a la humanidad nacerá en un baño de carretera en los EEUU. Bien, después de esta escatológica anécdota (constante y referencial a lo largo de todo el viaje), les invito a volver al coche. Teníamos dos opciones: seguir la más corta pero poco estimulante visualmente ruta marcada por nuestro estúpido GPS o desviarnos hacia la costa. A pesar de que la segunda opción implicaba meterle muchos más kilómetros al trayecto decidimos tirar por la costa. Sabía decisión, ya que una vez dejamos los secarrales montañosos empezamos a ver frondosos bosques, valles increíbles y el mar. Hicimos una pequeña parada desde un mirador. En ese mirador junto al mar pude ver cormoranes pescando. Adentrándome entre los arbusto para tener una vista más cercana pase cerca de algún nido, ya que una cría de algunas de las aves chillo al ver mi enorme pezuña pasar tan cerca de su confortable y seguro nido. Olor a sal y grandes vistas. Pero lo que quieren son las peculiaridades. Las cosas que nadie más cuenta. Bien allá van. Conduciendo hacia nuestro destino me llamaron la atención varias cosas. Una de las primeras fue a un tipo, cargado con una mochila más grande que él, viajando en dirección contraria sobre un monopatín (como Terence Hill en Dos Supersuperesbirros). La segunda, sin lugar a dudas ocurrió cuando, atravesando un valle dedicado a la viticultura (y no lo digo porque viera muchas parras, sino por la cantidad de sitios que te invitaban a entrar y degustar sus vinos), desde detrás de una colina salió un avión enorme volando a muy baja altura. No sé si se trataba de un avión de extinción de incendios o el mayor avión de fumigación que jamás he visto pero como surgió elevándose tras una colina es algo que no creo que olvide fácilmente. Otra cosa que se convirtió en un chiste recurrente durante todo el viaje fue la palabra Gorda y no, no se generó por que viéramos a una mujer con problemas de sobrepeso, sino porque atravesamos una población llamada así. Finalmente, con el sol puesto, y bien entrados en la montaña, enormes camiones de bomberos que parecían 4×4 hasta arriba de esteroides nos pasaron por al lado en dirección contraria. Más tarde averiguaríamos que se trataba de una dotación destinada a sofocar los incendios que azotaban la península de Monterey.

El viaje por carretera me permitió ver algunos de los paisajes más bonitos que he visto en mi vida. Inaccesibles utilizando cualquier otro medio de transporte (bueno, tirando de pata también se pueden ver). Acantilados junto al mar y bosques impenetrables (¿con esa densidad quien rayos va a encontrar al pies grandes?). Sencillamente: Espectacular. La temperatura descendió, y mucho, a medida que nos acercábamos a Carmel-by-the-sea. Llegamos tarde y tras dar unas vueltas (y ver un coche con una pegatina llena de armas en la que ponía: “My family”) al no encontrar la entrada principal del hotel (terminamos justo detrás, pero con una cerca metálica que nos impedía el paso) finalmente llegamos al confortable Carmel River Inn. Pero este lugar con encanto nos tenía reservada una sorpresa. Cuando llegamos nuestra reserva no aparecía aunque estaba todo en orden. Arthur, el señor tras el mostrador de la pequeña recepción, hizo lo que pudo para solucionarlo. No pudo hacer nada salvo hablar por los codos (de las olimpiadas, de su preocupación a que esta problemática nos volviera a sacudir en otro destino, de la preciosidad de la península de Monterey…) y finalmente, tras mucha chachara, una llamada a San Francisco y algo de nervios por parte de nosotros, nos dio una confortable cabañita (mejor que la habitación que teníamos reservada) y asegurarnos que al día siguiente todo se solucionaría. También les dijo a mis amigos que el café que tenían en la habitación era estupendo, pero que el que recibían en recepción era aún mejor. Agradecidos, le preguntamos que donde podríamos cenar algo y nos dijo que a esas horas ya sería difícil, pero que siempre podríamos ir a Safeways, un supermercado que estaba cerca del hotel y que abría las 24 horas. Tras instalarnos, ponernos a buscar como locos un supuesto teléfono móvil perdido y tratar de hacer algunas llamadas a España para ver si podíamos solucionar el tema de la reserva fuimos a Safeways a comprar.

La estampa del  supermercado, por la quietud y por tenerlo para nosotros solos me recordó ligeramente a Zombi de George A. Romero. Una vez dentro solo nos topamos con dos clientes más (un matrimonio de entre los 55 y los 65 años de edad más o menos y muy buen aspecto). Recorrimos los pasillos en busca de cosas para cenar y desayunar. Yo, gran aficionado a las Oreo, alucine en colores con el pasillo de las galletas y por la increíble variedad vista en los demás. El primer mundo. Aunque me habría llevado de todo opte por comprar para desayunar un par de paquetes de Oreo (sabor Red Velvet y Cinnamon Bun), un zumo de manzana de la marca Simply y un Nesquick. Dr.Pepper, un preztel y un bollo de pan con queso gratinado por encima sirvieron de cena. A tope de carbohidratos, pague al cajero (un tipo que no parecía muy espabilado) mientras miraba unos carísimos peluches de los (o las…) Cazafantasmas. Volvimos, tuvimos un incidente con el microondas y una pechuga de pollo con aceite de coco, cenamos y apagamos los motores después de un día de carretera increíble. Tras el fiasco de Los Angeles comenzaba a reconciliarme con la Costa Oeste.

Silent Hill patrocina este hotel.

Silent Hill patrocina este hotel.


Si les gusto esta entrada, visiten:

Un idiota de viaje – Consideraciones viajeras y primera noche en L.A.

Un idiota de viaje – Los Angeles: Dos noches y un dia


contacto@cincodays.com

Síguenos en Facebook:

https://www.facebook.com/Cincodays/

Síguenos en Twitter:

@Cincodayscom

 


Archivado en: Cajon de Sastre, Un Idiota de Viaje, viajes

Un idiota de viaje – Sal de mi pueblo If you’re going to San Francisco

$
0
0

Un idiota de viaje…por César del Campo de Acuña

Sal de mi pueblo If you’re going to San Francisco

A lo largo de mi vida me han despertado ronquidos, gente de fiesta, los sonidos inherentes al amanecer de una calle, mujeres (así, en plural como si fuera José Coronado sin yogures), peleas, gente dándole al tema (con un sonoro ¡Bravo! Por mi parte tras la actuación de ambos en una ocasión), el trinar de los gorrioncetes, mis perros, el teléfono…bueno, muchos sonidos me han sacado de la cama a lo largo de los años (algunos prácticamente inaudibles gracias a mí, como dice mi santa madre, oído de tísico) pero lo que jamás me había hecho levantarme eran los espeluznantes graznidos de una bandada de cuervos. Y ahí estaba yo, descansando plácidamente, cuando de repente me saca de mi ensoñación un canto fácil de identificar para cualquiera que haya jugado a los Resident Evil que transcurren en Racoon City. Miro por la ventana y ahí están, cinco cuervos, grandes como gatos, a los que les faltaba cantar aquello de: “Lo que nunca vi, ni espero ver es un elefante volar”. Ya había visto cuervos en los días previos en Estados Unidos pero nunca tan cerca y menos en un lugar que recordaba tanto a las comodidades ofrecidas por el Campamento Crystal Lake. Sea como fuere, una vez en pie no podía hacer otra cosa que prepararme. Ducha (So fresh, so clean como dirían los Outkast) y recoger, ya que ese mismo día dejaríamos Carmel-by-the-sea rumbo a San Francisco.

Mientras esperamos a que mis compañeros de viaje se prepararan déjenme que les cuente una cosa. A pesar de todas las campañas y de las buenas intenciones, hasta llegar a Carmel-by-the-sea los Estados Unidos me estaban pareciendo un país poco “ecofriendly” al menos en términos de reciclaje a pequeña escala. En ningún momento vi (o no supe ver) una papelera de reciclaje en la que tirar latas o recipientes de plástico. Verán, no es que sea el tipo con la mayor conciencia social/ecológica del mundo, pero trato de ayudar un poco y me sorprendió no poder hacerlo todo lo que me hubiera gustado en la tierra de las barras y estrellas. ¿Y todo este rollo a que viene? Pues sencillamente a que no encontré una papelera compartimentada hasta que llegamos a nuestra habitación del Carmel River Inn y fue algo que me sorprendió ya que en las autopistas te encuentras con carteles que amenazan con multa de 1000$ por arrojar basura (o 500$, según el estado) y en las zonas sensibles de sufrir incendios te encuentras muchos letreros (de los de Smokey el oso y normales) en los que te instan a tener sumas precauciones no solo con la basura, sino con el uso del agua por su escasez en esa zona (la zona de la Península de Monterey, donde nos encontrábamos en aquel momento, estaba lleno de ellos). Apuntes personales que quería compartir con todos ustedes.

Si se dan cuenta he obviado que desayune y se debe nada más y nada menos a que ese día, tras hacer el check out, resolver los problemas de la noche anterior, estrechar la mano del gerente del hotel y cargar las maletas en el coche una vez más, fuimos a tomar un pantagruélico desayuno al estilo norteamericano en Katy’s Place. Llegamos, tras dar algunas vueltas (asco de GPS damas y caballeros), pero llegamos. Y lo hicimos justo en el mejor momento que no es otro que en el que no tienes esperar para que te den mesa. Poco después esa posibilidad se había convertido en una utopía. Acomodados en nuestra mesa yo me pedí unas tortitas con mantequilla de cacahuete (que es algo que me encanta) y prepárense que vienen curvas ya que mis acompañantes pidieron: Un gofre belga, una taza de chocolate caliente, unos huevos benedictinos y un plato de tortitas con mantequilla de cacahuete. La señora que nos atendió alucino un poco, pero tras unas palabras me dio unos toquecitos en el hombro como dándome a entender que no era la primera vez que veía aquello en su vida. Como ya les dije, esto no es un diario de viajes al uso; No les hablare de sabores, olores, gentes y esas movidas. Si, el desayuno fue excelente, los platos quedaron relucientes (para mi asombro, dada la ingente cantidad de comida que habían pedido mis acompañantes) y recomiendo a todo el mundo que pase por Carmel-by-the-sea que se detenga en Katy´s Place, pero yo les voy a hablar de mis sensaciones en el local. El sitio; Concurrido, pero la cantidad de conversaciones entremezcladas no convertían la tarea de comunicarte en un infierno. Agradable y sencillo. Su parroquia; Personas normales pero con posibles económicos altos. Me llamaron la atención un grupito de Wags que se pusieron en la mesa de al lado que tenían pinta de no haberle pegado un palo al agua en su vida (su trabajo en ese momento era mantenerse radiantes y eso que comieron como limas) y un vegete con sombrero pero muy buen aspecto con el que luego cruzamos unas palabras en la entrada del local y al que segundos más tarde vimos conduciendo un todoterreno de alta gama.

Así se empieza el día campistas (obsesionado con las tortitas desde una historia que leí en un Don Miki).

Así se empieza el día campistas (obsesionado con las tortitas desde una historia que leí en un Don Miki).

La anécdota; En un momento indeterminado de nuestro desayuno entro un grupo de bomberos fuera de servicio. Ya les conté que el día anterior nos cruzamos con una caravana de enormes coches de bomberos que iban en dirección opuesta para sofocar un  gran fuego. Entiendo que aquellos cuatro armarios empotrados de dos puertas (más anchos que largos los muchachos) formarían parte de las dotaciones de bomberos asignadas a extinguir el mencionado incendio. Bien, no tardaron en ser acomodados en una mesa (en la que estaba a la izquierda de las Wags para más señas) y en ser atendidos. Lo curioso/anecdótico es que cuando fueron a pagar descubrieron que la pareja que estaba al lado de su mesa había pagado el desayuno que se acababan de zampar. La cosa no termino ahí, no. La señora que me dio los toquecitos hizo sonar una campana y pidió un fuerte aplauso para los bomberos por su sobresaliente labor. Todo el mundo, incluido yo mismo, secundamos el aplauso. Esta situación, que a algunos les puede parecer una mamarrachada o una americanada, a mí me gusto y mucho debo decir. Esos son los Estados Unidos que a mí me gustan y no los de los “Gangsta gilipollas”, “los mongolos del Jersey Shore” y similares.

Tras el opíparo desayuno, y con bastante tiempo por delante ya que San Francisco se encuentra a menos de dos horas de distancia, hicimos algo de turismo por aquel singular pueblecito. Tuvimos suerte; Ya que anotamos tres cosas para ver y pudimos ver dos. La cosa empezó bien (muy bien diría yo) ya que nada más llegar a la misión española de San Carlos Borromeo estaba comenzado la visita guiada de la mañana. Ilustrada por una señora menuda y de avanzada edad (a la que bautizamos con el apodo de Clina ya que durante toda nuestra estancia en Carmel-by-the-sea estuvimos haciendo chistes referentes a Clint Eastwood al que durante unos días convertimos en el tipo que le da sopa con ondas a Chuck Norris) el tiempo que allí pasamos fue provechoso e instructivo. Sé que es una menudencia, pero nunca había visto en mi vida un hueso de ballena y  oigan, me hizo ilusión. De ahí fuimos a un mirador a la playa. Vistas preciosas estropeadas por la pestilencia que emanaba de un cumulo de agua estancada que los cuervos habían convertido en su charca particular. Cuando les digo que olía mal imaginen huevos podridos, el metro en hora punta o diez perretes mojados en una habitación cerrada. Asqueroso y desagradable paseo que nos dimos por los olores, que no por las vistas a ambos lados de la carretera. De un lado el nublado pacífico y de otro unas casitas de impresión.

El paseo nos llevó hasta Tor House, la casa construida por el poeta Robinson Jeffers en 1919. No pudimos hacer el tour porque las horas del siguiente que tenía vacantes no nos convenían de cara al viaje en carretera que nos quedaba por delante hasta llegar a San Francisco. Pero, pero, pero…les contare dos cosas. En Tor House fue la primera vez que vi en vivo y en directo un colibrí; me llamo la atención su zumbido antes de verlo y en un principio pensé que se trataba de un abejorro gordo como el solo hasta que vi al pajarillo libando en una flor. La segunda cosa que tengo que contarles es que cuando nos marchábamos, una señora con un perro pequeñito me paro y se puso a hablar conmigo. Pensaba que éramos las personas que realizarían la visita guiada de esa hora y ella era la responsable de ilustrarla (una voluntaria de la asociación encargada de mantener Tor House en pie al igual que todas las personas que vimos trabajando en la misión de San Carlos Borromeo). El caso es que nos pusimos a hablar, y más allá de llegar a la conclusión de que cada nueva generación se está volviendo más estúpida que la anterior, me conto que en los años 80 (¡nostálgico reuníos!) viajo por toda España llegando a pasar largas temporadas en Málaga y en Cádiz. El día anterior, en mitad del “desierto” me topé con un motorista que había pasado tres meses viviendo en Jerez de la Frontera y al día siguiente a una señora que había llegado a vivir en España. El mundo es diminuto a fin de cuentas.

Vistas increíbles. Olor infernal.

Vistas increíbles. Olor infernal.

Una vez en el coche hicimos una parada en el centro comercial que rodeaba el supermercado Safeway en el que estuvimos la noche anterior para unas compras de última hora (entre ellas una nueva parada en un Starbucks…). Salimos hacia San Francisco. El viaje transcurrió con normalidad, sin sobresalto alguno ni nada que se le pareciera hasta que llegamos a la ciudad de Bullit. Menudo ATASCO nos comimos para entrar. Sus buenos 45 minutos o más pudimos estar metidos en aquel descomunal embotellamiento que cruzaba el Puente de la Bahía. Eso sí, las cosas como son, las vistas desde lo alto del puente del perfil de la ciudad espectaculares. Tras aquel insufrible pero sufrido atasquerón llegamos a la ciudad. ¿Me sorprendió algo como en Los Angeles (su suciedad)? No, lo cierto es que no. Bueno, sí, que de vez en cuando se te cruzaba un trolebús pero poco más. Afortunadamente en esta ocasión y gracias a que teníamos la dirección exacta, nuestro GPS se comportó y nos llevó sin ningún problema hasta la entra del Hotel Bijou. Los problemas (más bien problemillas) no tardaron en sacudirnos en SF y el primero fue la ausencia de parking en el hotel. Nos bajamos del coche, sacamos las maletas y en la recepción, donde nos atendió una señora con trenzas muy amable y el chico que hablo con Arthur la noche anterior en Carmel, nos dijeron que teníamos la posibilidad de utilizar el servicio de parking del hotel que costaba 40$ al día (sin impuestos). Aunque me dolió en el alma (el palo el día que hiciéramos el check out iba a ser considerable) lo aceptamos, ya que no nos veíamos buscando todos los días aparcamiento y ante la posibilidad de encontrarte el coche sobre cuatro bloques de hormigón (ya les contare porque) pasas por el aro y pagas, con no muy buena cara, pero pagas.

Segundo problemilla; teníamos habitación ¡Bien! Mi cama era un plegatin de 1’90 ¡Mal! Tres noches durmiendo en una cama minúscula no me hacían especialmente feliz, pero no quedaba más remedio. La señora de las trenzas, después de esos dos toquecetes en la huevada, nos comunicó que cada mañana teníamos a nuestra disposición una bolsa con agua, un bollo de refinería, una barrita energética y una pieza de fruta. Por otro lado nos dijo que podíamos tomar todo el café, té, chocolate o agua caliente que quisiéramos de los termos allí dispuestos. Lo de la bolsa me pareció una idea cojonuda ya que San Francisco, a pesar de sus cuestas, es una ciudad de pateo y llevar avituallamiento cual ciclista siempre es aconsejable y si no te costaba nada de nada aún mejor. Subimos a nuestra habitación. Todas las habitaciones tenían nombres de películas filmadas/ambientadas en la ciudad de la bahía. Por fortuna nos tocó  La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers). Nos toca la de Señora Doubtfire y no es que fuera a quemar el hotel, pero igual del asco sique me muero. Tras desempacar y romper el hielo con la cama sobre la que reposaría mi humanidad las próximas tres noches salimos a la calle a comer y pasear. Fuimos directos a Union Square. Vimos un sitio llamado Caffe Bancarella. Había cola para pedir y eso solo puede significar dos cosas: A) No hay nada barato y moderadamente bueno en las inmediaciones B) Es bueno. Paramos. Pedí un sándwich hecho sin amor y una soda de manzana horripilante (como un zumo de manzana con gas). Descansamos nuestros traseros en una suerte de asientos que recorrían la plaza y vimos como los artistas recogían sus tenderetes y chirimbolos. Sentados, apareció un tipo vendiendo periódicos estilo La Farola y le di el “spare change” ya que las monedas no las quería para nada y a pequeña que fuera la oportunidad de deshacerme de ellas ahí estaba yo. No hace falta decir que aún estoy esperando mi periódico.

Lo que notas inmediatamente en San Francisco es que hace fresquete. Y a medida que el sol se va, si te quedas a la sombra y vas en mangas de camisa igual te quedas pajarito. Pero, a pesar de que la luz se estaba hiendo, aun nos daba tiempo a bichear y de ahí nos fuimos a La Dragon Gate la entrada de China Town.  En ese punto yo alucine. Mucho. No se notó, pero sí. ¿Y porque? Porque allí se filmó una de mis películas preferidas de siempre: Golpe en la pequeña china. Me hubiera encantado encontrar una figura de Jack Burton para hacerme una foto con ella allí mismo pero no pudo ser (y no será porque no la buscara, ya que en cada tienda que tenían juguetes mire/pregunte). Deambulamos por China Town viendo tiendas (mis amigos compraron algo para luchar contra el frescor de la bahía mientras yo permanecía vigoroso parapetado tras mi costrosa sudadera de Independent). Sí, todo muy bonito, todo muy oriental… ¡mira un tranvía!, ¡Hey mira un abuelillo chino haciéndote señas para que entres en su tienda con la persiana a medio echar! Cosas y olorzaco a comida legamosa. De ahí al centro financiero a ver la pirámide (Pirámide Transamerica) y esas cuestas de impresión que no conoceríamos bien hasta el día siguiente.

¿Donde esta mi camión?

¿Donde esta mi camión?

Dimos un buen paseo (no les hablo de 20 kilometros, pero nuestro garbeo sí que nos dimos viendo edificios moderadamente famosos) y terminamos al ladito del cambio de agujas de las líneas de tranvía clásicas. Pasamos frente a la entrada del John’s Grill (ya saben el restaurante del Halcón Maltes) para ver los precios pero no encajaban con nuestro poder adquisitivo (aparte, el tipo que nos facilitó la carta en la puerta tenía la cara del esbirro principal del villano de Tango y Cash). De vuelta al hotel a vampirizar el Wifi y a asearnos un poco antes de cenar. No tardamos demasiado en salir y echamos el amarre (te metes en la bahía y te vuelves marinero) en Lori´s Diner uno de los tantos Diner años 50 donde comimos a lo largo del viaje (Por cierto del hotel al restaurante nos topamos con otro de esos siniestros mendigos a los que la vista ya se iba acostumbrando. Este en particular llamaba la atención por ser bastante alto y tener una herida abierta en medio de la frente la cual, al estar medio calveras, parecía un impacto de bala). Volviendo al restaurante. No tenía demasiada hambre. Pedí una hamburguesa y no sabría decirles si me decante por Coca-Cola, Coca-Cola Vainilla o Dr.Pepper. El sitio no me pareció nada del otro jueves a pesar de la ingente cantidad de comensales que abarrotaban mesas y barra. La hamburguesa: normaleja. Lo que si me llamo la atención del restaurante fue su suciedad. El suelo, sin llegar a estar viscoso, estaba sucio y todo tenía un aspecto un tanto descuidado. El servicio bien.  Pero pasemos a las curiosidades, esperando a que nos dieran mesa me fije en una familia de cinco miembros que estaban sentados en la mesa que estaba justo al lado de la que nos darían en unos minutos. Y allí estaban, Papá e hijos dándole a los putos teléfonos móviles de los cojones mientras la Madre tenía la mirada perdida en el infinito. No hablaban. No interactuaban entre ellos. Estaban allí pero conectados con gente a kilómetros de distancia. Como ya me había ocurrido con anterioridad en el viaje sentí una mezcla de asco y pena.

¿Y después de aquello que? Reuniones de travestis en la puerta de un hotel aparte, locos chillando a los coches y comensales hípster skater (uno con pinta de Buddy Holly barbudo cruzado con Johnny Cash que entro poco antes de que pagáramos la cuenta en Lori´s Diner sobre su monopatín) nos quedaba una sorpresa más antes de echar el cierre. ¿De qué se trataba la sorpresa? Mi amiga, en una de las paradas compro un bote de avena Quaker Oats y este último, debido al vaivén del viaje y al traqueteo de las maletas estallo dentro de una. Avena por todas partes. Parecía que íbamos a montar una granja de pollos en la habitación. Aunque la cosa se limpió como se pudo me juego el dinero que no tengo a que aún quedan restos de avena en la habitación 505 – Invasion of the Body Snatchers del Hotel Bijou de San Francisco.

tranvia-san-francisco-cincodays

If you’re going to San Francisco.


Más aventuras en:

Un idiota de viaje – Consideraciones viajeras y primera noche en L.A. 

Un idiota de viaje – Los Angeles: Dos noches y un dia. 

Un idiota de viaje – Adiós a Los Angeles y una road movie. 


 

contacto@cincodays.com

Síguenos en Facebook:

https://www.facebook.com/Cincodays/

Síguenos en Twitter:

@Cincodayscom

 

 

 

 


Archivado en: Cajon de Sastre, Un Idiota de Viaje, viajes

Un idiota de viaje – Un hippie se subió a un tranvía en San Francisco mientras un recluso le estaba mordiendo la pierna

$
0
0

Un idiota de viaje…por César del Campo de Acuña

Un hippie se subió a un tranvía en San Francisco mientras un recluso le estaba mordiendo la pierna

Me revienta. Me repatea. Me molesta. Empezar un texto, sea el que sea, con una pregunta es algo que detesto. Afortunadamente, tras estas líneas mostrando mi desaprobación o repulsa a comenzar un párrafo con un signo de interrogación puedo formular la consulta en cuestión sin notar como la mirada de mi profesor de redacción periodística se clava en mi frente. ¿Han dormido alguna vez sobre un papel de fumar sostenido por lamas que parecen katanas? Yo sí. Muchas veces. Las ultima en San Francisco. Concretamente en el Hotel Bijou, donde un plegatin de 1 metro y 90 centímetros decidió no entenderse con mi humanidad durante tres noches. Se hundía. Se quejaba. Se retorcía. Y yo, solo podía hundirme, quejarme y retorcerme con él. Mi facultad para no necesitar demasiadas horas de descanso efectivas estaba siendo puesta aprueba por una cama que había pedido la baja por depresión en cuanto me vio entrar por la puerta de la habitación 505 Invasion of the body snatchers. A tientas y con cierta pesadez, me moví todo lo sigilosamente que pude hasta el baño donde previamente había dejado la ropa que me pondría ese día. Tras ducharme, vestirme y mirar por el triste ventanuco que decoraba el lavabo y el cual daba a las tripas del hotel, salí a pisar asfalto en busca de un zumo y un Nesquick.

El día anterior, cuando llegamos, me pareció ver una tienda de ultramarinos justo en la calle que hacia esquina con nuestro hotel saliendo hacia la derecha. Y una vez más, esperándome allí mismo, estaban esos grotescos contrastes que tanto me llamaron la atención en Los Angeles. Cuando les digo que, justo alado de la vía que conducía hacia la céntrica Union Square, en una de las arterias que la cruzaban de lado a lado, había personas literalmente durmiendo en la carretera con la cabeza apoyada en la acera, no les miento. Entre en el comercio, regentado por un tipo de oriente medio junto a su chaval. Adquirí lo que buscaba y  me fui no sin mirar atrás. Bautice aquel lugar como El Infierno y mis compañeros de viaje, cuando lo llegaron a conocer, aprobaron ese nombre. Una vez en el hotel me hice con mi bolsa de avituallamiento. Una botella de agua, una pieza de fruta, un bollo de refinería y una deliciosa barrita energética a base de cereales, canela y manzana. Subí a la habitación, desayune y espere a que mis amigos se prepararan. Durante los minutos que espere estuve dibujando esas formas locas y dentadas que suelo pintarrajear cuando no tengo otra cosa que hacer y que, si algún día llego a algo, venderé o servirán como estudio psicológico de mis personalidades. Conservo todos los dibujos realizados durante el viaje. Puede que los publique.

Bueno, tras dos párrafos ya va siendo hora de comenzar con el tema turístico, ya que a fin de cuentas, esto no es otra cosa que un diario de viajes. Peculiar. Si, desde luego, pero a la postre no es más que eso. Verán, uno de los platos fuertes a la hora de visitar la ciudad de la bahía es dejarse caer por la prisión de Alcatraz.  Como diría un “moderniki” amigo de los anglicismos “Alcatraz es un must”. Pero, cuando estábamos preparando el viaje, ya no quedaban entradas sencillas para ninguno de los días que estaríamos en San Francisco. Solo quedaban entradas con tour previo por la ciudad. En concreto solo quedaban boletos para el Magic Bus Tour, un recorrido por el lado hippie histórico de Frisco y como no teníamos más opciones no nos quedó más remedio que adquirir los tickets para esa excursión. Comenzaría a las 10 de la mañana y saldría desde Union Square, asique teníamos algo de tiempo para explorar por nuestra cuenta hasta que llegara la hora. ¿Y que hicimos? Pues subir las empinadísimas cuestas de Powell Street. Estas una semana en esta ciudad ha y a poco que solo gastes suela te pones en forma. Eso sí, si te resbalas no te quiero contar donde y como puedes acabar. ¿Y todo este rollo? Vale, vale, ya le doy al fast forward (me ha mordido un morderniki y me estoy transformando) y vamos a donde les gusta, al mogollón. Nos separamos. Brevemente, pero nos separamos una vez llegamos a Union Square. Si no recuerdo mal, a mis compañeros de aventuras se les había u olvidado algo en la habitación o iban a dejar algo en la misma. Y allí me quede al sol. Esperando y viendo pasar a tropecientos turistas en busca de su autobús mientras que tipos con carpetas trataban de convencer a despistados para que subieran a los mismos y así cumplir el cupo. Y espere. Y hable con uno de esos tipos con carpeta que me estrecho la mano en plan “hermano” y finalmente, al rato de llegar mis amigos, entre gran estruendo y rodeado de pompas de jabón apareció el Magic Bus.

Para viajar en el tiempo no hace falta un DeLorean.

Para viajar en el tiempo no hace falta un DeLorean.

De él se bajó una chica joven, de pelo rojo y una pequeña separación entre sus paletas, ataviada con unos vaqueros de campana, una camiseta de mangas largas tie-dye, una cinta en el pelo y gafas de sol redondas de cristales tintados (iguales que las de Woody Harrelson en Asesinos Natos). Muy energética. Muy Gritona. Todos saltamos al interior y se presentó como Gaia y no sé qué clase de magnetismo tenía que hizo que el ligeramente molesto (por la tardanza) pasajero bávaro al que se le habían puesto las orejas coloradas al sol se le cambiara la cara. El interior del autobús había sido totalmente remozado. Los asientos en lugar de estar mirando hacia delante, miraban hacia los laterales y si piensan que por alguna remota casualidad tenían cinturón de seguridad están muy equivocados. Hechas las presentaciones comenzó nuestra visita por el lado más hippie, rockero y contracultural de San Francisco pero les ahorrare contarles por donde pasamos y me centrare en lo que me llamo la atención durante esta excursión. Al poco de comenzar a movernos nuestra cicerone nos pidió que subiéramos las ventas (pequeñas ventanas para un autobús de visitas) para que unas pantallas de persiana pudieran bajar. En las pantallas proyectaron (y proyectan y proyectara) una película sobre la historia de la ciudad en los años 60 y sobre los acontecimientos que llevaron a que se produjera aquel estallido de color bañado en ácido aromatizado por la combustión del cáñamo.

Lo curioso del tour es que durante las dos horas que dura la visita ves más las pantallas que la calle y escuchas más al narrador del documental que a la guía. Durante el trayecto, para tratar de animar al público regalaron una flor (en este caso una margarita) para que nos la pusiéramos en el pelo y un caramelo de peppermint que simulaba ser un ácido. Desafortunadamente, a pesar de los intentos de Gaia o los viajeros no estaban por la labor de meterse en el papel de ser una tribu de hippies rodantes o no se enteraban de nada (todo en ingles amigos) o simplemente estaban allí por el ticket para la isla de Alcatraz (como fue nuestro caso). El caso es que su empeño, hacia el final de la visita, era digno de lastima; similar a la que provoca un cómico que, estando sobre el escenario, no consigue arrancar ninguna risa del patio de butacas. Cuando tiro la toalla (porque la tiro) se centró única y exclusivamente en un señor mayor de poblada barba blanca y su mujer, que parecían ser los únicos que había contratado ese tour ex profeso. Nos despedimos de aquella máquina del tiempo rodante al pie del muelle desde el que zarparíamos hacia La Roca.

Bajé del autobús aun con la flor en el pelo (concretamente la tenía atada a la gomilla con la que me estaba recogiendo la coleta), lo que suscito unas miraditas y gestos de algunos viandantes. Tras tomarnos una foto y hacer cola subimos al barco que nos llevaría a donde Al Capone pasó una temporadita a la sombra. Siendo de costa no pude hacer otra cosa que subir a la cubierta superior para ver el mar durante la travesía. Mis amigos me acompañaron, desde luego, pero el frio de la bahía convirtió a uno de ellos en un improvisado esquimal para regocijo de los que nos reíamos de los elementos (a pesar de tener los pezones como timbres de castillo, las cosas como son). Una vez llegamos, nos recibió una Ranger bajita (para hacerse ver estaba subida en una caja) que a grito pelado nos comentó las directrices a seguir en la isla. Tras el discurso subimos hasta la prisión, situada en el punto más alto de la roca. Alcatraces, asquerosas gaviotas, otros pajaretes y todo tipo de turistas nos acompañaron durante el paseíto hasta las celdas. Una vez allí nos dieron un cacharro con auriculares que contenía una grabación que haría las veces de guía. Tuve que comerme con patatas mis escrúpulos ya que me produce profundo asco utilizar equipo que ha estado en contacto con una zona poco higiénica de otro ser humano y que no se si han sido desinfectados a conciencia después de su usó (tanto es así que jamás pulso botones en la calle sin cubrirme la mano, utilizo pasamanos o barandillas o toco pomos de puerta, especialmente si son de un cuarto de baño. La gente es muy sucia).

Día soleado en Mordor.

Día soleado en Mordor.

Bien, a pesar del asco hice, hicimos e hicieron muchas otras personas al mismo tiempo que nosotros, la visita. Me gusto. Me gustó mucho. Olvídense de lo que vieron en la película La Roca. Allí no había por ningún lado un Ranger pegando gritos y diciéndonos que nos pusiéramos en la línea ni nada de eso. La grabación te iba guiando y mostrando las diferentes dependencias de la prisión, contando historias de los presos más famosos, narrando los intentos de fuga y hablándonos de la vida en aquella cárcel. Pero ¿saben que me gusto especialmente? Es una tontería, pero las voces de la grabación me encantaron ¿y saben porque? Porque narraban en ese español neutro tan habitual en películas y sobre todo en dibujos animados hace 30 años. De hecho, me pareció reconocer una de las voces de la grabación como una de las que doblaron originalmente Una navidad con Mickey y la sensación que me produjo fue similar al encuentro con un viejo amigo al que hace años que no ves. Vistas impresionantes y viruji de impresión, el tour por La Roca concluyo satisfactoriamente en una tienda de regalos en la que tenía la desfachatez de cobrarte 20$ por un DVD (a elegir entre películas Fuga de Alcatraz y La Roca) o cobrarte un buen dinero por un pedrusco que podría ser de cualquier parte. No hace falta decir que no compramos nada aunque, ahora, y a toro pasado me hubiera gustado hacerme con el comic sobre la única fuga del penal (a pesar de su precio). En resumidas cuentas el paseo por la cárcel más famosa del mundo (con permiso de Sing Sing y Alcalá Meco) merece la visita.

De vuelta al barco (igualito a los vistos en El caballero oscuro), rumbo a San Francisco, esta vez, a petición de uno de mis amigos, nos guarecimos de los elementos bajo cubierta, momento que aproveche para comprarme un poco inspirado Pretzel. Pero las vistas (y ese agradable olor a gasoil mezclado con la mar salada) nos empujó (o empujo…no recuerdo bien) a salir donde estaban las hélices. Una vez llegamos a puerto y desechamos la idea de adquirir la foto que nos hicieron antes de embarcar por su elevado precio nos pusimos a buscar un restaurante donde comer. Guiados por mi olfato nos acercamos a uno que parecía una cosa y luego era otra, mientras que el que tenía señalado estaba cerrado. Tras una breve discusión sobre hacia donde deberíamos dirigir nuestros hambrientos estómagos decidimos caminar hasta que llegáramos al ¿mundialmente? Famoso Muelle 39. La calle estaba muy animada y no fueron pocas veces las que tipos que le daban a los pedales a un bicitaxi nos ofrecieron sus servicios. Llegamos al sitio en cuestión en pocos minutos y ahí no cabía un alfiler. No les digo más que, en algunos tramos, parecías estar haciendo cola solo para andar hacia delante. Finalmente nos decantamos por un sitio de pescado donde servían una de las especialidades locales (una sopa de almejas servida en un cesto de pan que iba a probar su tía frasca la del pueblo y que ya conocía gracias al repelente Gordon Ramsay). Problema  (o problemón si lo prefieren)….la rotunda y curvilínea mujer que nos atendió en la puerta del restaurante  nos dijo que teníamos 40 minutos de espera. No importo. Aceptamos. Nos dieron un puck vibrador y seguimos paseando. Aprovechamos para hacer compras (adornos de Navidad, tofes de mil  sabores y unos caramelos asquerosos que me habían pedido mis sobrinas. Recuerdo que en la tienda de caramelos donde los compre el llanto de un bebe/niño pequeño casi me perfora el tímpano ¡Que pulmones!) y ver la versión ultra capitalista (cosa con la que no tengo problema alguno) del Puerto Dulce visto en la película de acción real de Popeye. Tiendas y restaurantes de todo tipo (desde sitios que vendían cubos de mini donuts, hasta heladerías donde hacen los conos con pasta de gofre) espectáculos al aire libre y unos simpáticos leones marinos a los que como se te ocurra tocar, molestar o lo que sea igual te conducen a chirona al estar protegidos por el FBI.

Una vez en el restaurante me tome unas gambas que no me gustaron demasiado y unos pasteles de cangrejo que si estaban muy bueno (y que dicho sea de paso, jamás había comido con anterioridad). La anécdota del sitio es que conocí uno de los famosos cuartos de baños unisex de Obama (o cuartos de baño para violadores, como me gusta llamarlos) donde seguí sin acostumbrarme a esa asquerosa espuma higiénica, salida de una novela de ciencia ficción barata, que parecía haber sustituido al jabón líquido allá a donde fuera. Después del sablazo (¿he dicho ya que comer en Estados Unidos es caro?). Nos volvimos a poner en marcha. ¿Y a donde porras fuimos? Pues a la Torre Coil. ¿Y qué es la Torre Coil? Pues una torre muy alta que está en San Francisco. Y con eso les basta, ya lo que de verdad quieren leer son las penurias antes de llegar a la misma. En plan aventurero, dejando a un lado mapas, astrolabios y cosas de esas, nos dedicamos a seguir rumbo a lo que podíamos vislumbrar de la torre: La punta. Callejones sin salida, mendigos ilustrados (dos sin techo tumbados por allí, a sus cosas, pero eso sí,  leyendo) y un despistado turista asiático que se hermano con nosotros debido a que su destino era el mismo que el nuestro fueron los primeros avatares de nuestra azaroso viaje. Entonces llego la gran prueba: subir la escalera sinuosa de Cirith Ungol. Me rio de la escalera de Rocky, de Yo hice a Roque III, de El Retorno del rey y de la de Al final de la escalera. Aquello no terminaba nunca. En un tramo me puse a silbar la canción del Potro italiano; el asiático sonrió. En un tramo de la subida, hacia la mitad, en una especie de parada vimos un cartel en el que se podía leer: No alimenten a nuestro coyote. ¿Coyote? ¿Cómo que coyote? ¿Qué dice usted de coyote? ¿Se refiere a un coyote, coyote o a José Coronado interpretando A El Coyote? Pues no, no señores míos a un coyote de verdad que, al parecer, había llegado hasta el barrio de algún modo y había sido adoptado por los vecinos para que les librara de alimañas y vendedores ambulantes.

Un premio. Tendría que haber contado los escalones.

Un premio. Tendría que haber contado los escalones.

Sin mirar atrás, y apretando el paso (por aquello de que no te muerda el culo un coyote) llegamos a la Torre Coil. ¿Y que nos recibió allí? Pues un olor a marihuana que tiraba de espaldas. No lo pude evitar, en cuanto divise al dueño del canuto (oculto en una cuesta, pertrechado tras arbustos al pie de los arboles) me puse a silbar Jammin de Bob Marley. El tipo lo escucho, me sonrió y me dedico un pulgar hacia arriba (había logrado un “Me gusta” en el mundo real). No teníamos pensado entrar/subir a la torre (su interior, para que me entiendan), pero me hizo mucha gracia que, nada más llegar a la puerta de entrada, uno de los que allí trabajaban salió y dijo: Cerramos en 5 minutos. La mirada de incredulidad de algunos de los turistas que, como nosotros, habían llegado hasta allí a base de gastar suela no tuvo precio. Dado que nuestras intenciones eran solo llegar a la torre nos fuimos satisfechos hacia la Calle Lombard (la calle sinuosa de imposibles curvas como Sofía Vergara). Andar, andar, andar. Comer tofe tras tofe. Sentir envidias por instalaciones deportivas públicas que les dan un millón de patadas voladoras en la cara a las que tenemos aquí. Ver casas en pendiente en las cuestas que primero descendimos y a las que luego nos encaramamos cual lagartija para subir a lo más alto. Un trayecto moderadamente largo que hacía que tu nivel de experiencia se multiplicara por dos solo por aguantar sin chistar y jadear. ¿Y llegamos? Claro que llegamos. Y vimos la Calle Lombard. Y vimos como los turistas subían y bajaban (me llamo la atención especialmente uno que era una mezcla entre El Sevilla de los Mojinos Escocios, un Gori de Fraggle Rock y Gawtti de los Boo Yaa Tribe). Y vimos como el hermano gemelo, orondo y policía de Stephen King trataba de poner orden en aquel descontrol turístico sin mucho éxito.

Decidimos que, tras tanto patear, ya iba siendo hora de volver al centro. ¿Y cómo hacerlo? ¿Andando?, ¿rodando?, ¿en coche?…no, hombre, no. Que estamos en San Francisco, nos vamos en tranvía y en uno de los clásicos que a uno de los trolebuses lisboetas se iba a subir su prima Charo la de Utrera. Pero, como para todas las cosas buenas, tuvimos que esperar. Y vaya si esperamos. Esperamos tanto que hasta se nos tragó una nube. Esperamos tanto que hasta la policía se fue. Esperamos tanto que al cachalote que me llamo la atención al pie de Lombard Street le dio tiempo a subir. Y que frio oigan. Hacia un frio de pelotas. De pelotas, que por culpa del frio se convertían en pelotitas. Pero los turistas no paraban de llegar y la cola cada vez era más larga. Un tipo, haciéndose el vivo, se trató de colar, pero un teutón que teníamos delante le dijo muy serio: ¡A la cola! Y creo, que por miedo, el muchacho se fue más lejos del punto exacto en el que había empezado su intentona. Creo que finalmente desistió y se marchó pero no recuerdo bien. Porque si amigos, estando en lo alto de Lombard Street, a merced de las bajas temperaturas es fácil flaquear y desistir. Puedes irte andando si no estás cansado u optar por tomar un taxi ilegal (hasta cuatro veces nos pasó por al lado un viejales conduciendo un coche gritando por la ventanilla que llevaba pasajeros por 4 dólares). Pero nosotros aguantamos valientemente a que nos tocara. Y nos tocó y cuando subíamos lo sentí por los que allí se quedaron. Creo que ahora ocupan su tiempo en ser estatuas de hielo.

Viajando con el estilo de los Tanner.

Viajando con el estilo de los Tanner.

En un principio, el conductor del tranvía nos sentó en los asientos que están fuera de la cabina (te sientas según subas…es la ley de la selva). Pero el destino me sonrió (y no sería la última vez aquel día). Otro turista alemán, (alemán y gilipollas), de pie sobre el estribo fue amonestado hasta en dos ocasiones por el conductor por sacar demasiado el torso del tranvía. A la segunda, no pudo más y lo mando a la cabina. Entonces me dijo que si quería ocupar su lugar y ahí estaba yo, sobre el estribo de un tranvía en primera fila (bueno, en segunda, que tenía justo delante a una alemana bastante potente). El viaje fue una pasada. Algo que, sin lugar a dudas, merece la pena hacer. Una vez llegamos al cambio de agujas nos hicimos la foto de rigor y me despedí del conductor con un fuerte apretón de manos que fue contestado con un: “estas fuerte cabrón” de cerrado acento mexicano por su parte. Haciendo amigos en todas partes. Del cambio de agujas fuimos a unas tiendas. Concretamente pasamos por GameStop (tendría que haber comprado la edición Ultimate de Injustice God Among Us para PS3 pero no lo hice) y por una Disney Store, donde me topé con una de las cuatro personas más alta que yo que vi durante el viaje (uno de los dependientes. Estaba pegado a la sección de Star Wars jugueteando con un sable laser, lo que le hacía destacar aún más). Pero hasta llegar a las tiendas déjenme que les cuente que vi. Aparte de muchos músicos callejeros (algunos con equipos de alta calidad y otros con simples cubos de  plástico) me llamo la atención un grupo de negros, ataviados con túnicas y actitud poco amistosa. Al parecer, por lo que pude oír de sus bocas y leer en sus carteles, se trataba de un grupo de supremacistas negros (Black Power) que, amparándose en la libertad de expresión declaraban abiertamente su “odio” hacia los blancos. ES-TU-PEN-DO. Bravísimo. Que a estas alturas de la historia, después de todo, nos sigamos matando por la religión o por el color de la piel es una cosa que me deja alucinado. Y viendo aquello no llegue a la conclusión fácil de: “seguro que si fueran blancos no podrían estar haciendo esto en la calle” cuando sé que hay desfiles del Ku Klux Klan en algunos estados y que son 100% legales. No, me puse a pensar que el concepto Melting Pot del que presumían los Estados Unidos de América es algo del pasado. La sociedad estadounidense, cada vez está más fragmentada (bueno, como en todas partes) y más “gettificada” (Las diferentes etnias y razas se juntan para trabajar y porque no les queda más remedio).

Sea como fuere, tras pasar al lado de aquellos payasos con túnica, no pude sentir otra cosa que lastima. Por más agresivos, amenazantes o vociferantes que sean solo son dignos de lastimas. Pobres imbéciles. Tontos aparte, sigamos con el viaje. Tras hacer algunas compras volvimos al hotel para planificar el siguiente paso de un día que tocaba a su fin. Para nuestra sorpresa descubrimos que no nos habían hecho la habitación. Creo que pusimos el colgador con la indicación “por favor no molestar” en lugar de la cara que pedía que se arreglara todo aquello. Vampirizando el wifi del hotel conteste correos, mande fotos y me pase por la tumultuosa página de Tumblr de mi amigo vikingo hasta que decidimos que saldríamos, concretamente a un sitio que había marcado: Biscuits and Blues. Un local dedicado a preservar el Blues desde 1995, con música en directo prácticamente cada noche y que no quería perderme (a fin de cuentas uno de los grandes momentos de mi viaje a Nueva York hace unos años fue pasar por Birdland). Esta relativamente cerca del Hotel Bijou, por lo que no tardamos en llegar. Una vez en la puerta una sexagenaria asiática nos cobró por entrar. Entendí que sería espectáculo y consumición (que invertiría en una Coca-Cola ya que no bebo nada de alcohol). Pero no, solo era la entrada, ya que una vez bajamos a las escaleras que nos conducían a la sala de conciertos, nos topamos con un atril de maître regentado por una de las mujeres afroamericanas más atractivas que he visto en persona en mi vida. Si quieren una buena descripción, les diré que sus rasgos guardaban gran similitud con los de Lauryn Hill (de hecho, tenía la misma cara de mala leche que la ¿famosa? cantante). Vestía una camisa estampada de mangas largas con cuello Mao, vaqueros y botas altas. Terriblemente atractiva. Más fría aun. Nos sentó en la única mesa libre del espacio habilitado para las mismas frente al escenario. La buena suerte volvía a sonreírnos/sonríeme: El concierto estaba a punto de empezar.  ¿Y quién actuaba? Los Delgado Brothers del este de Los Angeles y dieron todo un espectáculo (con unos geniales solos de guitarra) mientras cenábamos. Yo tome pollo frito y aunque el clavo entre la entrada y la cena fue considerable disfruté como un guarro en su cochiquera en Biscuits and Blues.

Tras aquello echamos la persiana. Para mí fue un día insuperable. El mejor de todos los que llevaba en los Estados Unidos. ¿Sería superado?

Delgado Brothers.

Delgado Brothers.


Otras alegres aventuras en:

Un idiota de viaje – Consideraciones viajeras y primera noche en L.A.

Un idiota de viaje – Los Angeles: Dos noches y un dia.

Un idiota de viaje – Adiós a Los Angeles y una road movie.

Un idiota de viaje – Sal de mi pueblo If you’re going to San Francisco.


contacto@cincodays.com

Síguenos en Facebook:

https://www.facebook.com/Cincodays/

Síguenos en Twitter:

@Cincodayscom


Archivado en: Cajon de Sastre, Un Idiota de Viaje, viajes

Un idiota de viaje – Con el ciruelo al aire por las calles de Frisco

$
0
0

Un idiota de viaje…por César del Campo de Acuña

Con el ciruelo al aire por las calles de Frisco

A pesar de que mi plegatin para niños del Hotel Bijou y yo no logramos entendernos, la segunda noche en San Francisco logre descansar. ¿Cansancio? Oh, no, no. Como ya les dije necesito pocas horas para recargar las pilas y ponerme en marcha. Conseguí reposar cual guiso gracias a los tapones para los oídos que facilitaban en el mostrador de recepción. Como si se trataran de caramelos de cortesía, el huésped se podía surtir de estos artículos a manos llenas. Creo que no hace falta decir que los citados tapones no estaban ahí, al aire, dispuestos a que cualquier tipo que pasara dos minutos acodado en la barra se pusiera a juguetear con ellos como el que se distrae con un juguete anti estrés. No, lo cierto es que venían guardados en unas pocas asépticas cajitas de cartón. Me serví dos. ¿Y qué relación guarda el hecho de que obturara mi pabellón auditivo con el de dormir a pierna suelta en una cama minúscula para alguien de mi envergadura? Sencillo, bloqueando los sonidos no me escucharía a mí mismo (ni a mis compañeros de habitación) cuando girara sobre las escasas dimensiones del colchón que me había facilitado ahorrándome sus lastimeros quejidos lo que lograría que no me despertara por los propios ruidos que mi humanidad hiciera al moverme. Ya ven que hasta los detalles más insignificantes tienen sitio en Un idiota de viaje.

Ahorrándoles la rutina mañanera les diré que ese día, el último completo en la ciudad de la bahía, estaba reservado para cumplimentar la cartilla del buen turista en Frisco. Ya habíamos estado en Alcatraz, visitado la Torre Coil, recorrido China Town y el centro financiero, subido la Calle Lombard, paseado por el Muelle 39 y viajado en tranvía. ¿Qué faltaba entonces? Pues cruzar el Golden Gate y otras divertidas excursiones. Para tal efecto necesitaríamos nuestro fiel Hyundai Elantra (déjenme decirles que se portó como un campeón durante todo el viaje y eso que lo metimos por caminos de cabras como ya les contare), el cual había que pedir con 30 minutos de antelación en el hotel para que lo sacaran del parking. Una vez montados en el coche, dado lo temprano que era y lo nublado que se presentaba el cielo (se me olvido comentarles que, en la primera noche en la ciudad, llovió. Poco, pero llovió), pensamos que no íbamos a ver una porra del famoso puente, asique nos dirigimos hacia las Twin Peaks. No nos costó demasiado llegar. La noche anterior, quemando el Wifi del Bijou, nos hicimos con jugosas direcciones para nuestro estúpido GPS. En el trayecto hasta las colinas salvo otros coches atestados de turistas, ciclistas y residentes cercanos paseando no vi gran cosa. Pero no vi gran cosa no porque no hubiera nada interesante que ver, sino porque la nube (más que niebla) que estaba cubriendo los puntos más elevados de la ciudad no lo permitía (algo que no pasó el día anterior cuando casi morimos congelados en el punto más alto de la Calle Lombard esperando al tranvía).

¿Han estado alguna vez en el interior de una nube sin viajar en avión? Yo sí. Un par de veces. Y déjenme que les cuente que, aun viviendo en un sitio con niveles de humedad bastante altos (como aseguran mis castigadas rodillas), no hay nada que se le parezca. No me voy a poner a explicarles a que huelen las nubes ni zarandajas de esas, no; pero si les contare que cuando paramos en el mirador (desde el que no se veía un ajo), todo el mobiliario urbano allí congregado para facilitar la vida al turista parecía estar sudando por la condensación del agua. Si mucho que ver (salvo una pegatina de Obey adherida a uno de los prismáticos allí situados. La obra de Shepard Fairey sin descanso desde 1989) salimos echando lechugas hacia Lollapalooza. Que no, que no…Que nos fuimos al puente. El tráfico era fluido a pesar de que esperábamos atasco por ser domingo y por los peajes pero nada. Ni atasco, ni peajes ni tuercas en vinagre. Aquí una cosa rapidita. Circulen, circulen. Evidentemente la señora nube que nos acompañó en Twin Peaks se vino con nosotros hasta el Golden Gate y claro, seguía sin verse nada salvo gente cruzándolo a pie a la izquierda y otros automóviles a la derecha. Una vez pasamos, con la sensación de que nos habían tomado el pelo, paramos en un recodo habilitado para las vistas presidido por la estatua de un viejo lobo de mar (al que alguien había coronado con un collar de flores). Mucho viajero pero pocas vistas. Súbanse al coche y muevan el trasero hasta Sausalito mientras esperan a que aclare el día. Y eso hicimos.

Ni la puntita.

Ni la puntita.

¿Y qué es Sausalito? La tranquilidad. El sitio en el que querrías vivir si te pudieras retirar joven (algo que todo el mundo quiere aunque luego te mientan descaradamente a la cara diciéndote que a ellos les encanta trabajar) y si no te gustan las ciudades. En nuestro paseo me llamarón la atención dos vehículos con tres ejes, un hot rod y poco más. Dimos un paseo agradable y compramos algunas cosas. Poca novedad en el frente. Si, si, paramos en un café pegado al mar, regentado por tres tipos de menguada estatura llegados del sur de la frontera. Echamos el ancla allí por la imperiosa necesidad de utilizar un cuarto de baño (el cual estaba situado fuera del local en un  lúgubre pasillo junto a una tienda de adornos navideños la cual si daba a la calle). Y aquí viene la historia. Aparte de no ser especialmente amables, cuando les preguntamos por el baño nos sacudieron una llave atada a un objeto de considerables dimensiones. No se trataba de un bloque de hormigón como el visto en películas como Loca academia de policía 2: Su primera misión pero si me llamo la atención su tamaño (y la poca limpieza del aseo en general. No me quiero imagina como estaría a última hora de la tarde). El caso es que cuando nos marchábamos hordas de turistas y Sanfrancisqueños llegadas en ferris le quitaban las legañas a patadas a Sausalito (de entre todos ellos me llamo la atención un conjunto de familias vestidas de pirata. ¿Recuerdos imborrables para los más pequeños que les acompañaba o vergüenza hasta el fin de los tiempos en el álbum familiar?) cosas).

Vuelta al puente. La nube seguía allí pero sin ánimos de sentirse protagonista. Pinunas aparte y aparcamiento de aquella manera a un lado, paramos, tomamos las fotos de rigor y cruzamos el Golden Gate una vez más. Lo gracioso de todo esto es que pensamos que la broma, dado a que no habíamos pagado peaje alguno, nos había salido gratis pero no. Una vez llegamos a España, Alamo (la compañía a la que alquilamos el coche si recuerdan) nos pasó un cargo (no muy elevado) vinculado al Golden Gate. Aún no hemos averiguado el origen de este cargo. Como en aquel momento no sabíamos nada les vuelvo a dejar con mi yo de aquel día. De vuelta a la ciudad, pasamos una vez más por Golden Gate Park, pero esta vez sin hippies gritonas ni autobús claustrofóbico. No pudimos parar ya que los domingos estaba reservado para darle a la suela (algo que me parece bien) y de ahí nos fuimos a ver localizaciones de cine y televisión. San Francisco es una ciudad famosa por haber salido en un millón de películas (bueno, a lo mejor no tantas pero si en muchas) por lo que el turista cinéfilo tiene muchos sitios interesantes en los que pararse. ¿Y dónde me pare yo? Pues en la casa de la Señora Doubtfire y en la de Padres forzosos (no es que me arrepienta pero manda huevos a tenor de que Bullit se rodó en Frisco). Verán, no soporto Señora Doubtfire (sé que eso me tiene que convertir en una especie de ogro come niños ya que no soportar una de las más celebradas películas del llorado Robin Williams es prácticamente un delito) porque supuso la primera película francamente decepcionante que vi en mi niñez. Me la habían inflado tanto que cuando la pude ver me pareció un dramón aburridísimo y triste. Pero bueno, me hice la foto allí (mostrando mi desaprobación a la citada película por supuesto) pero fijándome en la cantidad de mensajes que los admiradores del desaparecido actor habían dejado escritos en las piedras que estaban en la base del árbol justo frente a la puerta de la casa. Al César lo que es del César y las cosas como son, el detalle es bonito. De ahí, tras acabar en un parque que no era y ver una colección de perros rastafari (me refiero a canes reales con muchas, muchas trenzas rastafari. No es un modo despectivo de llamar a personajes adscritos a esta ¿creencia?) Terminamos en Painted Ladies, o lo que es lo mismo, las casas de Padres Forzosos.

Ahora no me voy a tirar el moco diciendo que si era una cursilada de serie, que si era un pastel, que si tal y que cual. No. Yo veía la serie, pero como todos ustedes y como todos los que vimos Buscate la vida. Aunque el parque estaba defenestrado por una remodelación las autoridades habían dejado un loma para que las ingentes cantidades de turistas haciendo el subnormal, tomando fotos y canturreando aquello de: “Everywhere you look”. Unos sagaces comentarios más tarde de lo estúpido que siempre me pareció Joey y de lo enamorado que estaba en mi etapa  de prepúber de la Stephanie Tanner prepúber volvimos al coche. Justo el que estaba en el otro lado de la calle tenía la ventanilla del copiloto rota, como si le hubieran tirado un pedrusco. Y ya que hablamos de automóviles déjenme que les cuente algo que he pasado por alto. Todos los vehículos aparcados en una cuesta en San Francisco (todos, todos, todos) tiene el eje delantero girado. Entiendo que esta peculiaridad se debe a que si los frenos se van al cuerno el coche, al tener las ruedas giradas no termina de viaje cuesta abajo a toda leche. Pero subamos al automóvil y movámonos hasta el Ayuntamiento y el edificio reservado a la Opera. Ambos lo vimos el día anterior en el hippie móvil, pero claro, desde sus minúsculas ventanas.

Everywhere yu look...si esas paredes pudieran hablar.

Everywhere yu look…si esas paredes pudieran hablar.

Bueno, esto está quedando muy aburrido. Vamos a comer ¿y a dónde? Pues a la Taquería La Cumbre, en el distrito de Mission. ¿Y de que conozco yo este sitio? Pues de la vez que Adam Richman se pasó por allí en Man vs. Food y si el gordinflas alegre (en estos momentos convertido en un tipo delgado al que todo el mundo detesta) se pasó por allí por algo sería (de hecho, habían creado un súper burrito en su honor). Aparcamos a poca distancia y allí nos atendió un tipo cabreado por trabajar en domingo. ¿Y el restaurante que tal? Bien. El personal amable. Generosa cantidad y buen precio. Eso sí, algo sucio. Aparte del burrito que me zampe (carne asada, queso, pasta de alubias y verduras) probé la root beer de Barg´s (que ya el nombre suena a barf, que a su vez es vomito en inglés) ¿y a que sabe? a zumo de Reflex, a eso sabe. Lo bueno es que el restaurante estaba al ladito de nuestra siguiente parada y en ella mi yo cinéfilo fue contentado a varios niveles. ¿A dónde fuimos? Pues a la Misión de San Francisco de Asís ¿y que tiene que ver con nada? Pues que es la iglesia que pudieron ver en la obra maestra del cine: Vértigo (De entre los muertos) de Alfred Hitchcock. Pero antes de llegar a tan ilustre lugar déjenme que les cuente que pude ver en el Distrito de Mission durante mi tiempo allí. Cuando salimos del restaurante me fije, no sé porque, en el suelo. Al pie de los árboles, los cubre suelos de metal estaban decorados con calaveras mexicanas (Manny Calavera y Olivia Ofrenda vestidos con trajes típicos de México para que se hagan una idea) en relieve.  Oigan, eso le da personalidad e identidad propia a un barrio, y aunque no me pareció el sitio más limpio del mundo (yo y mi obsesión con la limpieza y los gérmenes patógenos), no se notaba en el ambiente ese tensión que si percibí en Los Angeles.

Añado que, a la salida del restaurante, nos topamos en la puerta con la que yo creía que era la mujer más alta que había visto en mi vida. Luego me di cuenta de que era él queriendo ser ella, lo cual no me importa en absoluto, pero son de esas cosas que se te quedan grabadas y más si te la vuelves encontrar una media hora más tarde trabajando en una heladería cercana a la Taquería La Cumbre en la que paramos (para más señas, la heladería se llamaba CREAM: Cookies Rules Everything Around Me y solo puedo decir que la recomiendo. Menudo sándwich de cookie y helado de vainilla con Reese´s me zampe).

Sea como fuere, no llegamos todo lo rápido que hubiéramos querido a nuestro destino porque más que perdernos, en un principio nos confundimos de calle y en lugar de ir hacia el norte, tiramos hacia el este. No pasa nada, deshaces el camino, paseas por el barrio y llegas a destino. Estas de vacaciones melón. En nuestro camino hacia la Misión de San Francisco de Asís me topé con una tienda bien maja de juguetes (o de figuras de acción según los mongolos a los que les importa lo que piensen los demás de ellos) y a la vuelta de ver la Misión, pare allí un ratio. Compre, si compre. Se me volvió a escapar Jack Burton de Golpe en la pequeña china, pero me lleve un buen surtido de muñecos a buen precio y una conversación bien maja con el dependiente (un tipo cercano a los cuarenta, con barbita, gafas y un sombrero a lo Elvis Costello). Estuvimos hablando de cultura popular, de películas, de monstruos y de dibujos…buena conversación, buenas compras, buena tienda (Super 7). Con la cartera menos abultada partimos hacia la siguiente parada del itinerario: El Castro, el barrio gay de San Francisco.

Unicornios vomitando en 1,2,3...¡ya!

Unicornios vomitando en 1,2,3…¡ya!

En lo personal debo señalar que detesto visitar barrios en los que una forma de entender la vida diferente se asienta. Siento como si me estuvieran llevando a ver monos al zoológico. Pienso que cada cual es muy libre de vivir su vida como le dé la gana mientras que: A) no me obligue a vivir como él vive y B) no haga daño a nadie lo que resumo con la frase: a mí me parece estupendo que usted crea que las piedras vuelan mientras a mí no me las tire. Cuando estuve en Nueva York me pasó igual; en lo que sigo considerando el punto más bajo de mi viaje a la Gran Manzana, nos llevaron al barrio ortodoxo judío en autobús. Y ahí estábamos, como turistas haciendo un safari fotográfico, señalando con el dedo y mirando como el que ve a un perro verde. ¿Pero es que no podemos dejarnos en paz? Oigan si alguien quiere vivir así o asá o creer en esto o aquello ¿Quiénes somos los demás para decirle que están equivocados? Pero ojo, que si reparto para un lado, reparto para el otro. Me parece fenomenal que usted haga lo que quiera con su vida, pero no me saque la carta de la discriminación en cada mano de este juego y no tenga cara dura, que nos conocemos. En el mundo está la mayoría estúpida y las mal llamadas minorías aprovechadas… “vaya dos patas pa un banco” como dijo aquel…y aquel sabía mucho (A ver si son capaces de adivinar la referencia de esa frase).

Dejando a un lado mis puntos de vistas, les diré que sí, que fui al Castro y no, nadie se me insinuó, ni me toco, ni me he vuelto gay, ni nada por el estilo. Eso sí, si me incomoda lo absolutamente obvios y burdos que pueden ser estos tipos en cuadrilla. Dejando a un lado los sex shops con consoladores monstruosos en el escaparate y las pastelerías especializadas en hacer torsos o penes ¿de verdad tienen que llamar a un restaurante italiano The sausage Factory (la fábrica de las salchichas)?… ¿de verdad?… ¿tienen que reafirmar su sexualidad con estos chistes zafios? Vale, vale…como quieran. No seré yo quien juzgue, pero tiene traca el nombrecito.  En fin, paseas por el barrio y te das cuenta de que no cabe una bandera con el arcoíris más en la calle. Hay tantas que un unicornio vomitaría. Hasta los pasos de cebra son multicolores. Me gusto el cine (un cine en el que se proyectan ciclos de películas clásicas siempre es buena cosa), que nos recibiera el barrio fortuitamente con un tipo ensayando canto en su casa, la tienda de comics (las tiendas de comics siempre son buena cosa), un dibujo de un gorila en una pared (¡vivan los simios!) y, en general, la paz que había en el ambiente. Pero, los barrios peculiares siempre tienen a sus personajes peculiares y si pasamos por alto a los tipos que parecían haberse escapado de las páginas de un tebeo de Tom of Finlad, nos topamos con el rey de los personajes…el abuelo en porretas del Castro. Y ahí estaba el señor, sentado en su silla de ruedas, con su barbocha blanca, sus calcetines, sus gafas y con el ciruelo al aire. Olé sus colorados cojones. Al que no le guste que no mire, que a mí me está dando el aire en el señor calvo y en verano no se resfría parecía estar diciendo el abuelete, que hasta ese momento, se había convertido en la estrella de la fauna divisada en el viaje (adelantando a la marea de mendigos siniestros, al pandillero bigotón de Los Angeles y a la drag queen bailarina del Paseo de la Fama en Hollywood. Señor, este donde este, me descubro ante usted menos de lo que usted lo hizo ante nosotros.

¿Y qué haces cuando ya has cumplido todas las metas marcadas? Pues volver a Lombard Street, esta vez en coche. Eso sí, el atasco de subida fue cosa fina aunque, a pesar de la poca duración de la bajada, compensa (¿Cuánta gente conocen que pueda decir que han pasado por la calle con más curvas del mundo?). El día llegaba a su fin. Tocábamos retirada pronto. Al día siguiente saldríamos a amanecer de Dios rumbo al Parque Nacional de Yosemite y teníamos que descansar y reorganizar maletas. De vuelta al hotel. Salimos a comprar víveres para cenar. Paradita en El Infierno para que mis amigos lo confirmaran (con tipo muy chungo en la puerta del ultramarino para dar fe) y visita a un supermercado ecológico donde me pegaron un palo de más de 6$ por un paquete de pan de molde. Mis amigos compraron algo para cenar en un japonés, yo no tenía hambre y menos después de que me cornearan a base de bien hacia unos segundos. San Francisco se había portado bien. Al día siguiente el tipo de la costa se adentraría en los bosques y se perdería en las montañas.

Me apuesto lo que no tengo a que pensaban que no subiría esta foto.

Me apuesto lo que no tengo a que pensaban que no subiría esta foto.


Otras estupidas aventuras en:

Un idiota de viaje – Consideraciones viajeras y primera noche en L.A.

Un idiota de viaje – Los Angeles: Dos noches y un dia.

Un idiota de viaje – Adiós a Los Angeles y una road movie.

Un idiota de viaje – Sal de mi pueblo If you’re going to San Francisco.

Un idiota de viaje – Un hippie se subió a un tranvía en San Francisco mientras un recluso le estaba mordiendo la pierna. 


contacto@cincodays.com

Síguenos en Facebook:

https://www.facebook.com/Cincodays/

Síguenos en Twitter:

@Cincodayscom

 


Archivado en: Cajon de Sastre, Un Idiota de Viaje, viajes

Un idiota de viaje – Going up the country

$
0
0

Un idiota de viaje…por César del Campo de Acuña

Going up the country

Adiós Frisco. Hasta pronto ciudad de la bahía. Nos veremos pronto San Francisco. Como les decía en la anterior entrega de este peculiar diario de viajes debíamos levantarnos a amanecer de Dios, por lo que programamos al impertinente despertadora las 05:30 de la mañana. Teníamos ante nosotros más de 3 horas de viaje hasta llegar al Parque Nacional de Yosemite y nadie quería experimentar el atasco creado por el Pato Donald en Grin and Bear It de 1954. Dejando a un lado mi cacareada  capacidad para no dormir demasiado, lo cierto es que esa mañana conseguí abrir los ojos antes de que sonara la alarma por la excitación que me producía el lugar que visitaría aquel día. Lo pueden creer o no, pero una de las cosas que me habían movido a cruzar el charco era poder ver en persona las gigantescas Secuoyas. Suena cursi, lo sé, ¿y qué? ustedes lloraron con el bodrio de Titanic mientras yo bailaba en la puerta.  Dejando a un lado mis motivaciones viajeras les ahorrare pasar por el cepo de la rutina mañanera y les dejare justo en el mostrador del Hotel Bijou, donde estaban a punto de darnos el palo del parking. Creo que la broma nos salió a 143 dólares. Con cierto dolor en la cartera (por no decir en el ojete), pero con nuestras bolsas de avituallamiento de regalo en la mano salimos del Bijou rumbo al campo. Going up the country como cantaban los Canned Heat un año después del Verano del amor.

On the road again (toma, dos referencias a los Canned Heat seguidas) dispuestos a gastar llanta, quemar gasolina y devorar kilómetros. El viaje fue tranquilo. Sin sobresalto alguno. Paulatinamente, a medida que avanzábamos, el paisaje fue mutando. De la ciudad pasamos a pueblos de tamaño medio hasta que poco a poco nos encontrábamos poblaciones que no parecían extenderse mucho más lejos de la carretera que las atravesaba. Y comenzamos a subir a ritmo de buena música mientras los arboles tapaban el firmamento inclinándose sobre la carretera de manera amenazante. Una vez el verde se convirtió en el color predominante sin insistencia paramos a repostar. Recuerdo que la chica que nos atendió era espectacular y que cuando nos cobraron la caja registradora al abrirse emitió el mismo sonido que Sonic cuando se hacía con un anillo en los juegos clásicos de Sega Mega Drive. Compre unos regalices por pura gula; No tenía hambre ya que en los kilómetros previos a aquella parada nos habíamos atiborrado a Oreo Red Velvet (por cierto, muy buena…ahí dejo otra referencia para el que la pille), pero vi los regalices rojos y pensé que eran de la marca Twizzlers (que me encantan) y por eso los compre. Me los comí al poco de abrirlos a pesar de que no estaban especialmente buenos.

A medida que nos acercábamos al parque comenzamos a ver abundancia de vehículos de recreo de todos los tamaños. Desde unifamiliares con ruedas a monstruosas pick-up arrastrando caravanas de todo tipo. Llegamos a la puerta del parque y como dirían en Portugal: Prepare su pagamento. Así es amigos, para entrar en los Parques Nacionales hay que pagar y dado que entraríamos en alguno más durante el viaje adquirimos el pase para todos ellos. 80 dólares de vellón. Si hubiéramos sabido que solo nos pedirían en Yosemite igual no lo hubiéramos optado por esa opción, pero esa esa es una historia para una futura entrega de Un idiota de viaje. Paramos una vez más en la caseta de información. Allí nos atendió una Ranger comida a piercings pero muy simpática. Ya sabíamos que la zona con mayor número de Secuoyas estaba cerrada hasta el verano de 2017, pero nos dijo que un pasó cercano a al valle con unas cuantas se podía visitar sin problema alguno. Nos marcó una ruta de los puntos de interés para los jugadores que se pusieran la partida en fácil (como nosotros) y con aquella valiosa información, un mapa y tras decir que veníamos de España, nos fuimos a la aventura. Bueno, de aventura poca, que todo está muy medido para que no se te coma un oso negro ni te pase nada. Pero a los que decidían adentrarse en la espesura (los que se ponían la partida en modo difícil), paraban allí para hacerse con unos contenedores de metal negro en el que guardar sus provisiones con el fin de que los plantígrados de la zona no se acercaran a ellos atraídos por el olor de la comida.

Goteja.

Goteja.

Peculiar para los que no somos de campo y para los que no estamos acostumbrados a lidiar con osos. Por otro lado los enormes contenedores de metal emplazados a lo largo y ancho de todo el parque para que los visitantes arrojaran en ellos la basura tenían en la boca unos gruesos mosquetones para asegurar las aberturas de entrada con el fin de que los osos no los abrieran y se hicieran daño al tratar de meterse por ellas buscando comida. Pero sigamos, Sigamos conduciendo hasta nuestro destino. Pero haciendo paradas para alucinar con vistas de impresión que, como ya dije con anterioridad en otras entradas, te muestran la grandeza de los Estados Unidos en términos geográficos. A pesar de estar rodeado de montañas y espesos bosques el límite del horizonte sigue estando muy, muy lejos. Tan lejos que hace que los elementos que rodean  tu punto de vista empequeñezcan aun siendo gigantescos riscos. Adelante, una vez más sobre cuatro ruedas. Si pensaban que íbamos a estar solo allí están muy equivocados. En el valle, donde aparcamos para nuestra primera ruta de senderismo había más gente que en una boda gitana. Tanto es así que nos costó aparcar pero no se crean que fue para mal, no. En el sitio en el que finalmente pudimos dejar el coche, bajo un arbusto tras un pequeño bañado había un ciervo a la fresca tumbado. En ese momento entendí porque diablos habíamos visto un millón de señales advirtiéndonos de que la carretera era cruzada por todo tipo rumiantes astados y plantígrados.

Salimos del automóvil y allí mismo un calorzaco me dio un bofetón de realidad importante. Hacía calor sí, pero lo peor era que no se movía una hoja y que el sol estaba por picar. ¿No detestan esa sensación de sentir la punta de las orejas a mil grados? Yo sí, tanto que cuando me pasa hasta me las imagino como si fueran las del Sr. Spock después de haber sido colgadas de un tendedero con pinzas de madera. Crema protectora y a tirar millas gastando suela. Gente, gente, gente, sombra, cataratas secas, cervatillos bebiendo en arroyos ponzoñosos, ardillas y fuentes de agua helada frente a unos aseos públicos en forma de cabaña de troncos digna de Grizzly Adams. Me llamo la atención que allí no había solo estadounidenses. No, allí había gente de todo el mundo, aunque los más preparados para estar allí (a pesar de las “comodidades” del valle) eran los norteamericanos. Ya saben…A country boy can survive (que musical me he levantado hoy) y un europeo, con pantalones de pinzas azules, que vi pastando por allí no. Ya les dije que esto no sería un tostón viajero de sabores, olores y vistas; para eso ya tiene los dos trillones de blogs/webs dedicados a tal menester. Pero, pero, pero…si  van por allí, por la Costa Oeste inviertan su tiempo en sitios tan increíbles como Yosemite. Su salud mental se lo agradecerá.

Antes de ir al siguiente punto de interés que la Ranger de los piercing nos había recomendado pasamos un segundo por las tiendas del valle para comprar recuerdos (un Imán, para más señas), unas bebidas (llevábamos agua en abundancia, pero me apetecía un Dr.Pepper diablos) y poco más.  ¿Y a donde íbamos? Pues al recorrido de las Secuoyas. Y allí llegamos, pero antes de hacer el moderadamente difícil paseo comimos. Yo comí un sándwich hecho con el fiambre y el carísimo pan de molde comprado el día anterior en San Francisco. Lo remoje todo con Dr.Pepper y de postre un platanito, que tiene mucho potasio. La comida la amenizaron unos abejorros, los gritos de uno de mis compañeros de viaje ante la acometida de los primeros, y unos españoles pertenecientes a esa tribu de individuos que van al gimnasio para lucir depilados resultados (desde aquí, a todos los que hacéis eso os dedico palabra: RIDICULOS).  Comimos, dejamos la basura asegurada en un contenedor anti osos y nos pusimos a hacer la ruta. Que contentos y fresquitos íbamos en la bajada. Que fácil. Que divertido. La vuelta seria de traca mora (dado que los moros son muy dados a liar tracas por aquello de vivir anclados en el medievo) pero esa fatigosa experiencia la dejo para más adelante. Los arboles tapaban el sol, por lo que el calor no era un problema. El firme, a pesar de las numerosas raíces que lo atravesaban tampoco. Seguimos avanzando hasta toparnos con el primer gigante y no saben lo pequeño que te pueden llegar a hacer sentir una vez estas a sus pies. Increíble.

Ese minúsculo punto azul a los pies del árbol no es un Pitufo, soy yo.

Ese minúsculo punto azul a los pies del árbol no es un Pitufo, soy yo.

Más allá del descomunal tamaño de las Secuoyas déjenme que les cuente que me llamo la atención de aquel ilustre paseo. Lo primero que hizo que mi memoria se activara fue el silencio. En algunos tramos el silencio es tan intenso que hasta duelen los oídos. No escuchas a los pájaros, no hay voces humanas, ni ruidos producidos por maquinas. Solo silencio. Y duele. Y asusta. Y te hace pensar en aquello de Si un árbol cae en el bosque ¿hace ruido al caer si no hay nadie para escucharlo? Lo siguiente que me llamo la atención fue el grupo de voluntarios que encontramos por allí limpiando el bosque. Cualquier voluntario siempre hace que me descubra ante ellos. Y para finalizar, más que llamarme la atención tuve un pensamiento lucido, mientras veía a los depilados de antes encaramarse al tronco de un árbol como monos, Y dice así: “si el ser humano tiene la oportunidad de hacer el imbécil, por diminuta que sea, hará el imbécil”. Como gran momento personal del viaje les contare que tuve la oportunidad de atravesar el tronco de una Secuoya horadada. Pensé que hacia mitad del trayecto tendría que dar marcha atrás debido a mi humanidad pero no, pude pasar y aunque me tropecé cuando ya iba prácticamente reptando (lo que me hizo adoptar la pose de uno de los pasos de baile más populares de los olvidados Kid ‘n Play) logre salir contento y cubierto de polvo por el otro lado.

Y de ahí la vuelta. Vamos a ver, no era escalar el Monte Gurugú a la pata coja y cargando un burro a los hombros, pero después del paseo la subidita puede cansar. Nos reíamos mucho de los que bajaban alegres (algunos de ellos en chancletas…) y descansados. De vuelta al coche decidimos ir hacia los otros puntos de interés. No entrare en demasiados detalles. Solo diré que impresionaban. Si, había turistas hasta debajo de las piedras (literalmente), pero aun así ese sitio estaba en paz, alejado de la mierda de mundo que hemos decidido montar entre todos. Vistas y lago (el Lago Tenaya para más señas donde unos italianos decidieron bañarse a pesar del fresquito que empezaba a hacer por los montes). Una enorme pradera, una escalada improvisada, más ciervos a lo suyo y una inesperada visita al cuarto de baño que termino en una enorme negativa por parte de mi organismo a la expectativa de hacer malabares sobre un boquete pestilente dentro de una letrina. ¿Y a que se debía tanta prisa para salir de Yosemite? Bueno, más que prisa lo llamaría ser practico. Nuestra siguiente parada (Mammoth Lake) se encontraba a más de dos horas de distancia y anochecería pronto. Habíamos cumplimentado nuestra cartilla del buen visitante con creces y teníamos carretera por delante por lo que el sentido común dictaminaba que iba siendo hora de marcharse. Antes de salir del parque hicimos otra parada en un merendero. Allí, los que pasarían la noche al raso se aprovisionaban mientras que un vagabundo con guitarra tocaba unos acordes esperando a que alguien le llevara. Me sorprendió, a medida que íbamos saliendo del parque, la gran cantidad de personas que se quedarían a pasar la noche allí. La mayoría en campings señalizados donde acomodar sus monstruosas caravanas. Unos pocos a los pies de los arboles a merced de los elementos y de Jason Vorhees.

Atravesando valles, escalando montañas a nuestra ciudad llegó en Ninja Hatori...¿no?

Atravesando valles, escalando montañas a nuestra ciudad llegó en Ninja Hatori…¿no?

Se nos hecho la noche encima pronto. Afortunadamente nuestro estúpido GPS tenía la dirección exacta del hotel en el que nos hospedaríamos por lo que no nos preocupaba perdernos. Si me preocupaba algo en plan película de terror como un pinchazo, un animalejo que se cruza y esas cosas, pero si mi fantasma está aquí escribiendo todo esto es porque no ocurrió nada… ¿o sí? No obstante, déjenme decirles que desde el asiento del copiloto, esas sinuosas carreteras rodeadas de árboles y por las que no transitaba un maldito coche, intimidaban al anochecer. Háganse la idea de que nos dirigíamos a una estación de esquí por lo que no nos cruzamos con demasiados coches (un motorista en un par de ocasiones). Evidentemente llegamos sin problemas. A pesar de estar más oscuro que el sobaco de un grillo (partiendo de la base que han de imaginarse a un grillo con axilas), el sitio era  espectacular. El hotel parecía sacado de una película donde los mega millonarios van a reírse de los pobretones mientras beben chocolate caliente llevando jerséis horteras en Aspen. Hotel impresionante y aire puro aparte sabes que estás ante algo autentico (pero civilizado) cuando el recepcionista te pregunta muy seriamente: ¿han dejado comida en el coche? Le pregunto porque los osos la pueden oler, bajar desde las montañas y destrozarles el automóvil. Es de esas frases que nunca, jamás, me habría imaginado escuchar. Por otro lado, el tipo nos advirtió que el restaurante estaba a punto de cerrar, que dejáramos las maletas en la consigna y que nos dirigiéramos a la planta superior para cenar y eso hicimos.

Primero nos atendió una maître que por el acento debía ser de argentina (luego mantuve una pequeña conversación con ella y me dijo textualmente: Los latinos somos una peste, en referencia a la masiva inmigración de iberoamericanos hacia Estados Unidos). Una vez nos acompañó a la mesa se hizo cargo de nosotros una simpática camarera. Pedí una hamburguesa. Estaba deliciosa. No diré que la mejor que comí durante el viaje pero estaba muy, muy  buena. Estaba de tan buen humor, me gustaba tanto el sitio y me lo había pasado tan bien que, anticipándome  a mi cumpleaños, decidí invitar a la cena de esa noche  y dejar una propina del 20%. Caro, si, desde luego…pero un día es un día y estaba tan a gusto que necesitaba que mi peculiar adrenalina siguiera fluyendo. Y siguió porque una vez llegamos a la habitación mi espalda canto el Aleluya de Haendel. ¡Una cama de verdad!; Mi espalda se hubiera frotado las manos si las tuviera. Por fin, tras tres insufribles noches batallando con el minúsculo plegatin del Hotel Beijou en San Francisco dormiría en una cama de verdad. Y por si eso fuera poco, la conexión Wifi (utilizada para mandar diversas pruebas de vida como audios, fotos o vídeos) funcionaba como un tiro y eso que estábamos bastante lejos del edificio principal. Al final, que gran verdad es la que reza que las cosas que nos hacen felices son las pequeñeces.

¿Pero cuando van a clonar a uno de estos bichos?

¿Pero cuando van a clonar a uno de estos bichos?


Otras exóticas aventuras en:

Un idiota de viaje – Consideraciones viajeras y primera noche en L.A.

Un idiota de viaje – Los Angeles: Dos noches y un dia.

Un idiota de viaje – Adiós a Los Angeles y una road movie.

Un idiota de viaje – Sal de mi pueblo If you’re going to San Francisco.

Un idiota de viaje – Un hippie se subió a un tranvía en San Francisco mientras un recluso le estaba mordiendo la pierna. 

Un idiota de viaje – Con el ciruelo al aire por las calles de Frisco.


contacto@cincodays.com

Síguenos en Facebook:

https://www.facebook.com/Cincodays/

Síguenos en Twitter:

@Cincodayscom

 


Archivado en: Cajon de Sastre, Un Idiota de Viaje, viajes

Un idiota de viaje – Jugando al golf con el Diablo

$
0
0

Un idiota de viaje…por César del Campo de Acuña

Jugando al golf con el diablo

Imagínense despertar al son de la Obertura de Guillermo Tell compuesta por Gioachino Rossini. Paz y armonía para un cuerpo descansado que recibe un nuevo amanecer junto a las montañas al ritmo de La mañana de Edvard Grieg (ven, en Un idiota de viaje no solo se ríen, sino que además aprenden). Que bucólico. Que hermosura. Que trompazo casi me pego al entrar al cuarto de baño a oscuras. Con mi tarjeta llave en la mano, aseado y deseoso de comenzar la jornada deje la habitación  en penumbra para disfrutar de la naturaleza. ¡Pureza! Como diría Perro muchacho. Paseé por las instalaciones alrededor del hotel respirando profundamente, fijándome en que porras hacia funcionar aquella estación de esquí en verano, en un tótem y en unas tallas de madera de unos simpáticos osetes. Tras grabar una nueva prueba de vida (en esta ocasión un audio comentario) me dirigí al interior de nuestro lujoso y montañés hotel para comer algo. No, no teníamos desayuno concertado y no, tampoco tenía intención de que me pegaran un palo económico tempanero, por lo que en una suerte de cafetería situada justo enfrente del gimnasio (donde uno de mis compañeros de viaje se estaba ejercitando en esos momentos) compre un zumo de manzana, un bol de cereales Cinnamon Toast Crunch Cereal (cualquiera que me conozca sabe lo mucho que me gusta la canela), una botellita de leche para remojar lo anterior y un imán de recuerdo.

Una vez me zampé todo aquello como un campeón (con la ilusión mental de empezar a controlar lo que iba a comer desde ese mismo instante) y recicle los envases en unas papeleras situadas en la puerta de entrada del hotel para tal efecto. En el trayecto hasta mi habitación me pare a hablar con uno de los empleados. Era de origen mexicano y estuvimos hablando de todo un poco; de nuestro viaje, de cómo estaban las cosas en México debido a la inseguridad, de cómo estaban las cosas en Europa gracias a los Islamonazis y a los progres gilipollas, de los motivos que le habían empujado a cruzar la frontera y establecerse lejos de una gran ciudad con su familia, de cómo se había forzado a acortar su nombre de César Alejandro a Alex por lo mucho que le costaba a los estadounidenses pronunciarlo…una buena charla sin duda. Un buen tipo al que espero, este donde este ahora mismo, le vaya bien. Una vez en mi dormitorio arregle mi maleta y espere dibujando a que mis amigos hicieran lo propio. ¿Teníamos prisa?, no lo cierto es que no, pero si queríamos visitar Mammoth Lakes antes de salir rumbo al Valle de la muerte, nuestra siguiente parada. Una vez hicimos el check out pude ver como la estación de esquí funcionaba en verano.

No había un punto donde mirara en el que no hubiera alguien realizando algún tipo de actividad. Escalada en un rocódromo, descenso en BMX, senderismo, paseos en bicicleta, lazada de terneros (bueno a unas balas de paja con una cabeza de ternero de plástico clavadas en ellas), alquiler de monopatines 4×4 para descensos, tres en raya, cornhole, lanzamiento de herradura,  excursiones… vamos, que lo tenían bien montado. Nosotros optamos por hacer senderismo ¿y dónde? Pues por Mammoth Mountain para ver Devil´s Postpile (el primer encuentro con el diablo ese día) y Rainbow Falls. Alex nos advirtió que no podríamos subir a la montaña con el coche por ser demasiado tarde y por el limitado acceso a la montaña de los mismos pero aun así lo intentamos. No hace falta que diga que no pudimos pasar aunque lo esté haciendo. Volvimos, compramos los tickets del autobús que nos llevaría hasta allí y alé en marcha, a circular por una carretera de montaña que me recordó a la de Despeñaperros en sus buenos malos tiempos pero todavía peor y en la que no cambian dos autobuses. A pesar del miedo que en general me da casi cualquier vehículo (me gusta el cine de terror y me dan miedo los coches y aviones…si ¿Qué pasa?) el trayecto no se me hizo especialmente largo y eso que le tuvimos que ceder el paso a un autobús que subía. Una vez nos apeamos en la parada que más cerca nos dejaba de Devil´s Postpile, nos recibió un cartel (bueno y una Ranger que estaba enseñando no sé qué a unos niños) en el que te explicaban que hacer si te topabas con un oso. No corras, haz un grupo con la gente que te acompañe para parecer más grande, levanta los brazos y si ves a unos oseznos ten cuidado porque igual su madre te despedaza (esto no se lo explicaron al de El renacido).

Ordena tus juguetes...que luego los piso.

Ordena tus juguetes…que luego los piso.

Embadurnados en crema protectora (sazonador para osos), nos pusimos a andar y en un dos por tres son seis llegamos hasta el monumento nacional de Devil´s Postpile. Singular formación de rocas enmarcada en un paraje increíble. Eso es todo lo que tengo que decir al respecto de lo que el Diablo esculpió en Mammoth Mountain. Pero, si tengo mucho que decir al respecto de esas personas que deciden hacer senderismo llevando chanclas o sandalias. ¿Son ustedes imbéciles o que les pasa? Por muchos calcetines que se pongan ese no es el calzado apropiado para ir a pasear por la montaña (y esto lo dice el individuo que calzaba unas zapatillas cutres de Decathlon) y menos si pesan un quintal. ¿Es que no lo ve? ¿Es que pretende defraudar al seguro? Pero no, no fue solo esa señora, no. Claro que no. Ahí estaba, una yaya japonesa con su pantalón de tela, su visera y sus zapatos campo a través junto a su marido. Y a pesar de todo, menudo ritmo tenía la señora. Era el cuento de la liebre y la tortuga. A poco que la adelantáramos, como paráramos a hacer una foto al minuto la veíamos asomando la cabeza por el montículo más cercano. Pero claro esto no es un discurso de todo el mundo es tonto menos yo; si reparto hacia un lado también me sacudo a mí mismo y por eso les cuento lo siguiente. A lo largo del camino nos fuimos encontrando con una ingente cantidad de heces. Justo al lado de uno de esas pestilentes montañitas de materia fecal había unas huellas. Mi Félix Rodríguez de la Fuente interior llamo a mi cerebro y le dijo: “dile a la boca que diga en voz alta que esto es una bosta de oso” y eso hizo. Mi sonrojo fue mayúsculo cuando al rato nos topamos con un grupo de turistas/excursionistas a caballo y ya saben que los equinos son máquinas de defecar andantes. Y no, no me avergüenzo de haber metido la pata hasta la huevada, no. Así es la vida. No obstante en mi defensa debo decir que en todo el camino vi una sola marca de herradura y que al lado de la mierdaca que me había hecho aseverar en voz alta aquella estupidez había una huella similar a la de un perro grande. Pero sigamos adelante.

Y caminamos. Y vimos ardillas. Y nos cayó una chicharrera de órdago. Debido a un incendio, provocado presumiblemente por un rayo, la senda que nos llevaba hasta Rainbow Falls era un camino de tocones y arboles raquíticos a los que ponía música el discurrir del cercano rio. El lento proceso de la reforestación no arrojaba sombra alguna en el camino. Pero llegamos, con el pelo a mil grados, pero llegamos. Y allí estaban las cataratas. Y unos turistas portugueses o brasileños tirados sobre una roca junto a ellas. No miento cuando a los pocos minutos la abuela japonesa y su marido hicieron acto de presencia. La vuelta fue dura. Nos dirigíamos a otro punto para coger el autobús que nos devolviera al pie de la montaña y en esta ocasión era cuesta arriba. Les ahorrare el penoso relato hasta el punto de extracción (¿no les encanta utilizar jerga militar?) pero si les diré que pasamos al lado de las caballerizas de donde salieron los equinos cagones, atravesamos una zona de profundo silencio, vimos más ardillas y una buena colección de troncos podridos. Lo mejor estaba por llegar. Cuando divisamos el campamento base el bus que nos tenía que llevar abajo estaba allí aparcado. Apretamos el paso y le preguntamos al conductor que si nos podía esperar un segundo, que íbamos a comprar una botella de agua en la tienda y salíamos. Y nos dijo que sin ningún problema. Cuando salimos del ultramarino montañés ya no estaban ni las tuercas del cacharro para la suma indignación de uno de mis alegres compañeros. No nos quedaba más remedio que esperar a la sombra, alejados de los campistas allí congregados por motivos de espacio y comodidad, a la par que mis amigos se acordaban de la madre del conductor. Nos había troleado en la vida real. Al rato ¿Quién apareció? ¿Otro autobús? No, claro que no. La abuelilla japonesa y su marido hicieron acto de presencia y pocos minutos después otro bus.

Superando con A+ a la goteja.

Superando con A+ a la goteja.

La vuelta hasta la base de la montaña, donde teníamos aparcado el coche, se me hizo más larga. ¿Cansancio? ¿Insolación? Ambas podrían ser correctas. Sea como fuere, a los pocos minutos de llegar ya estábamos en marcha. Teníamos más de tres horas por delante hasta nuestro siguiente destino: El valle de la muerte. No hay mucho que contar con respecto a aquel viaje en carretera en particular más allá de ver el progresivo cambio de paisaje. Si pude ver a esos enormes unifamiliares sobre ruedas arrastrando todoterrenos y a una cabeza tractora tirando de otras dos montadas sobre su estribo (como una rodante torre de camiones en pendiente). Paramos a comer cuando el termómetro comenzaba a subir peligrosamente. La misma gasolinera en la que repostamos antes de llegar al caluroso valle mortífero era un Carl’s Jr (una cadena de comida rápida como McDonalds, Burger King o Wendy´s) por lo que decidimos probar. Como no todos compramos algo allí, nos sentamos en unos bancos de madera situados en un parque cercano. Mis amigos le daban la espalda a la carretera que cruzaba aquel pueblo mientras que yo no paraba de fotografiar con la mente. Cuervos como gatos aparte (teníamos una bandada al lado) me fije en una pareja al otro extremo de la carretera que estaba haciendo autostop. No tardaron en encontrar quien les llevara. Una enorme pick-up negra se detuvo unos metros más adelante y les invito a subir. Echaron a correr y se subieron rumbo a Dios sabe dónde. Mi enfermiza mente de aficionado al cine de terror más bestia empezó a imaginar escenarios terribles en las dos direcciones. Buen samaritano asesinado por pareja de autoestopista o un cartel de dos personas desaparecidas en un corcho atestado de anuncios similares en una comisaria desvencijada.

¿Pararían por un autoestopista? La ficción me ha enseñado que nunca es una buena idea por lo que probablemente no lo haría. No fueron pocos los autoestopistas que vimos (o vi) a lo largo del viaje. Casi siempre en pueblos pequeños como en el que habíamos parado a comer. Oh… ¿y qué tal Carl´s Jr? Bueno, solo puedo decir por las dos cosas que tome es que si han comido en Burger King han comido en Carl´s Jr. Volvimos al coche y el termómetro llego a superar los 40 grados al poco de continuar la marcha. Pleno y puro desierto. Pero no crean que el sol les fríe el cerebro a los lugareños. A sabiendas de que se trataba de la última gasolinera en kilómetros a la redonda, la que estaba en el interior del Valle de la muerte tenía los precios más caros que vimos durante todo el viaje (háganse la idea de que no solía costar la gasolina más de 2.50$ dólares el litro y la de aquel inhóspito lugar superaba los 4 dólares). Evidentemente, y como han podido leer llegamos al valle ¿y saben qué? Allí no había ni el tato para pedirnos nuestro pase de acceso a los Parques Nacionales. ¿Sería por el calor? (llegamos a superar los 48 grados), por vagancia o por el mero hecho de que no demasiadas personas paran por allí. Quién sabe. Solo en Yosemite tuvo utilidad. Hasta que llegamos al hotel nos fuimos cruzando con unos vehículos cubiertos con un material de color negro que nos llamaron bastante la atención. Cuando finalmente llegamos al peculiar, sencillo y terriblemente autentico Stovepipe Wells Village pudimos aparcar junto a uno de aquellos coches. Se trataba de un prototipo y un papel pegado en una de las ventanas advertía al que pusiera sus ojos sobre aquel vehículo que nada de fotografías o que se atuviera a las consecuencias legales de perpetrar tal acto de maldad en contra de la propiedad intelectual de una desvalida multinacional. Bromas aparte, una vez entramos en la recepción del Motel, pude leer que se estaba realizando una suerte de convención de aquella marca allí. Eso me dio que pensar: “una compañía refugiándose en uno de los puntos más áridos del planeta para guardar un secreto… ¡Complot mundial!…Pero claro, por pocas personas que por aquí pasamos su presencia destaca sobremanera… ¡Vamos a morir!…”

Niño vete al ultramarino y tráeme repelente de serpiente.

Niño vete al ultramarino y tráeme repelente de serpiente.

Aparcando mi neurosis, hicimos el check in y nos dirigimos a nuestra habitación Los aires acondicionados del resto de cuarto, así como el del nuestro, gritaban y traqueteaban. Casi 50 achicharrantes grados estaban aplastando ese lugar. No me gusta el calor y supongo que por eso no estaba de especial buen humor. Rezongando un poco me forcé a levantarme y a visitar los diferentes puntos de interés del parque que previamente habíamos marcado en una guía. Paramos en unas dunas de película (No sé porque porras se van a Marruecos cada vez que quiere rodar Tattoine en lugar de utilizar una localización tan maja como esa). Estuvimos en el punto más bajo sobre el nivel del mar de Estados Unidos (Bad Water, un inhóspito lugar azotado por los vientos del que brotaba agua sulfurosa) y recorrimos El campo de Golf del Diablo (aun me pregunto cómo nuestro coche salió de una pieza de aquel sitio). Paramos en la Paleta del artista (un sitio de enormes y coloreadas formaciones rocosas) y estuvimos a punto de entrar en Copper Canyon pero la noche se nos echó encima y allí no se veía un pimiento (como para ponerse a hacer senderismo). Esto que así contado pierde es un espectáculo natural de la pera limonera y si algún manguta les dice alguna vez que aquello es un secarral es que no tiene ni idea de lo que es un secarral. Me dio por pensar lo mal que lo tuvieron que pasar los primeros diablos que por allí cruzaran. Es un sitio brutal y despiadado donde hace calor todo el día (las rocas hacen que la temperatura no baje demasiado por la noche, a diferencia de lo que ocurre en el desierto) y donde literalmente no hay otra cosa que muerte. Con aires acondicionados y coches que bien se vive amigos.

Noche cerrada. Llegamos al hotel y nos dirigimos al Saloon (sin furcias y sin pianola) para cenar. Más allá de que unos turistas (hey…como nosotros) trataron de colarse en ese incomodo momento en el que te tienen esperando detrás de un atril a que te den mesa (yo estaba planchando centavos con una maquina) no tardaron demasiado en escoltarnos hasta donde reposaríamos nuestros traseros. No tenía demasiada hambre por lo que solo pedí un entrante para cenar y una Coca-Cola. Las bebidas eran Refill y si no recuerdo mal me pude beber tres generosos vasos de refresco hasta que llego la cena y no porque estuviera sediento por mi experiencia desértica de la tarde, sino porque el servicio fue lento a rabiar. Una vez cenamos, salimos de allí para ser abofeteados por el calor nocturno, el cual invito a uno de mis acompañantes a bañarse en la piscina del Motel (que estaba abierta hasta la media noche, la hora de los coyotes). Mientras se cambiaba de ropa, me quede en recepción gonorreando Wifi y en una de estas entra un turista alemán y le pregunta al tipo de detrás del mostrador (un afroamericano que no parecía muy despierto): “¿los escorpiones de aquí son peligrosos? No – contesto el muchacho – Los escorpiones de esta zona solo son peligrosos si eres alérgico a las picaduras de insectos como abejas o avispas ¿Por qué? – Preguntó en esta ocasión el empleado del hotel – Porque me acaba de picar un escorpión en mi habitación respondió el teutón. ¿Les ha pasado alguna vez algo así? Estar en un hotel con escorpiones en los cuartos hace que tu masculinidad aumente varios puntos y que la barba te crezca más rápido (aunque por si acaso mire por todas partes una vez volvimos a nuestros aposentos y no me encontré con ninguno de estos bichejos). A pesar de mi mal café de la tarde, aquel sitio me gusto y mucho. A pesar de que disfrute de San Francisco como un gorrino en un barrizal, los Parques Naturales ganaban por goleada en aquel momento a las ciudades. ¿Forzaría el empate Las Vegas? ¿Lograría hacerme cambiar de parecer la ciudad del pecado? …chan, chan, chan…próxima aventura en su casa.

sunset-death-valley-cincodays

Se pone el sol en un lugar en el que solo hay muerte (que dramático)


Otras descacharrantes historias en:

Un idiota de viaje – Consideraciones viajeras y primera noche en L.A.

Un idiota de viaje – Los Angeles: Dos noches y un dia.

Un idiota de viaje – Adiós a Los Angeles y una road movie.

Un idiota de viaje – Sal de mi pueblo If you’re going to San Francisco.

Un idiota de viaje – Un hippie se subió a un tranvía en San Francisco mientras un recluso le estaba mordiendo la pierna. 

Un idiota de viaje – Con el ciruelo al aire por las calles de Frisco.

Un idiota de viaje – Going up the country.


contacto@cincodays.com

Síguenos en Facebook:

https://www.facebook.com/Cincodays/

Síguenos en Twitter:

@Cincodayscom


Archivado en: Cajon de Sastre, Un Idiota de Viaje, viajes

Un idiota de viaje – Bienvenidos al fabuloso vertedero de Norteamerica

$
0
0

Un idiota de viaje…por César del Campo de Acuña

Bienvenidos al fabuloso vertedero de Norteamérica

Y allí estábamos, en mitad del Valle de la Muerte en pijama. Deambulando por los alrededores de Stovepipe Wells Village acompañados por el graznar de los cuervos y el calorcete mientras veíamos amanecer. Coches momificados al sol (al parecer el clima seco de California los conserva estupendamente), pero no de la Toscana, completaban el paisaje de aquel villorrio para turistas. No sé si fue por descuido o por las altas temperaturas pero aun no entiendo el motivo que llevo a una familia a dejar el maletero del coche abierto durante toda la noche. Igual es costumbre allí la de dejar secar o enfriar las cosas porque cuando salimos de la habitación de buena mañana nos encontramos la barandilla llena de bañadores, calcetines y toallas. También zapatos junto a la puerta, lo cual es una mala idea en un lugar tan inhóspito como ese y no porque te los roben, no. Verán, durante mi pre adolescencia, emperrado en ser más pringado aún me dio por la entomología a lo bestia (como a Urkel en Cosas de casa vamos) y claro, aprendes algunas cosas como que a los insectos adoran los lugares oscuros y húmedos para guarecerse. ¿Y qué lugar oscuro y húmedo pueden encontrar en mitad del desierto? Pues la parte interior de un zapato y teniendo en cuenta que el día anterior un escorpión había picado a un bávaro en su cuarto arriesgarse a que uno de estos arácnidos con cola decida esconderse en ellos es cuando menos insensato. Para su consideración y aprendizaje les diré que la araña conocida como Viuda Negra es la más peligrosa del mundo no porque su veneno sea el más terrible sino porque le encanta anidar en zapatillas. Alé, ya les he metido el miedo en el cuerpo de por vida y los veo revisando sus pantuflas hasta el fin de los días.

Sea como fuere antes de abandonar aquel oasis (cursi pero acertado) paramos en la tienda de regalos y cachivaches para hacernos con los imanes de rigor. Aún conservo la bolsa del sitio por lo chulo que me pareció el logo. Estuve tentado a comprar una hebilla de cinturón enorme, pero donde vivo ya me conocen demasiado y no es mi intención pasar a la posteridad como “el tonto de la hebilla”. Añado al detalle que compre un Gatorade sabor ponche de frutas, un mejunje al que me aficione durante el viaje y que, evidentemente no encuentro aquí. Check out, carretera y manta. Rumbo a Las Vegas, pero haciendo paradas, como la que nos llevó a parar justo encima de Bad Water, para ver toda la terrorífica extensión de terreno que conformaba El Valle de La Muerte. Turistas italianos aparte (que nos pidieron que le hiciéramos una foto) nos fijamos en un Hummer H2 envuelto en la bandera norteamericana de la compañía turística Big Horn de Las Vegas. El conductor era un tipo disfrazado de vaquero (o igual viste así siempre, vallan ustedes a saber) con su sombrero, sus botas y su hebilla antibalas. Mencionado esto déjenme que pare para otra de esas alegres reflexiones personales, en este caso sobre el mortífero valle. Si, debió ser el infierno en la tierra cruzarlo sin medios. Tiene que ser un asco que se te pinche una rueda allí. Por supuesto que hace un calor terrible. Pero, pero, pero…tampoco es tan fiero el león como lo pintan ya que el tráfico rodado es bastante abundante, la carretera está llena de paradas turísticas y si bien es cierto que Stovepipes Wells Village es el hotel que está justo en el centro del valle, en la salida hacia Bad Waters (que está a unos 20 minutos en coche) hay otro (con una pinta de hacienda mexicana de narcotraficante que tira de espaldas) por lo que el sitio, siendo inhóspito, tampoco lo es tanto por la afluencia de turistas.

A su izquierda muerte. A su derecha más muerte.

A su izquierda muerte. A su derecha más muerte.

Volviendo al camino, salimos del valle. Salimos sin utilizar el maldito pase para los Parques Nacionales, y no, no es que les esté animando a no comprar el pase si alguna vez se ven por allí, pero lo cierto es que para nosotros, como ya descubrirán, fue bastante inútil. En la garita de los Rangers no había ni Perry y evidentemente pasamos de largo. Al rato de la marcha nos vimos metidos en un pequeño embotellamiento a causa del asfaltado de la carretera. Tampoco crean que nos entretuvo mucho. Música, Las uvas de la ira y conversaciones monguer sobre la ciudad del pecado ayudaron a pasar aquel pequeño retraso en el que sería uno de los desplazamientos más cortos de todo el viaje. Una vez escapamos de las garras del trafico Las Vegas se comenzaba a sentir en el ambiente. Pero que dice oiga, está usted tonto o es que se le ha frito el cerebro de tanto sol – pueden estar pensando – No, no…nada más lejos, hicimos una nueva parada para repostar combustible y en el interior de la gasolinera, aparte de atendernos una rotunda y amable mujer, pudimos ver una ingente cantidad de máquinas tragaperras apoyadas contra la pared situada a la derecha de la entrada del establecimiento (y a un señor mayor arreglando una de ellas). Ya saben en Nevada el juego es legal asique hay maquinas hasta dentro de un bol de fideos (premio para el que adivine la referencia). Otra cosa que me llamo la atención es que en el estado en el que nos encontrábamos gustaba lo Cowboy, porque en cada pueblo/población que atravesábamos había una tienda de ropa Cowboy. ¿Personajes dicen? O si, nos llamó la atención uno que vimos caminando al lado de la carretera que tenía una pinta de Redneck (garrulo de pueblo) peligroso que tiraba de espaldas. Para que se hagan una idea, aquel tipo sin rumbo tenía un aspecto más cercano a Trevor de GTA V que a los violadores montañeses de Defensa/Deliverance de 1972.

El viaje se hizo corto. Ahí estaban la fabulosa Las Vegas, rodeada de barrios residenciales conformados por viviendas clonadas de color tierra en las que los veganos desempeñaban sus vidas alejados de las luces, el oropel y el mármol de contrachapado con el que embaucar a turistas poco ilustrados. Las Vegas, al fin, y entramos a ritmo de Elvis Presley aunque siento decir que no fue acompañados de Viva Las Vegas, Blue Suede Shoes o Hound Dog sino por la balada Always on my mind que por derecho es una gran canción pero bastante bajonera para entrar en la ciudad del pecado. Sea como fuere, ahí estábamos viéndoles el culo a los hoteles del Strip, porque no entramos desde el famoso cartel de bienvenida a la ciudad, sino por la autopista y de ahí a nuestro hotel, el Treasure Island o TI para abreviar (abreviación que uno de mis compañeros de viaje confundió con Todo Incluido). Nuestro hotel tenía ambientación pirata y es que en Las Vegas no hay un hotel normal, es como una colección gigante de habitaciones fantasía de un motel para parejas. Que si el que parece Venecia, el que parece una carpa de circo, el que parece Paris…todo tiene el inconfundible sabor sintético de algo real que está en el imaginario colectivo. El caso es que, dispuestos a no pagar un duro de más pasamos de los aparcacoches (total, el consejo de Sharon Stone en Casino de Martin Scorsese ya no nos valía para nada…Las Vegas que sale en esa película ya no existen) y nos fuimos directos al aparcamiento del hotel. Si, tuvimos que arrastras nuestras maletas hasta el mostrador de recepción pero en el camino hacia allí me encontré cuatro centavos en el suelo. La suerte me sonreía en la ciudad del juego.

treasure-island-las-vegas-cincodays

¿Todo incluido?

Una vez en el mostrador de información nos dieron el primer puñetazo en la boca del estómago. Deseosos de tener una conexión Wifi igual de decente que la de Mammoth Mountain Inn, preguntamos por la clave de la misma y el regordete tipo tras el mostrador nos dijo que no era gratis. Que costaba 35$ al día o una barbaridad por el estilo. Me dieron ganas de decirle que su madre cobraba menos, pero ¿qué culpa tenia aquel infeliz de que en ese hotel fueran más sacacuartos de lo normal? Puede que ahora mismo estén pensando que somos unos adictos a la tecnología y demás pero con un triunvirato de madres al otro lado del charco a las que tener que estar mandándoles constantemente pruebas de vida en forma de foto, audio o video ya me dirán ustedes si hace falta o no internet. El caso es que pasamos del Wifi (pasamos de los aparcacoches, del Wifi…ahorrando) y nos fuimos hacia el ascensor que nos conduciría a nuestra habitación atravesando el casino. El nivel de personajes que había acodado en máquinas y mesas era importante pero tampoco me llamo ninguno especialmente la atención. Tras sortear al gorila de la puerta y a su chaqueta roja quema corneas subimos a la habitación. Espaciosa, con buenas vistas y grandes camas. Hey, y la nevera estaba vacía, podríamos guardar nuestra mugrienta colección de botellas de plástico llenas de agua de grifo en algún sitio. ¡Estupendo! Aquello tampoco tenía mucha historia, a fin de cuentas, era una habitación, eso sí, la más lujosa del viaje hasta el momento. ¿Y qué haces en Las Vegas? A pesar de lo mucho que habíamos fantaseado con volvernos adictos a la prostitución, al juego o a la bebida, somos buenos chicos asique nos fuimos a pata a Fremont Street para comer y ver toda aquella zona.

Aquello fue un error mayúsculo. El sol que estaba pegando en el strip no era normal y encima, sin el cobijo de edificios altos y su sombra la sensación de calor era aún mayor. Poco después de pasar el hotel Circus Circus nos rendimos y cogimos un autobús que nos llevara hasta nuestro destino. Después de pasar algo más de 40 minutos al sol de Las Vegas y con la punta de las orejas como cangrejos de río habíamos tenido suficiente. ¿Y dónde porras íbamos a comer? Pues en un sitio con el que había estado dando la matraca desde que lo descubrí un día viendo vídeos del gordinflón de Adam Richman, el Heart Attack grill. Oigan y que dan ahí ¿pienso? No, no dan hamburguesas mastodónticas, patatas fritas con chile, perritos calientes y casi cualquier cosa que te pueda hacer sufrir un ataque al corazón. De hecho es uno de esos restaurantes temáticos cachondos donde nada más entrar ya estás haciendo el estúpido porque la vida es breve. ¿Y cómo haces el estúpido nada más entrar? Pues de dos formas, pesándote en una báscula para camiones que tienen en la puerta y poniéndote un batín de hospital de esos que te dejan con el trasero al aire para jolgorio de enfermeras y celadores. Oh y hablando de enfermeras, todas y cada una de las camareras van vestidas de enfermera de peli porno y el resto del personal de los mongólicos de Scrubs. La gracia es que la comida, sabrosa y barata, es súper calórica y cuesta Dios y ayuda terminarse una sola hamburguesa pero claro, si no te terminas todo lo que hay en el plato, hay castigo. ¿Y cuál es el castigo? Pues un azote (o varios) en el culo con una pala de madera. Me juego el dinero que no tengo a que más de uno (y de una) han salido calentitos del restaurante y no por la azotaina (a buen entendedor…).

heart-attack-grill-cincodays

el que se pida la Octuple Bypass desea morir siendo azotado.

Nos atendió una diminuta camarera que atendía (y atiendo, digo yo) al nombre de Nurse Lola. Pedimos dos raciones de patatas, refrescos, dos hamburguesas doble bypass y una simple. Una enfermera pelirroja estaba bateando traseros a lo bestia y ante la expectativa de que me zurraran comí como si no hubiera un mañana. Y no solo fue por eso. Las hamburguesas, las patatas y el sólido batido que tome estaban muy, muy ricos. De hecho, si alguna vez vuelvo a pasar por Las Vegas repetiría. Creo que el restaurante es uno de esos sitios ideales para: A) Muy gordos (si pesas más de 150 kilogramos comes gratis) y B) Despedidas de soltero. Divertido (había un señor al que le podría haber dado un sincope de todo lo que se estaba riendo ante las azotainas, videoclips (la inmensa mayoría de ellos protagonizados por la Enfermera Lola) y la decoración. La tontería y la cuchufleta llegaban hasta el baño donde podías orinar sobre fotos de Hillary Clinton y Donald Trump. Siento no haber comprado una camiseta de Bacon Bondage porque es muy yo en muchos sentidos, pero que se le va a hacer. Así tengo más motivos para volver. El restaurante esta al pie de la calle Fremont, ese tramo completamente cubierto de luces cual feria de pueblo a lo bestia. Pero eran poco más de las 4 de la tarde asique de luces nada. Pero la falta de luz no impide que los personajes salgan en Las Vegas a pasearse. Desde imitadores de Danny DeVito, cosplayers de Dead Pool, titiriteros, pedigüeños que en sus carteles ponían directamente FUCK YOU (todavía no entiendo esa campaña de marketing), una tiparraca con unas esposas y una pistola de pirata que se me acerco, algunos locos y un abuelo (pero como de 80 castañas) en triquini (esa imagen ha borrado a la ballena blanca de mis pesadilla). La fauna en general de Las Vegas estaba empezando a desbancar al vejete en porretas de San Francisco.

¿y porque digo en general? Porque si piensan que en Las Vegas queda algo del glamour de antaño están muy equivocados. Las Vegas es el vertedero de Norteamérica. Y ojo, que no lo digo yo, que lo dicen todos los norteamericanos que tengo el placer de conocer y no son pocos (vivo muy cerca de la base naval de Rota). Ellos, de una manera cortes lo definen como: Trashy. Yo lo defino como vertedero. Dejando a un lado a los que allí trabajan, los que por allí se pasan y no van de turisteo son la colección de horteras más grande del mundo. En su mayoría parecen personas que van en busca de ese gran golpe de suerte que les saque de la miseria momentáneamente y eso es triste. Y no, no me escandalizo por el tema moral (si hay un sitio sexualizado en la tierra es Las Vegas), eso me da igual porque tengo muy claras mis convicciones, pero todo es tan de medio pelo, tan cutre, tan chabacano que ataca a todos y cada uno de los sentidos. El caso es que personajes aparte, policía a pie (acojonan cuando los ves en tropel) e intentos de conseguir Wifi, empecé a sentirme mal. No por la comida no, sino por la solanera que nos dio hiendo hacia Fremont. Pero antes de que la bajada de tensión me dejara para el arrastre y me devolviera prematuramente al hotel, les contare que pase por la tienda de juguetes Toy Shack (famosa por aparecer en El Precio de la Historia), donde conocí al dueño y compre un regalo para uno de mis sobrinos (me hubiera encantado comprar algo para mí pero los precios eran imposibles para mi bolsillo. Más de 600$ por Dusty Rhodes… ¡amos hombre!) y que desaprovechamos nuestra gran oportunidad en Las Vegas. Les contare como fue.

freemont-las-vegas-cincodays

Aquí la calle Freemont. Aquí unos amigos.

Paramos en uno de los casinos situados en la calle Fremont para ir al baño (insisto, los norteamericanos no tienen ningún problema a la hora de vaciar su estómago en un servicio público) con el fin de lavarnos los dientes. Siendo dos chicos y una chica nos separamos. Al parecer mi compañera de viaje, mientras se lavaba los dientes sintió como algo se le movía por encima de la ropa, se incorporó y según nos contó tenía el escarabajo o cucaracha más grande del mundo reptándole por la ropa. En lugar de salir por piernas y montar un escándalo de 10.000$ por su silencio en el hotel, por medio de señas consiguió que dos tiparracas bastante borrachas le quitaran la criatura de encima y la arrojaran en un cubo de la basura cercano. Y ahí termino nuestra gran oportunidad de dar un pelotazo en Las Vegas. En la papelera de un baño de señoras del Golden Nugget. Ya les he dicho que comencé a sentirme francamente mal. Me tuve que ir de vuelta al hotel. El autobús lo conducía un tipo que parecía un extra de una película de John Singleton. Llegue, me confundí de planta, baje a recepción, me dieron el número exacto y volví a subir para ponerme en horizontal a oscuras antes de que esa bajada de tensión se convirtiera en una insoportable migraña. Recuerdo que me molesto no encontrar la habitación a la primera. Normalmente tengo un sentido de la orientación excelente. En mi defensa debo decir que todas las plantas eran exactamente iguales.

Un par de horas más tarde, mis amigos aparecieron y yo, aunque algo grogui ya estaba bastante mejor. Pasado un rato, con la noche encima, salimos hacia la calle y si por la mañana nos fuimos dirección norte, a oscuras nos fuimos dirección sur para ver el los espectáculos gratuitos del Cesar Palace y el ambiente nocturno de Las Vegas. Aun me sorprende la increíble cantidad de tarjetas de prostitutas que nos daban en cada esquina. Termino por convertirse en un juego de cromos para ver cuales teníamos y cuales sí. Especial gracia nos hizo uno de los repartidores que nos dio un taco de estampitas. El tipo, cada vez que alguien aceptaba lo que le ofrecía hacia un gesto de victoria con el puño como diciendo: “bien. Cojonudo. Soy el número uno de los repartidores de tarjetas de putes”. Tras caminar entre la marabunta, ver coches alucinantes (de recreo, particulares o de excursiones), llegamos al Cesar Palace para ver La Caída de la Atlántida (un espectáculo con animatronics en el interior de la galería comercial) y el baile de luces y fuente (el cual vimos a ritmo de I`ve Got You Under My Skin canta por Frank Sinatra). Más allá de que el espectáculo de la fuente me gusto y de que nos perdimos buena parte del de la Atlántida les hablare de los casinos, de sus galerías comerciales y de la idiosincrasia de Las Vegas.  Da la sensación, por la cantidad de tráfico aéreo comercial de grandes dimensiones que ves ir y venir, que a la ciudad nunca para de llegar y marcharse gente. Siempre había alguien a punto de irse o haciendo el check in en su hotel.

Por otro lado, los hoteles utilizan la técnica Corte Ingles, que es privar a sus huéspedes en las zonas comerciales de la luz solar para desorientarlos. Todo iluminado con luz tenue. En la zona de tiendas del Caesar Palace, por ejemplo, parecía que estabas sumido en un perpetuo atardecer. Sofocar el calor de la calle con una temperatura agradable también ayudaba a que nadie se preguntara porque había menganos y zutanos desayunando a las 22:00. La cosa es que sabes que estas en una ciudad en la que te van a sacar los cuartos de un modo u otro (ya sea en las mesas o con tonterías) y los que viven de eso van a invertir todo lo que tengan para sacarte todo lo que puedan hasta el último minuto. Entrando en el plano personal debo decir que Las Vegas, a pesar de lo bien que lo pase en la comilona no me estaba gustando. A pesar de toda su opulencia de cartón piedra, el adjetivo que mejor la define es vulgar y anduvimos lo suficiente como para cincelar esa opinión gracias a la gentuza que abarrotaba sus calles, a esa decoración barroca de baratillo y a la falta de gusto que podía ver allá a donde mirara. Pero… ¿saben qué? Volvería. Tiene algo difícil de explicar. Y miren que ni me gusta el juego, ni salir a discotecas ni emborracharme, pero aun así volvería. Del Valle de La Muerte, a la ciudad del pecado y no, no estábamos andando de la mano de Virgilio.

freemont-street-las-vegas-cincodays

¿Pensaban que se iban a librar del abuelo en triquini eh?


Más peripecias en:

Un idiota de viaje – Consideraciones viajeras y primera noche en L.A.

Un idiota de viaje – Los Angeles: Dos noches y un dia.

Un idiota de viaje – Adiós a Los Angeles y una road movie.

Un idiota de viaje – Sal de mi pueblo If you’re going to San Francisco.

Un idiota de viaje – Un hippie se subió a un tranvía en San Francisco mientras un recluso le estaba mordiendo la pierna. 

Un idiota de viaje – Con el ciruelo al aire por las calles de Frisco.

Un idiota de viaje – Going up the country.

Un idiota de viaje – Jugando al golf con el diablo.


contacto@cincodays.com

Síguenos en Facebook:

https://www.facebook.com/Cincodays/

Síguenos en Twitter:

@Cincodayscom


Archivado en: Cajon de Sastre, Un Idiota de Viaje, viajes

Un idiota de viaje – Un flamenco, una boda y un streaptease

$
0
0

Un idiota de viaje…por César del Campo de Acuña

Un flamenco, una boda y un streaptease

Arriba campistas. Tras una noche de descanso es hora de salir a la calle a patearse el strip visitando sus casinos. Eso hicimos. Como resortes. Partimos temprano rumbo sur (o tirando hacia la derecha desde nuestro hotel). Teníamos como objetivo llegar al famoso cartel que da la bienvenida a La Fabulosa Las Vegas desde 1959 y aunque sabíamos que no sería una tarea fácil dada la ingente cantidad de lugares en los que parar. Pero antes de paladear un insípido desayuno en el Venetian déjenme comentarles que mis amigos, en el par de horas que tuve que volver al hotel debido al bajón de tensión que me dio la tarde anterior, reservaron hora y Elvis en una capilla de Las Vegas cercana a la calle Fremont para casarse la tarde siguiente (es decir, la tarde del día que les estoy contando en esta ocasión). Ya saben, si hay algo típico de Las Vegas son las malas decisiones matrimoniales y sino que se lo pregunten a Homer Simpson y Ned Flanders. Bien, volviendo al insípido desayuno del Venetian a base de un rollo de canela y un chocolate con leche hecho sin amor, echamos a andar tras ingerir aquello por sus galerías comerciales y fue como repetir la experiencia del Cesar Palace pero con canales venecianos. Era bastante temprano y la luz de las citadas galerías comerciales se asemejaba a la de un atardecer. Pensamos en subir en una de las estúpidas góndolas que poblaban el canal (fundamentalmente porque parece que viajar a Venecia va a empezar a ser más difícil que conseguir entradas para el Concierto de Año Nuevo) pero el elevado precio del viaje nos echó para atrás. ¿Cuánto costaba? Pues 30$ sin impuestos por persona un paseíto de 15 minutos. Se iba a montar en la góndola su tía Frasca la del pueblo.

Las Vegas es una ciudad increíblemente cara. Si quieren subirse en cualquiera de las trampas para turistas que los diferentes hoteles/casino tienen montadas preparen la cartera y bájense los pantalones porque les van a hacer un trabajito fino. Si, si, vale, vale…solo va a ser una vez en la vida (o no… ¿Quién sabe?) pero si estás haciendo un viaje largo como el que nosotros estábamos haciendo no te conviene dejarte 45$ dólares en la tirolina de la calle Fremont o lo que porras costara (creo que 25$ sin impuestos) la montaña rusa del hotel New York New York. Eso sí, si han viajado a Las Vegas para pasarse allí una semana, están locos y no van a ir a ningún sitio más… adelante, gasten cuanto quieran, que solo se vive una vez y la ciudad del pecado está llena de estúpidas experiencias que no podrán emular en ningún otro lugar del mundo (como que te lleven al desierto a disparar armas automáticas de grueso calibre, luego a una barbacoa y finalmente a una barra americana). Volviendo y saliendo del Venetian paramos en uno de los puestos en los que se venden tickets con descuento (la más cercana al museo de cera de Madame Tussaud que, dicho sea de paso, me hubiera gustado visitar porque soy un tipo bastante creepy). Allí, tras arduas deliberaciones, mi negativa en redondo a ver un espectáculo del Circo del Sol basado en los Beatles y claudicar ante la imposibilidad de pagar los altos precios del espectáculo de David Copperfield nos decidimos por el show de burlesque del Hotel Flamingo llamado X Burlesque Show ya que no hay nada tan de Las Vegas como una mujer semidesnuda.

venetian-las-vegas-cincodays

Esto va a estar genial el día que no dejen entrar un turista más en la Venecia autentica.

Con las entradas en la mano y tras sortear a todo tipo de pedigüeños callejeros (especial atención merecen unos que no podían tener más roña encima y que estaban allí tan ricamente bebiendo cerveza y riéndose la mar de a gusto) llegamos precisamente al Flamingo (tras pasar por el Harrah´s del que no hay gran cosa que contar). Allí invertimos un buen rato viendo sus estanques llenos de aves y carpas, parando en una gigantesca tienda de recuerdos y gorroneando WiFi. Por fin encontramos un sitio en el que internet funcionaba bien y era gratis en Las Vegas. No tardamos en comenzar a enviar una colosal cantidad de pruebas de vida de los últimos días a amigos y familiares. Puede que quizás invirtiéramos demasiado tiempo en todo aquello. El caso es que me entro sed y me fui derecho a una tienda a comprar un Gatorade de ponche de frutas. Tuve una conversación cortes y amable con la menuda dependienta afroamericana que se encontraba tras el mostrador. En esencia hablamos de lo poco que cuesta ser educado. Acto seguido a que lo comentáramos en voz alta entro un rastafari un poco más bajito que yo en chanclas y calcetines y sin decir ni buenos días, ni nada exigió saber dónde estaba no sé qué. Vivir para ver como se suele decir. En un momento estás hablando de lo importante que es ser amable y acto seguido un tipejo despreciable entra haciendo gala de su falta de educación. Muy mal señor de pelo asqueroso. En otra cosa que me fije en nuestro tiempo en El Flamingo fue en las camareras que servían en las mesas de juego. Especialmente en una que o empezaba a rondar las 50 castañas o la vida la había tratado muy mal a pesar de la delantera que marcaba. Parecía cansada. Parecía muy cansada. Extremadamente cansada a la par que despierta. Era un puro nervio de lo rápido que se movía entre las mesas, pero aun así parecía terriblemente cansada. No fue la única camarera que me llamo la atención. Otras parecidas a aquella nervuda reparte copas del Flamingo pasaron delante de mi radar y causaron la misma impresión. Parece que las luces tenues, los pellizcos en el trasero y el claustrofóbico ambiente de la sale de juegos de un casino hacen pagar un alto peaje.

Dejando a un lado reflexiones personales más o menos trascendentales a un lado continuemos andando hacia el Paris, el casino que tiene una Torre Eiffel de pega como la de Tokio (que curiosamente es más alta que la de Paris, Francia). Para llegar hasta allí tuvimos que cruzar por una de esas pasarelas acristaladas que hay por todo el Strip ya que el tráfico es tan intenso por el centro de la ciudad del pecado que poner semáforos en las arterias principales podría crear embotellamientos demenciales. En estas pasarelas suele haber personas repartiendo publicidad, mendigando (había una chica joven dibujando en un cuaderno en uno de estos pasos a nivel en el que en su cartel había puesto: tengo todas mis necesidades cubiertas, todo lo que me den ira destinado a comprar marihuana. Sigo sin entender estas campañas de marketing), o montando espectáculos improvisados (sea bailando, cantando o tocando un instrumento). Pero bueno, lleguemos al Paris. ¿Qué tal es? Pues está bien. Sigue la tónica del resto de casinos (es decir las salas de juego y comerciales viven en un perpetuo atardecer para desorientar a los mangutas que se están dejando la pasta en las mesas o maquinas) pero este tiene el aspecto del Paris de Toulouse-Lautrec pero sin fulanas y sin absenta. Debo destacar que las patas de la Torre Eiffel de cartón piedra forman parte de la sala de juegos lo que le da un aspecto singular. El caso es que, por espectacular que sea, no deja de ser un casino, temático sí, pero a la postre es un casino. Las mismas máquinas tragaperras (de Batman, de Friends, de Gremlins, de Cazafantasmas, de Wonder Woman…), las mismas fichas…un casino. ¿Merece entrar en todos y cada uno de los que pueblan el strip en sus dos aceras? Lo cierto es que no. Pueden entrar en el Bellagio (el de las fuentes), El Cesar Palace, The Venetian, Paris, New York New York y el Luxor. El resto, a no ser que pasen por sus atracciones (como el acuario del Mandalay Bay) pueden verlos solo desde fuera como el Excalibur, el Mirage, el MGM Grand y el Treasure Island.

excalibur-las-vegas-cincodays

El castillo de CinExin tamaño natural.

Con esto quiero decir que invertimos demasiado tiempo viendo salas de juego (gran decepción el Excalibur, que de ambientación medieval tenía solo la zona de recepción). Por otro lado, entiéndanme, no es que no quiera escribir, pero prefiero ahorrarles el rollo de relatarles cómo eran cada uno de los Hoteles Casino por los que pasamos. Oh, sí claro que vi cosas en ellos (entre ellas Gordos de todos los colores y mismos olores) y de eso si les hablare, pero lo otro es un rollo para turistas más propios de un blog de viajes que de esta descacharrante crónica, asique dejemos el Paris y vámonos al turrón. Verán, en Las Vegas llueve. Llueve poco pero Llueve y dio la maldita casualidad de que cuando sacamos nuestras suelas de los suelos enmoquetados del casino parisino se puso a llover. No piensen en un monzón. Piensen en un chaparroncete que solo sirve para ensuciar y para que la temperatura suba por la humedad. Sea como fuere, el agua fue recibida por un tipo que iba con unas copas de más (y era bastante temprano) como al que le toca un pequeño premio. No es que se pusiera a bailar o a cantar pero no dudo ni un segundo en compartir sus reflexiones al respecto de los beneficios de la lluvia en Las Vegas. Y continuamos nuestra peregrinación hotelera pasando por el MGM Grand (donde nos topamos con una jaula minúscula de UFC) y su impresionante León de chapa ocume. También vimos el teatro dedicado a David Copperfield y los premios que le han dado a lo largo de su ilustre y dilatada carrera de mago. De ahí al bajón que fue el Excalibur y a comer en el New York New York. Lo gracioso de este último es que su área comercial parece un barrio neoyorquino con sus casas de ladrillo y por eso merece la pena visitarlo. Evidentemente nos acercamos a la zona de árcades para preguntar cuanto costaba subirse en la montaña rusa que atraviesa el hotel y nos dijeron que estaba cerrada a causa de la lluvia. No obstante el palo era considerable (como pagar una entrada completa en un parque de atracciones pero solo para dar una vuelta en una única atracción). ¿La comida? Meh. Paramos en un sitio dentro del New York New York llamado  Greenberg’s Deli donde me tome un perrito caliente regulero. Si demasiada historia.

Pero ya que hablamos de restaurantes, como pudieron comprobar en la entrada de ayer, en Las Vegas hay restaurantes de todo tipo y uno que me llamo particularmente la atención, aunque no comimos en el (como ya les conté) fue Dick’s Last Resort (situado dentro del Excalibur). Al parecer en ese restaurante los camareros y todo el personal se portan como unos auténticos capullos contigo durante todo el tiempo que estés allí jalando (y luego les tendrás que dejar, como en cualquier otro restaurante, el 12% el 15% o el 20% de propina). Pero… ¡Hey! Estamos hablando de Estados Unidos si hay restaurantes de temática sadomasoquista (como Wicked Grounds en San Francisco), ¿Por qué no uno en el que toda la plantilla sean los gilipuertas más recalcitrantes del mundo? Dicho esto saltemos al Luxor con su orientación egipcia de baratillo y de ahí al Mandalay Bay. Allí no es que viéramos nada que nos volara la cabeza (bueno…algunos recuerdos de Michale Jackson ese artista del que hace no pocos años era perfectamente licito reírse y ahora parece que está prohibido) pero si hicimos algo que estuvo muy bien. ¿Y que fue? Pues subir al Skyfall Lounge del Hotel Delano (no hare ningún juego de palabras como tríncamela con la mano. Solo diré que se trata del Hotel expansión del resplandeciente, cegador y muy hortera Mandalay Bay). Subimos. Sin gorra pero subimos (al parecer están prohibidas arriba). Vistas increíbles y gratis (que subirse a la torre Stratosphere cuesta sus buenos dólares). Entrando dentro de la chabacanería no pude hacer otra cosa que fijarme en la delantera de una camarera con el pelo corto y gafas. Amigos, no miento cuando les digo que aquello era el disparate de los melones y que esa pobre mujer tiene que tener unos problemas de espalda colosales. Tras las fotos de rigor y no pedir nada (vete tú a saber lo que te podían clavar ahí arriba por un lingotazo), nos fuimos al monorraíl que conectaba el Delano con el New York New York. Parece que no, pero el trote entre Treasure Island y Mandalay Bay es curioso y como te vas parando cada dos por tres para ver cosas (como la moto gigante que sale de la fachada de Harley Davidson Las Vegas, la guitarra gigante del Hard Rock Café,  la entrada del M&M World…) o sorteando locos que se ciscan en los blancos (verídico). No logramos el objetivo de llegar al cartel de Las Vegas a pie. No se pudo. Paramos en demasiados hoteles/casinos y así fue imposible. Por otro lado tengan en cuenta que teníamos que estar en la capilla a una hora determinada. No podíamos hacer esperar a Elvis.

Si miras al hotel durante más de 5 minutos seguidos te quedas ciego (cegado por el lujo).

Si miras al hotel durante más de 5 minutos seguidos te quedas ciego (cegado por el lujo).

Y volvimos a nuestro hotel. Al rato de descansar un poco nos fuimos al aparcamiento, agarramos el coche y nos fuimos para la capilla Viva Las Vegas donde, para disgusto de al menos uno de mis compañeros de viaje, se casaron Alaska y Mario Vaquerizo en su programa de la Mtv. Allí nos estaba esperando una señora muy pesada (si no me dijo un millón de veces que no podía hacer fotos durante la ceremonia, no me lo dijo ninguna), y un Elvis con una pinta de parte bragas de libro (yo creo que ese tío gana por goleada a Julio Iglesias y a José Coronado). El caso es que el sitio está especializado en bodas temáticas o lo que se traduce en: ¿Quieres celebrar una boda cimeria como si fueras Conan el bárbaro? O una disfrazado de Batman, pues ahí puedes. Mis amigos escogieron la que los disfrazaba de Elvis a él y de Marilyn Monroe a ella. La verdad es que fue toda una experiencia. El Elvis que les caso canto Viva Las Vegas a todo trapo después de chapurrear en español no sabemos cuántas veces que había casado a Alaska y Mario. Añadan que por el mismo precio pusieron su nombre en el luminoso que daba a la carretera y todo salió muy bien. Cuando se desvistieron, recogieron las cosas que les dieron volvimos al hotel porque teníamos que irnos de cabeza a ver el espectáculo de burlesque. Una vez dejamos el coche en el parking salimos directos hacia el Flamingo. Si la gente que ves durante el día en Las Vegas es peculiar por la noche es el no va más. ¿Alguien abre las puertas del manicomio en esa ciudad cuando se pone el sol o qué? ¿Y a que me refiero? Pues a que lo más normal entre los personajes que te puedes encontrar es a un tipo haciendo karaoke dándolo todo a pesar de que Dios no le ha llevado por los caminos del cante. Asique comencemos con la clasificación.

En el número 1 de los personajes de Las Vegas nos encontramos con el tipo al que por 20 dólares le puedes pegar una patada en la entrepierna. En el número 2 encontramos una vez más a los pedigüeños callejeros costrosos de la mañana lo que ocurre es que la tipa que estaba igual de costrosa que ellos seguía estando en bikini. En el número 3 encontramos la amalgama de gente semidesnuda encabezada por cinco chavalas con body paint sobre sus mamellas, dos afroamericanos con músculos hasta en las orejas y finalizando la lista dos aspirantes a Sargento Callahan con el mismo diámetro pectoral, uniforme policía modo putón y esposas. Evidentemente dejo en el tintero a las chicas vestidas de show girls clásicas, al cowboy en calzoncillos, a la recua de prostitutas que estaban justo en la esquina trasera del Harrah´s Casino, a todos los alegres tipos que distribuían publicidad de chicas de compañía y a esos campeones que piden dinero con un visible FUCK YOU en sus cartones. Fauna de Las Vegas. En fin, llegamos sin sobresalto alguno al Flamingo, cenamos en el food court (yo concretamente me tome una hamburguesa bastante decente en el Johnny Rocket´s que es una cadena de hamburgueserías estilo años 50 que hay en Estados Unidos) y a la cola del show de burlesque. Seguro que esperan que les cuente que en la cola solo había perdedores más solos de la una y con una cara de onanistas (si es que se puede tener cara de eso) pero lo cierto es que no. Había mujeres solas, muchas familias de asiáticos, parejas y algún señor que otro. Nos llamó la atención un asiático, probablemente chino, que tenía una cara de funcionario de correos o de prisiones que tiraba de espaldas. Cuando comenzamos a entrar evidentemente nos dijeron que nada de fotos, video etc. y nos ayudó a localizar nuestros asientos un señor mayor muy amable con esmoquin que nos contó que el provenía de los Países Bajos. El show estuvo bien. No entrare en detalles. Especialmente me gusto un número que se llamaba The Hot Box y el que utilizo la que es la mejor canción de streaptease de la historia (Cherry pie de Warrant). El de danza aérea también estuvo bien. No me gusto el de la copa de champan gigante porque ese solo le sale bien a Dita Von Tease y el que subió a un afortunado espectador al escenario resulto divertido.  Aparte del espectáculo de baile de chicas semidesnudas, hubo un corte con una stan up comedian que a mí me hizo mucha gracia. Le dio caña a todo el mundo y nadie de los que fueron blanco de sus chistes se sintió ofendido.

Curiosamente esa noche era la última de una de las bailarinas (una que tenía la cabeza de Hello Kitty tatuada en el torso) ya que lo dejaba para centrarse en su doctorado. ¿Y qué diferencia hay entre un espectáculo de burlesque y un streaptease? Básicamente el espectador no puede tocar a las bailarinas, no le puede meter dólares en el tanga, es un espectáculo con más coreografía y compuesto de diferentes números. Vamos, que es un show con bastante más gusto que lo que puedan ver en una barra americana. Decidimos no adquirir las foto que nos hicieron antes de entrar ni hacernos una con dos de las bailarinas porque una vez más los precios eran prohibitivos (si la memoria no me falla costaba 40$ la foto aunque, eso sí, te la daban con un portafotos de piel bien chulo). El final del día había estado muy bien y cansados por la caminata y la boda nos volvimos al hotel (una vez más sorteando las infestadas calles en las que casi presenciamos una pelea entre dos grupos de imbéciles y dando una vuelta por el Mirage). Dicen, algunos de los norteamericanos con los que he hablado sobre mi viaje, que Las Vegas es un gigantesco parque de atracciones para adultos. Yo sigo pensando que es un vertedero, pero un vertedero al que no sé porque, querría volver.

La noche, las luces, los locos...

La noche, las luces, los locos…


Más estrafalarias aventuras en:

Un idiota de viaje – Consideraciones viajeras y primera noche en L.A.

Un idiota de viaje – Los Angeles: Dos noches y un dia.

Un idiota de viaje – Adiós a Los Angeles y una road movie.

Un idiota de viaje – Sal de mi pueblo If you’re going to San Francisco.

Un idiota de viaje – Un hippie se subió a un tranvía en San Francisco mientras un recluso le estaba mordiendo la pierna. 

Un idiota de viaje – Con el ciruelo al aire por las calles de Frisco.

Un idiota de viaje – Going up the country.

Un idiota de viaje – Jugando al golf con el diablo.

Un idiota de viaje – Bienvenidos al fabuloso vertedero de Norteamérica.


contacto@cincodays.com

Síguenos en Facebook:

https://www.facebook.com/Cincodays/

Síguenos en Twitter:

@Cincodayscom

 


Archivado en: Cajon de Sastre, Un Idiota de Viaje, viajes

Un idiota de viaje – Sobrevolando ganancias en Las Vegas

$
0
0

Un idiota de viaje…por César del Campo de Acuña

Sobrevolando ganancias en Las Vegas

Como ya saben duermo poco. Muy poco. Y aunque el día anterior anduviera de aquí para allá, de arriba abajo y entre dimensiones paralelas al buen gusto mi reloj interno decidió volver a sacarme pronto de la cama. Sin grandes planes para la mañana de mi segundo día completo en la ciudad del pecado más allá de visitar el famoso cartel que da la bienvenida a Las Vegas, salí a dar un paseo por el Strip para ver cómo era aquello sin las aglomeraciones habituales. Una vez pise acera pude ver a operarios del servicio de limpieza barriendo, aspirando y retirando los famosos cromos de señoritas de compañía que la mayor parte de los turistas dejaban caer al suelo una vez se los daban esas bandas de repartidores apostados en las esquinas. Cruce a la acera del Venetian. Mientras paseaba pensé en que la ciudad durante el día tiene cierto encanto en su fealdad, pero de buena mañana y con el cielo encapotado parecía un lugar profundamente triste. Miren, no soporto a Joaquin Sabina y sus letras llenas de metáforas para mentecatos, pero la avenida donde están los casinos a esas horas era el bulevar de los sueños rotos de su canción. Y entonces, fue cuando me fije en una pareja y en su chiquillo. Estaban sentados en la terraza de uno de esos malditos Starbucks (¿pensaban que me había olvidado de ellos?). El niño, que guardaba cierto parecido con Steven de Steven Universe, jugueteaba en las barandillas cual simio mientras que sus progenitores miraban al infinito sin dirigirse la palabra. Recuerdo que me llamó la atención sus profundas y coloreadas ojeras. ¿Una noche sin dormir a causa de su retoño o una mala racha de colosales dimensiones en el casino? Quien sabe, aunque percibí cierta preocupación en sus agotados rostros. Con aquello en mi cabeza seguí avanzando, mi objetivo era atravesar El Flamingo y volver a mi hotel.

Con la familia aun en mente me cruce con una chica afroamericana. Era menuda, no especialmente guapa pero de buena figura y generosísimo busto. Llevaba puesto un vestido de tubo color verde musgo con la espalda abierta y chanclas blancas en sustitución de los tacones que asomaban por la cremallera de su bolso. Pelo rizado, mucho maquillaje y amplios pendientes en forma de aro decoraban su cabeza de ojos entrecerrados mientras la boca no paraba de parlotear por el móvil. “Hey baby” en tono meloso y arrastrando la última letra de las palabras salieron de sus labios cuando pase por su lado sin importar quien estuviera al otro lado del teléfono. Una sonrisa y un amable good morning fueron mi respuesta. No sería justo por mi parte afirmar que se trataba de una de las muchas prostitutas que pude ver la noche anterior en la esquina del Harrah´s Casino, pero si tiene bigotes de gato, cola de gato y maúlla como un gato… ¡diablos, debe ser un gato! Y no, no es una valoración de mi ego pero, hacía muchos años que no se me insinuaba una meretriz. Evidentemente no es que me sintiera especial por ello ni nada que se le parezca pero convertí aquel encuentro fortuito de escasos segundo en una observación relativa a la ingente cantidad de primaveras que habían pasado desde la última vez que ocurrió algo parecido. Al mismo paso y con mis tiempos de portero en mente llegue al Flamingo. Me recibió un fuerte olor a ambientador, alguna mujer de la limpieza que otra, unas cuantas camareras y otros tantos jugadores acodados en las mesas o recostados en los sillones frente a las tragaperras. Aproveche para comprobar mi correo, enviar pruebas de vida y visitar la web de mi amigo vikingo mientras atravesaba el casino.

Una vez salí a la calle volví a la acera en la que estaba situado mi hotel. A pesar de la distancia de cuatro o seis carriles aun podía divisar a la familia del Starbucks. El niño jugaba, los padres seguían imitando a las figuras del museo de cera de Madame Tussaud. Empecé a notar un incremento sustancial de viandantes por el Strip y aunque no tenía que esquivar a personas para avanzar lo interprete como un signo inequívoco de que Las Vegas se estaba empezando a quitar las legañas tras dos horas de sueño. Y entonces hice mi primera parada turística del día. Pegado al Bellagio, a la zona del espectáculo del Volcán, estaba el monumento dedicado a Siegfried & Roy. ¿No saben quiénes son? Si, seguro que sí. Seguro que en algún sitio, ya sea una película o serie, han visto a unos ilusionistas/magos vestidos de blanco, bañados en lentejuelas, portando cardados imposibles y acompañados de un tigre blanco. Pues eso señores son Siegfried & Roy, dos de los más respetados y bien pagados artistas de la historia de la ciudad del pecado en particular y de la farándula estadounidense en general. De vuelta al hotel y a mi habitación, espere a que mis compañeros de viaje terminaran de ponerse en marcha dibujando. Una vez en el coche tomamos dirección sur para visitar el letrero de Welcome to Fabulous Las Vegas. No tardamos en llegar. Aparcamos y empezamos a notar como la temperatura subía y las nubes se dispersaban. No crean que estábamos los primeros de la Nochebuena, no. Una pequeña e improvisada cola de turistas se agolpaba frente al cartel mientras que un simpático vivo puesto por su cuenta y riesgo hacia fotos a los visitantes. Comente en voz alta que el tipo debía dormir allí mismo para defender la plaza ya que, aunque no ponía en ningún sitio que hubiera que pagarle casi todo el mundo le sacudía la mano con un par de dólares en la palma. Calculen, calculen…imaginen que en un buen día pasan 500 personas y que de esas 500 más de la mitad te dan un par de verdes. Sin lugar a dudas el tío más listo de Las Vegas.

En cuanto les dieron un zarpazo de verdad se les quitaron las ganas de actuar.

En cuanto les dieron un zarpazo de verdad se les quitaron las ganas de actuar.

Tras la foto de rigor nos dirigimos al Salón de la Fama del Pinball. Ahora me gustaría contarles que llegamos sin problemas, que jugué a recreativas de los años 40 y que alucine en colores pero no. No lo encontramos. No teníamos la dirección exacta del lugar y por lo tanto, nuestro estúpido GPS no podía dirigirnos a ella. Un mortificador “no tenemos tiempo para buscar” me aguo la mañana y convirtió mi buen humor en una pesadilla para un relaciones públicas. La falta de tiempo venia determinada, porque esa tarde teníamos la excursión en helicóptero que habíamos contratado desde España. Sobrevolaríamos el Cañón del colorado, pero yo en ese momento, en nuestro Hyundai Elantra, estaba sobrevolando el nido del cuco. Dirección norte, fuimos hacia un outlet próximo al coloreado barrio cercano a la estación de autobuses donde dejamos a uno de mis compañeros de viaje. De ahí, los dos que quedamos dentro del coche debíamos ir hacia el Museo de la Mafia, pero no me gusta ver las cosas con prisa por lo que decidí, al ser el máximo interesado, en no pasar por allí. En su lugar paramos en otro punto estúpido que había marcado en mis planes: la casa de empeños de El Precio de la Historia (Pawn Stars). Una vez allí la decepción fue mayúscula. No sé de qué manera esta filmado el programa de televisión para hacer parecer a ese local tan grande pero desde luego no lo es. Evidentemente, tampoco estaba allí ninguno de los protagonistas del show y ese ambiente bullicioso y luminoso que podemos ver en las transiciones entre transacciones se había esfumado. Tampoco vi nada que me pudiera permitir o gustara por lo que no compre nada en la casa de los Harrison.

Volvimos al Outlet. Sin la capacidad de llamar por teléfono nos dedicamos a parar en diferentes sitios en busca del tercer miembro de nuestra comitiva. Cabe destacar que pasamos por dos tiendas reseñables. La primera fue una en la que un loco de las equipaciones deportivas se podría haber hecho con la camiseta de su jugador preferido. Bueno, cualquier loco menos yo, porque pregunte por la camiseta de Bill Laimbeer clásica de los Detroit Pistons y me miraron con cara de no saber de quién porras les estaba hablando. La siguiente tienda  de la que les quiero hablar es Hot Topic o la tienda de intrascendencias para los que se suben al carro porque han oído que en ese carro se está muy bien. No creo en la militancia y menos al respecto de la cultura popular, pero desde que está “de moda” ser un nerd no hay lugar por el que pase en el que no me encuentre con uno o dos tipos que digan de viva voz: “es que soy muy friki” mientras señalan su camiseta de Thor, Iron Man, Dead Pool…y similares. ¿Y saben dónde las compran? Pues en sitios como Hot Topic y luego a reír y soñar, que la vida son dos días y uno estamos de prestado. No han leído un comic en su vida, ni piensan hacerlo, pero ya son tan friki que se siente obligados a compartirlo contigo y detesto cuando alguien se presenta como algo antes que como alguien. Dejando a un lado mis fobias y filias particulares, solo puedo contar que seguimos deambulando por el outlet al aire libre, pasando por debajo de esa suerte de aspersores diseñados para enfriar el ambiente y viendo a turistas pasar cargado de bolsas pensando que han hecho la compra de sus vidas. Finalmente encontramos a nuestro objetivo en la tienda de la marca Skechers la cual, y no entiendo muy bien porque, siempre confundo con Geox. ¿Qué más contar salvo el síndrome de la bola de pinball? , pues poco o nada más. Ligeramente cargados volvimos al hotel para hacer lo propio con nuestros teléfonos y estómagos.

Menudo TIMO.

Menudo TIMO.

Verán, mi paladar no es muy sofisticado. Evidentemente hay cosas que me gustan más y menos, pero fundamentalmente como para sobrevivir. Eso sí, si hay algo que me apasionan son las barbacoas y desde que puse el pie en Estados Unidos contaba los días en el que pudiera degustar una al estilo norteamericano. Y ese día llego. ¿Y dónde comimos? Pues en un restaurante situado en nuestro propio hotel llamado Gilley’s. El sitio, un Saloon/Bar Country que por las noches siempre estaba muy animado con música en directo y huéspedes haciendo el burro en el toro mecánico o haciéndose fotos con sus camareras vestidas con poco más que unas chaparreras, bikini, botas tejanas y sombrero, ofertaba buena cocina sureña y vive Dios que comprobaría si era verdad. Desafortunadamente, lo primero que pudimos comprobar es que las camareras del turno de medio día no eran como las que anunciaban los carteles y no, no me importaba en absoluto, pero este hubiera sido un caso más de publicidad engañosa del que se habría hecho cargo sin dudarlo Lionel Hutz. Nos atendió primero un tipo inmenso que nos escolto a nuestra mesa y luego una mujer más cercana a los 50 que a los 40 con un par de contundentes razones en su haber. Pedí un plato con tres carnes a seleccionar. Opte por cerdo deshilachado, medio pollo asado y medio costillar de cerdo. El cerdo me pareció muy sabroso, el pollo pasable y el costillar estaba extraordinariamente seco. No pude con este último y con mi ración de macarrones con queso. Demasiada comida y demasiada bebida. En general no estuvo mal y aunque no me pareció sobresaliente si ganó un aprobado. Al poco y transportado por una fuerza invisible me volví a ver en un Starbucks.

Una vez más en la dichosa cafetería de marras y amarras me puse a observar. Al menos, en esta ocasión no se trataba de Hipster Ville: Ciudad de la barba. No, esta unidad de Starbucks que vendía sus cafés y presencia en el Strip con un video que comenzaba con el generoso escote de una camarera sirviendo leche con la sutileza, delicadeza y buen gusto de un bisonte con tutú, estaba poblada por una colección de turistas de entre los cuales me llamo especialmente la atención una familia compuesta por tres individuos. Papa, canoso, alto y con ese saludable aspecto de los mafiosos de mediana edad aparecidos en el Equipo A acompañado de mamá y su fotocopia esquelética 20 años más joven. El asunto es que parecía que habían traído a su hija a Las Vegas a celebrar su mayoría de edad y aunque no llevaba una banda que conmemorara tan importante suceso para la humanidad (como si fue el caso de otras con las que me encontraría esa misma noche…), todo parecía indicar que estaban allí por ese motivo. Me los imagino en su casa; “Hija mía – dijo el padre – este año has cumplido la mayoría de edad y como te queremos mucho, tu madre y yo hemos decidido acompañarte en todos los rituales estúpidos y socialmente aceptados adscritos a tan crucial momento de tu vida. Nadie en la familia quiere que acabes encerrada en tu cuarto escuchando a Alanis Morissette mientras lees manifiestos feministas, por lo que te acompañaremos a Las Vegas donde podrás beber, cabalgar, jugar y hacer todas esas cosas que hacen de la adultez algo medianamente soportable”…la estampa familiar que yo mismo cree en ese momento termina con Mamá e hija dando palmas. Mi imaginación y yo. De todos modos, siempre que me aburro suelo escoger a alguien cercano a donde este parado y me empiezo a inventar una historia sobre su pasado, presente y futuro. En Nueva York lo hice en dos ocasiones y cuando relate las desventuras de Hector en el Bronx hispano y las de Kevin el pizzero en su diminuto apartamento se convirtieron en dos  de las tonterías más celebradas del viaje.

Fuera de Starbucks, fuimos a Siren´s Cove, el sitio de nuestro hotel en el que nos recogerían los de la excursión en helicóptero. Cuando llegamos ya estaba esperándonos la furgoneta plateada con el logo del tour. Subimos, nos pusimos cómodos y empezamos a parar en diferentes hoteles en los que se fueron subiendo otros tantos turistas. Corramos un velo hasta llegar al sitio desde el que despegaríamos el cual estaba lo suficientemente alejado como para que me durmiera. En mi defensa debo decir que la poca luz que entraba por las ventanas debido a los vinilos que cubrían por completo la furgoneta ayudaba sustancialmente a que el pasajero convirtiera su sopor en profundo sueño en cuestión de minutos. Sea como fuere, llegamos y una vez allí en una oficina/taller/tienda de recuerdos nos atendieron, nos hicieron pesarnos para disgusto de algunas féminas y esperar. Una vez estuvo todo correcto y el numero justo de pasajeros estaba disponibles fuimos hacia el helicóptero que nos llevaría a dar uno de los paseos de nuestra vida. El piloto era un tipo simpático y dicharachero al que nadie, salvo quizás yo mismo, hizo demasiado caso durante el viaje. En el asiento delantero y por este orden estábamos dispuestos el piloto, mi amiga y yo. Detrás un señor de origen cubano bastante orondo, sus dos enclenques vástagos más interesados en encestar (y no en una canasta precisamente) que en otra cosa y el marido de mi amiga. Despegamos. Escogimos de manera deliberada formar parte del último tour del día por las increíbles luces y tonalidades que podríamos apreciar desde el helicóptero a esa hora. Y ahí estaba, un tipo con un terrible miedo a los aviones sobrevolando el Cañón del colorado en un helicóptero para siete personas. El viaje fue agradable, lleno de anécdotas y curiosidades de la zona contadas por el piloto. Ya les he dicho que la mayor parte de ellas cayeron en saco roto pero yo intente atender a todas ellas y gesticular sobre las mismas  ya que estaba demasiado petrificado por el miedo para agarrar el micrófono de la radio y comunicarme con él interviniendo de algún modo en aquello que nos explicaba.

El gran protagonista del día.

El gran protagonista del día.

El vuelo tiene una parada. Me sentí mareado. El piloto me comento a que se debía a que el cerebro no está acostumbrado a moverse en tres dimensiones espaciales y me recomendó que mirara al horizonte para que no me volviera a pasar. Le hice caso en el trayecto de vuelta. Les podría contar que las vistas eran increíbles, que los colores rojizos del caños destacaban con las luces del atardecer y todas esas cosas que pueden leer en un millón de crónicas de viajes pero prefiero contarles que estábamos sobrevolando una de las zonas más inhóspitas de Estados Unidos, llena de cactus, sin agua y poblada por escorpiones, lagartos venenosos y hasta cuatro especies diferentes de serpiente de cascabel. Una vez llegamos, nos despedimos del piloto, volvimos a la sala donde nos pesaron, nos dieron un refresco y esperamos a que nos llevaran de nuevo a la ciudad. Condujo un tipo parecido a Stone Cold Steve Austin bastante majo. Los tipos de origen cubano con los que habíamos compartido habitáculo aéreo se pasaron todo el trayecto de vuelta a Las Vegas hablando de chicas, de discotecas/clubs y de historias salidas de las insondables profundidades de ese ente conocido popularmente como “La noche”. El viaje de vuelta se hizo extremadamente pesado. Cuando no consigo ver nada que estimule mis sentidos parece que el tiempo se congela a mí alrededor. Esta peculiaridad se vuelve especialmente desagradable cuando viajo en tren. No tardaron demasiado en saludarnos las titilantes luces de la ciudad del pecado. Nos bajamos de la furgoneta en El Venetian ya que no teníamos intención de ir directamente al hotel, queríamos ver el espectáculo del volcán del Bellagio e ir a jugar y queríamos ir a jugar al casino que mejor se había portado con nosotros: El Flamingo.

Más allá de las consolas y el ordenador no me pregunten por juegos. De hecho, no se jugar a ningún juego de cartas pero uno de mis compañeros de viaje si, asique ni cortos ni perezosos decidimos jugar al Black Jack. Del Venetian, al Bellagio y una vez visto el espectáculo al Flamingo nos volvimos a topar con la misma ralea que la noche anterior incluido, como no, el tipo al que podías patear la entrepierna por 20 dólares. Eso sí, destacare que nos topamos con una bamboleante mujer afroamericana de desmesurada humanidad colocándose para disfrute y uso de cualquier viandante sus dos armas de destrucción masivas del castillo de proa. Paramos a cenar en un sitio llamado Jimmy Buffett’s Margaritaville situado en el propio Flamingo. Yo, para disgusto de mis compañeros de viaje y del rollizo camarero que nos atendió no cene. El restaurante estaba decorado con elementos que recordaban a la costa de Florida; había mesas barco, un hidroavión colgado del techo y un escenario que parecía una cabaña playera con sus pelicanos de cartón piedra y todo. Sobre el escenario, una banda de country trataba de animar al público aunque nadie les hacía caso. Fue triste, porque el cantante estaba tratando de hacer todo lo posible para que los parroquianos se animaran pero todo el mundo estaba a sus conversaciones a pesar del altísimo volumen de la música. El que si se dio cuenta, a raíz de la cara de circunstancia que mantuvo el rato que allí estuve, del desastre fue el bajista, un rockabilly levemente parecido a Agustín Jiménez vestido con una camisa de mangas cortas de bolera. Es muy desagradable ver a un artista sobre un escenario tratando de levantar al público sin lograrlo. Tanto fue así que llegue a sentirme mal cuando nos levantamos para marcharnos del restaurante a mitad de una canción. Pero antes de irnos a la mesa de juego, déjenme que les hable del cowboy de medianoche que estaba disfrutando el concierto. En la segunda o tercera canción, apareció un tío con sombrero vaquero, botas chúpame la punta, tejanos y una camisa sin mangas. Turquesas  adornando su cinturón, sin corbatín, pero con ganas de pasárselo bien, se puso a bailar con sus dos acompañantes por turnos. A todo esto, hablando de bailar, una chica trato de enseñar a un individuo de claro origen hispano a bailar aquello, pero el tipejo estaba más interesado en meterla mano en la raja del culo. Evidentemente la chica se dio cuenta y al segundo o tercer intento de invadir su pequeño cañón mando a paseo al imbécil con sorprendente mano izquierda.

Una vez en el casino, gracias a nuestro poco mundo nos dirigimos a la zona de cobro a cambiar nuestro dinero. Allí nos indicaron que se hacía en las mesas. Buscamos una de Black Jack en la que no hubiera nadie. Hicimos una cama de 30 dólares y tras unas manos terminamos llegando a los 90 dólares a pesar de mis habituales temores a los que me gusta llamar exceso de prudencia. Con 20 dólares de beneficio ya estaba más que satisfecho. La vuelta al hotel transcurrió sin incidentes. Invertimos parte de nuestras ganancias en una tienda abierta las 24 horas. Compramos víveres para el día siguiente de cara al desayuno y al día de excursión que haríamos por el Cañón del Colorado. Añado que entre los víveres que adquirí con mis ganancias se encontraba una enorme bolsa de mi marca de regalices rojos preferida: Twizzlers. Poniendo punto y final a nuestro último día en Las Vegas nos topamos con dos motoristas que demuestran que el tema de la customización de motos de corte Harley Davidson no es exclusivas de blancos bigotones amigos de los tatuajes como Paul Teutul, sino que los afroamericanos también pueden poner su particular y ostentosa visión a este tipo de máquinas. Atronando con su música y cegando con sus luces hacían que todas las caras del Strip se giraran. Las Vegas, ciudad de excesos que no me volvió loco pero a la que volvería por el enorme debe que contraje con ella en tres días…

Las mismas luces que en los carricoches de la feria.

Las mismas luces que en los carricoches de la feria.


Otras animadas aventuras en:

Un idiota de viaje – Consideraciones viajeras y primera noche en L.A.

Un idiota de viaje – Los Angeles: Dos noches y un dia.

Un idiota de viaje – Adiós a Los Angeles y una road movie.

Un idiota de viaje – Sal de mi pueblo If you’re going to San Francisco.

Un idiota de viaje – Un hippie se subió a un tranvía en San Francisco mientras un recluso le estaba mordiendo la pierna. 

Un idiota de viaje – Con el ciruelo al aire por las calles de Frisco.

Un idiota de viaje – Going up the country.

Un idiota de viaje – Jugando al golf con el diablo.

Un idiota de viaje – Bienvenidos al fabuloso vertedero de Norteamérica.

Un idiota de viaje – Un flamenco, una boda y un streaptease.


contacto@cincodays.com

Síguenos en Facebook:

https://www.facebook.com/Cincodays/

Síguenos en Twitter:

@Cincodayscom


Archivado en: Cajon de Sastre, Un Idiota de Viaje, viajes

Un idiota de viaje – Carretera y manta

$
0
0

Un idiota de viaje…por César del Campo de Acuña

Carretera y manta

Mi último amanecer en Las Vegas, como de costumbre, llego pronto. Pero en esta ocasión no fui el único en abrir los parpados temprano ya que ante nosotros se perfilaba un día de carretera de impresión. 545 kilómetros entre dos puntos. De Las Vegas al Gran Cañon del Colorado y del Gran Cañon del Colorado a Flagstaff cruzando un tramo de la Histórica Ruta 66. Sobre el mapa no parecía tanta distancia, pero con paradas obligatorias incluidas, ese sábado 20 de agosto de 2016 se presentaba ante nosotros como una autentica road movie o En el camino de Jack Kerouac. Mi desayuno consistió en galletas Oreo Cinnamon Bun, un zumo de manzana y un Nesquick. Repuestos, hicimos el check out, nos dirigimos al aparcamiento, cargamos las maletas, montamos en el coche y pusimos rumbo al Gran Cañon dejando atrás el mármol de cartón piedra, señores afroamericanos vestidos como el payado de Micolor, individuos que te mandan a tomar por donde amargan los pepinos con sus carteles de mendicidad, colecciones de cromos de señoritas de compañía, desorbitados precios y la sensación de que, a pesar de todo, no me importaría volver. Como les decía en la anterior entrega de Un idiota de viaje, él debe contraído con la ciudad del pecado era amplio y sé que algún día visitare el museo de la mafia, veré iluminada la Fremont Experience, paseare por el Burlesque Hall of Fame, me tomare unas sliders en White Castle, jugare unas partidas en el Salón de la Fama del Pinball, disparare un arma automática en el desierto e incluso puede que vea allí mismo un show de wrestling como el que Ring of Honor celebraba allí justo el día que poníamos kilómetros de distancia entre nosotros y las mesas de juego.

Como el viaje en carretera no les dirá nada hasta un punto concreto al que llegare en breve déjenme que les cuente una anécdota. A lo largo de los años el trio expedicionario ha fomentado una sólida amistad con el dueño de una heladería perteneciente a la franquicia Baskin Robbins (quizás les suene). El caso es que le prometimos que a poco que viéramos una le haríamos fotos. Curiosamente, no fue hasta el momento en el que salíamos de Las Vegas que pudimos avistar una. Evidentemente estaba cerrada y no íbamos a parar para hacerle una foto a una puerta. A todos nos llamó la atención la poca presencia de esta franquicia en las tres ciudades que habíamos visitado hasta el momento y aunque vimos bastantes Dunkin’ Donuts (franquicia matriz de Baskin Robbins) de las heladerías ni rastro. Mis compañeros de viaje, alegres trotamundos, si cabe estaban más sorprendidos que yo debido a que en el viaje que realizaron a Japón en el verano de 2015 vieron una ingente cantidad de estos establecimientos por el país del sol naciente. Curiosamente, ese mismo día mucho más tarde, cuando entrabamos en Kingman (un pueblo de la Historica Ruta 66) pude vislumbrar otro, pero al igual que el que nos despidió en Las Vegas, también estaba cerrado. Si en lugar de encontrarnos con un millón de Starbucks nos hubiéramos topado con estas heladerías habría entrado en todas ellas alegremente. Pero sigamos en la carretera, sigamos con nuestra música que incluía desde canciones pertenecientes a las bandas sonoras de las películas animadas de Disney hasta temas como Free Bird de los Lynard Skynard.  Dicho sea de paso, escuchar la citada canción de los Skynard mientras viajaba por las carreteras de los Estados Unidos era una de esas cosas que siempre había querido hacer y que terminaron en mi lista de tareas a realizar antes de morir. Por lo tanto una menos señoría.

La primera parada del día llego cuando alcanzamos el punto que más excitaba a Carlton Banks en el capítulo del Príncipe de Bel-Air en el que él y Will Smith visitaban Las Vegas. Si son duchos en cultura popular o aficionados a las comedias de situación de los años 90 abran adivinado que me refiero a La Presa Hoover. Tras un pequeño rifirrafe con dos miembros de los cuerpos de seguridad estadounidenses (al parecer nos habían hecho gestos para que bajáramos la ventanilla cuando estábamos aproximándonos a la entrada de la presa pero nadie los vio) seguimos adelante, aparcamos y tomamos la foto de rigor. En el futuro, si algún día vuelvo a visitar Las Vegas, no me importaría realizar la visita guiada por la presa. De vuelta a la carretera. Poco tiempo después cruzamos la frontera del estado; nos encontrábamos en Arizona donde el juego ya no era legal. La temperatura aumentaba, pero no hasta puntos extremos como los vividos en El Valle de la Muerte. El paraje, árido, seco, terroso y con ciertas notas rojizas. El firme de la carretera, como a lo largo de todo el viaje, seguía siendo infernal y este nos llevó a atravesar algunas minúsculas e inhóspitas poblaciones situadas en medio de la gran nada que era aquel secarral. Siento repetirme, pero el que cruzo aquello por primera vez lo tuvo que pasar pirata. Afortunadamente nuestras ruedas siguieron girando hasta que llegamos al Parque Nacional de los Arboles de Josué (Joshua Tree National Park) donde esos cactus que parecen hombres orando se pasan las horas muertas al sol. Paramos sí, pero aquellos cactus se parecían a un hombre rezando lo mismo que un huevo a una castaña. No es mi intención chafarle el chiringuito a nadie pero las cosas como son.

¿Rezando un rato?

¿Rezando un rato?

Más kilómetros de carretera polvorienta después finalmente llegamos a la bolsa de aparcamientos del Gran Cañón. Nos dio la bienvenida a las instalaciones un tipo barbudo que se protegía del sol con un sombrero similar al del Coronel Tapioca. Vestía una camiseta de manga corta, un chaleco, pantalones cortos y botas que le hacían parecer un extra de la película Parque Jurásico. Nos preguntó de dónde éramos, y cuando le respondimos que de España algo nos dijo de tener familia en nuestro país o de haber pasado un tiempo por aquí. El caso es que cuando nos despedimos para seguir adelante nos espetó un sonoro, sincero y sonriente: “Jesús os ama”. Nunca me lo habían dicho nadie que no fuera un sacerdote y aunque tengo mi fe bastante abandonada me gusto escuchar aquello. Una vez aparcamos nos dirigimos hacia las colosales tiendas inflables que ya habíamos visitado el día anterior cuando hicimos la parada obligatoria del tour en helicóptero. En un principio pensé que no era el mismo lugar, pero si,  era el mismo sitio. Dentro adquirimos los pases que nos permitirían recorrer los tres puntos del oeste del Gran Cañon y cruzar por el Skywalk, una suerte de U de cristal suspendida sobre la gigantesca brecha. Con aquel pack, la comida estaba incluido un vale de comida. Haciendo cálculos salía a cuenta. Para avanzar por el parque explotado por la tribu Hualapai, no se puede utilizar el coche por lo que al turista no le queda más remedio que hacer uso de los autobuses que le lleven de uno a otro destino. Y el primero era una villa del oeste al que no tarde en catalogar como trampa para turistas. Evidentemente el poblado era más falso que una moneda de curso legal con la cara de Popeye, pero tenía su atractivo para los turistas más pequeños. Había un show de magia, caballos, podías enlazar cabezas de ganado (igual que las balas de paja de Mammoth Lake) e incluso disputar un insólito duelo con balas de fogueo. Vimos a dos visitantes asiáticos, probablemente chinos, probando suerte con los revólveres y solo puedo decir que si hubieran estado en el salvaje oeste real el enterrador abría construido esa misma tarde dos féretros bien pequeñitos.

¿Y que tienen todas y cada una de las trampas para turistas que hay desperdigadas por el mundo? Pues una carísima tienda de regalos. ¿Y que podíamos encontrar en la de este villorrio del oeste? Pues sombreros, imanes, turquesas, cinturones, botas vaqueras…de todo. Lo cierto es que estuve tentado a comprar un Stetson, pero si no quería ser conocido en mi localidad como el tonto de la hebilla, vive Dios que tampoco quería ser conocido como el tonto del sombrero (ese honor siempre recaerá en el director de cine Robert Rodríguez). Tras ver el patíbulo, los caballos, la prisión y demás decidimos que habíamos tenido más que suficiente y nos marchamos, dejando el pequeño pueblo del oeste y a sus atentos trabajadores entreteniendo a otros turistas. El autobús, conducido por el hermano gemelo del desaparecido Bud Spencer, nos llevó al punto en el que se encontraba el Skywalk sobre el gran cañón.  El calor apretaba, no tanto como en cierto valle mortífero, pero la sensación de calor debido a la ausencia de la más mínima brisa era altísima. ¿Y qué ocurre cuando hace calor? Que la gente hace estupideces y muy pegaditos a la brecha ante la enorme grieta es el mejor sitio para hacerlas. La capacidad de ignorar riesgos en pos de hacerse una foto del ser humano es una cosa que aún me deja anonadado. Como en esos momentos estaba a mis asuntos, ya que no soy amigo de vivir la experiencia tras un objetivo, me pude fijar como unas hermanas iban dando pasitos cortitos hacia atrás con el barranco a sus espaldas para conseguir el mejor “selfie” posible. Evidentemente un áspera, seca y sonora llamada de atención de su padre impidió el suicidio involuntario de las dos jóvenes. Pero el asunto estuvo cerca. Y de ahí, de las fotos, del “mira que alto” y demás pasamos al interior del edificio en el que estaba el Skywalk.

La prudencia del ser humano.

La prudencia del ser humano.

¿Quieren pasar al Skywalk? Pues sin cámara, sin teléfono móvil, con una funda en los zapatos y si quieren una foto esperen a que se la hagamos nosotros, que somos Hualapai, no tontos. Y es eso, porque nosotros teníamos el ticket “todo incluido” que sino clavo y de los gordos. Y ahí, estas, suspendido a no sé cuántos metros del suelo sobre un vidrio viendo, más o menos, el fondo del gigantesco agujero, mientras que un Hualapai te hace fotos en las que sales haciendo el estúpido para luego tenerte 15 minutos esperando en una tienda de suvenires hasta que salen y entonces es cuando te intentan a volver a sangrar. Mis amigos adquirieron dos fotografías de las muchas que nos hicieron. Yo no compre ninguna. Una vez sales de allí puedes hacer un pequeño recorrido por unas recreaciones de tiendas/casas tradicionales propias de la cultura de los nativos americanos. Curioso, sin más. Eso sí, me molesta a horrores, y al parecer es algo universal, cuando un imbécil decide tallar, pintarrajear o escribir su nombre allá a donde va y en el interior de algunas de estas edificaciones se podían leer los nombres de los tontos de turno. Y otro a tienda de quincallería para turistas al final del recorrido. Entrando en el plano de la tristeza, me dio cierta lastima ver a un grupo de personas mayores pertenecientes a la tribu bailando y cantando ante un público escaso y poco entregado. ¿Preservar tu cultura o malvenderla? No sé, los abuelillos parecían felices y estaban entregados a lo que hacían para alguno de los pocos turistas que se animaron a acompañarles y a bailar con ellos. Yo no pare. No pare porque como ya les comente cuando hablamos de El Castro, me produce vergüenza ajena ponerme a observar a personas de costumbres diferentes como si fueran monos de feria.

Y vuelta al autobús con el rumbo fijado al punto más alto de la visita: Guano Point. Y allí, el lugar donde los Hualapai nos ofrecerían una barbacoa, la cosa iba de senderismo, de volver a darle a las piernas subiendo y bajando riscos con unas vistas increíbles mientras una bandada gigantesca de cuervos como gatos de grandes revoloteaban por las carpas donde los turistas comían. Pero antes de subir al punto más alto, hablemos del imbécil del día. Bien, el imbécil del día era de origen italiano. El tipo, no contento con aproximarse hasta un punto de no retorno a la brecha del cañón decidió tumbarse sobre una roca plana inclinada que sobresalía por el borde, ya saben, como las que han visto un millón de veces en las caricaturas  del Coyote y el Correcaminos. Y ahí estuvo un buen rato tentando a la suerte o llamando a la puerta de la parca. Pero esta última tenía que tener puesta las pantuflas y no quiso abrir, porque al tipo no le ocurrió nada a pesar de que lo vi desapareciendo en una cómica nube de polvo en mitad del vacío. Aquella parte de la visita me encanto. Volvía a ser yo y mis costrosas zapatillas de saldo contra los elementos. Y subí, baje, trepe y repte para llegar al punto más alto, desde el que pude observar la inmensidad del cañón. Una vista que bien vale un viaje. Pero volvamos a las tonterías que es lo que les gustan. Si mis zapatillas no eran las más indicadas, el modelito de una turista embutida cual longaniza en su vestido de tubo rojo tampoco. Estaba en la zona donde estábamos comiendo (pegaditos a los cuervos del demonio) y no, no me llamo la atención por su figura, sino por el conjunto seleccionado para ir a un sitio como Guano Point.  Con chanclas y a lo loco. La comida, abundante y de buen sabor, aunque todo el mundo le daba su mazorca de maíz a los cuervos y los animalitos tan contentos. Eso sí produce cierto respeto estar comiendo al lado de una bandada de cuervos de esas dimensiones generales y particulares.

¿Que dices? ¿que aquí dan de comer gratis?

¿Que dices? ¿que aquí dan de comer gratis?

Tras comer, abandonamos Guano Point en autobús. Una vez más conducía el hermano gemelo de Bud Spencer. Llegamos al campamento base de las tiendas infladas y de ahí al coche, que nos quedaban 345 kilómetros por delante de Ruta 66. El viaje fue tranquilo. Hasta que llegamos a la altura de Kingman no sucedió nada de interés. Grandes camiones, bandas de motoristas de fin de semana y poco más. Paramos a repostar en el pueblo que acabo de mencionar en la gasolinera más redneck del contorno. Había en la puerta un tipo con bastante roña y muchos tatuajes en la puerta de la gasolinera bebiendo. Tras el mostrador atendían un tío joven esquelético y la mujer más gorda que vi en todo el viaje que se moviera sin la necesidad de usar un andador. Como no teníamos ni idea cómo funcionaban las bombas de su gasolinera (había que bajar el brazo metálico del surtidor) le pedimos ayuda. Seguro que esa noche se río a gusto de nosotros. Mis amigos compraron un Monster, una bebida que sabe a medicinas y a dopaje en lata. Sobre Kingman amenazaba lluvia y con ella nos encontramos de camino a Flagstaf ya que, a medida que nos acercábamos a nuestro destino el secarral comenzó a dar paso a frondosísimos bosques. Estábamos circulando por la Histórica Ruta 66, otra cosa más que tachar de mi lista de tareas a realizar antes de morir. A parte del cambio de escenario, otra cosa que nos llamó la atención fue la velocidad a la que circulaban los camiones. Era la ley de la selva. Camiones inmensos con sus gigantescos trailers adelantando a otros camiones por la derecha, por la izquierda, en curvas, cuesta arriba, cuesta abajo…y tú, allí, en tu coche entre aquellos monstruos, pasando peligrosamente cerca de sus ruedas. Déjenme que les hable de las ruedas…como las de los vehículos de Mad Max. Los tornillos de las ruedas delanteras de las cabezas tractoras estaban recubiertos por una protección que sobresalía medio palmo y que a toda velocidad le hacían parecer cuchillas mortíferas o un abrelatas monstruoso dispuesto para triturar a los pequeños automóviles que se atrevieran acercarse demasiado.

Dejando a un lado a los camiones pasemos a hablar de las paradas. Hicimos un total de tres paradas. La primera en una gasolinera que tenía un cartel de la Ruta 66 gigante. Había que entrar en la propiedad para fotografiarlo y esta estaba repleta de coches y motos oxidadas. Entramos y allí estaban un nativo americano bastante achaparrado y con trenza, un redneck como una camiseta roja, gorra y que tenía en el cinto un cuchillo enorme y una tiparraca a la que le faltaba un buen puñado de dientes. Entre su distinguida clientela se encontraba un tipo que circulaba con un coche trucado sin capó y una pareja que viajaba en una pick up enorme de color negra como las ropas que ellos mismos llevaban. Si algo me ha enseñado las películas de terror de carretera es a no parar en ningún sitio en el que coches oxidados de toda suerte de épocas se estén pudriendo en la entrada y la segunda parada que hicimos estaba lleno de ellos. Nos atendió una chica joven, solo buscábamos imanes, allí no había nadie. No tardamos en marcharnos. Se hacía tarde y visitar la senda de los dinosaurios por el tiempo y el trecho que a un nos quedaba por delante quedo descartada. La parada final llego en una gasolinera de Seligman tras muchos, muchos, muchos, muchos, muchos kilómetros de carretera en línea recta (la cual estaba trufada de chascarrillos en diferentes carteles a cada kilómetro para mantener a los conductores despiertos). Compramos unos recuerdos, vi un punto lleno de trastos para coleccionistas de Coca-Cola y entablamos una pequeña conversación con los empleados. Ella estaba deseoso de viajar a España, había oído muchas cosas buenas de Barcelona y de la comida que hacemos en nuestro país.

Tormenta en la parada.

Tormenta en la parada.

Y seguimos sin pausa hasta Flagstaff. El hotel en el que nos hospedamos era el típico motel al pie de la carretera. Lo han visto en cientos de películas. Dos plantas y forma de L. La anécdota del día; Ya saben, siempre que se habla de los estadounidenses sale el listo de turno con la historieta de que no saben situar este o aquel país más o menos importante en un mapa. Bien, pues nosotros vivimos eso en primera fila cuando nos pusimos a hablar con el recepcionista. En defensa de los norteamericanos, debo decir que el tipo era de origen árabe y a juzgar por su marcado acento debía de tratarse de una primera generación en el país de las barras y estrellas. El andoba, a raíz del éxito de los Estados Unidos en los Juegos Olímpicos de Rio 2016, nos preguntó por nuestra actuación en las olimpiadas (como Arthur, el dicharachero recepcionista del hotel de Carmel-by-the-sea) y de paso destapo su falta de conocimientos cuando nos preguntó que si Brasil quedaba cerca de España. ¡Viva la cultura! En fin… teníamos desayuno garantizado, una buena conexión Wifi, dos camas queen size y una historia para la eternidad ¿Qué más queríamos? Pues a pesar del atracón de Twizzlers que me di en el viaje, yo quería cenar y parecía que en Flagstaf respetaban los husos horarios de Estados Unidos, por lo que a las 20:00 ya era algo tarde. Sin prisa, pero sin pausa salimos a la calle. Cuando llegamos me pareció ver el luminoso de un restaurante estilo años 50 pegados a nuestro hotel y hacia allí que fuimos gastando suela. Tan cerca estaba que no merecía la pena poner en marcha el coche. El sitio se llamaba (y entiendo que se llama) Galaxy Dinner y parecía una capsula del tiempo. Nos recibió un grupo de jóvenes locales vestidos como en la década de los 50 que bailaban al ritmo de la música de esos tiempos. Luego nos enteramos que se trataban de los miembros del club local de twist, los cuales se reunían cada sábado por la noche en el restaurante para bailar. Nos acompañó hasta nuestra mesa una camarera pero nos atendió otra más alta, delgada y de pelo rubio y liso. Durante todo el tiempo que estuvimos allí fue extremadamente amable y atenta con nosotros lo que luego repercutió en la propina que decidimos dejar.

No sé muy bien porque pero me apetecía pollo frito. Llevaba con el plato en la cabeza desde hacía días. Desafortunadamente para mis papilas gustativas se les había terminado. Con ganas de otra cosa que no fuera una hamburguesa opte por el plato de pavo, con su puré de patas, su salsa gravy y todos esos avíos de Acción de Gracias. Como apunte o anécdota, si lo prefieren, debo destacar que uno de mis compañeros de viaje pidió una cerveza pero la camarera nos dijo que en el Galaxy Dinner no servían alcohol. Me sorprendió gratamente ¿y porque? Verán, el restaurante estaba/está pegado a una carretera y que el dueño tuviera el deber cívico de no servir alcohol cuando buena parte de sus clientes debían ser conductores de paso me pareció algo loable. Puede que los motivos sean diferentes a los que yo me he imaginado, pero prefiero quedarme con mi historia. La riquísima cena la termine reganado con uno de los 100 batidos de helado que tenían en una carta en forma de disco de vinilo. Estaba indeciso y le pregunte a nuestra resulta amiga que cual escogería ella entre el batido de Marshmallow y el de tarta de queso. No lo dudo un segundo, me recomendó el de tarta de queso. Le hice caso y lo disfrute enormemente. Nos sorprendió lo poco que nos costó cenar, la abundante cantidad de los platos, el buen servicio y la pequeña capsula en el tiempo que era aquel lugar. Estaba francamente contento… allí estaban los Estados Unidos, una vez más, los Estados Unidos con los que crecí.

Por si no te ha quedado claro.

Por si no te ha quedado claro.


Otras animadas aventuras en:

Un idiota de viaje – Consideraciones viajeras y primera noche en L.A.

Un idiota de viaje – Los Angeles: Dos noches y un dia.

Un idiota de viaje – Adiós a Los Angeles y una road movie.

Un idiota de viaje – Sal de mi pueblo If you’re going to San Francisco.

Un idiota de viaje – Un hippie se subió a un tranvía en San Francisco mientras un recluso le estaba mordiendo la pierna. 

Un idiota de viaje – Con el ciruelo al aire por las calles de Frisco.

Un idiota de viaje – Going up the country.

Un idiota de viaje – Jugando al golf con el diablo.

Un idiota de viaje – Bienvenidos al fabuloso vertedero de Norteamérica.

Un idiota de viaje – Un flamenco, una boda y un streaptease.

Un idiota de viaje – Sobrevolando ganancias en Las Vegas.


contacto@cincodays.com

Síguenos en Facebook:

https://www.facebook.com/Cincodays/

Síguenos en Twitter:

@Cincodayscom

 

 

 

 


Archivado en: Cajon de Sastre, Un Idiota de Viaje, viajes

Un idiota de viaje – Bienvenido a mi valle peregrino

$
0
0

Un idiota de viaje…por César del Campo de Acuña

Bienvenido a mi valle peregrino

Amaneció encapotado el Flagstaff. A fin de cuentas la lluvia nos acompañó el día anterior durante un tramo del viaje por lo que era previsible que en esa zona verde de la árida Arizona despertara con una panza de burro sobre su cabeza. El clima no nos preocupaba. Nos dirigíamos de nuevo al desierto, a Monument Valley, donde John Ford esculpió el western y John Wayne se convirtió en una estrella. Más de 250 kilómetros de distancia entre los dos puntos nos separaban lo que nos decía que, si el día anterior fue una Road Movie, el 21 de agosto de 2016 se postulaba a convertirse en la madre de las pruebas de resistencia de pandero a bordo de un utilitario ya que del monumental valle volveríamos por la misma carretera a Kingman, el pueblo por el que pasamos el día anterior, situado a 514 kilómetros. Toda una odisea automovilística en un día en el que desconocíamos lo mucho que íbamos a forzar  a nuestro Hyundai Elantra. ¿Y cómo afrontas un día de carretera así de duro? Pues con un buen desayuno. Bueno, dejémoslo en un desayuno, ya que lo que nuestro pequeño motel de carretera ofertaba algo que habría hecho carcajearse a Katy´s Place en Carmel-by-the-sea. Tras asearnos, empacar y, en mi caso, dibujar un rato, bajamos a donde la noche anterior nuestro inculto amigo llegado del medio oriente nos acarició con sus conocimientos de geografía. Situada junto a la recepción se encontraba el pequeño comedor en el que se servía la primera comida del día. Un gofre de plancha, un zumo, un vaso de agua y una propina de un par de dólares más tarde ya estaba listo para marcharme. Check out, foto de rigor en el parking del Motel/Hotel Howard Johnson Inn y zapateando que chispea.

Les ahorrara contarles gran cosa del viaje entre los dos primeros puntos de nuestra ruta de aquel día. Más allá de la degradación natural del paisaje no puedo destacar nada más. Conversaciones triviales, música, Twizzlers, camiones, motoristas de fin de semana y desierto hasta cruzar la frontera con el Estado de Utah, el quinto estado de la Unión que visito tras Nueva York, California, Nevada y Arizona. Tengo la intención de pasar por todos y cada uno de los que me faltan a lo largo de mi vida ¿lo conseguiré? Solo el tiempo lo dirá. Por cierto, no lo comente, pero el día que pasamos en Yosemite jugamos a nombrar todos y cada uno de los Estados. Resulto divertido; si algún día se ven a sí mismos conduciendo o viajando por las interminables carreteras en línea recta de los Estados Unidos le recomiendo que lo pongan en práctica, al menos resulta mucho menos cargante que el antiquísimo Veo, Veo e igual de edificante que las palabras encadenadas. Llegamos sin problema Monument Valley y una vez más, nuestro flamante pase de 80 dólares para todos los Parques Nacionales no nos sirvió de nada. Pero no nos pilló por sorpresa, ya lo sabíamos. Al igual que Grand Canyon West, Monument Valley estaba explotado por una tribu, concretamente por los Navajo. Pagamos en la entrada, nos dirigimos al Visitor Centers y nos indicaron que ruta podíamos hacer. Existía la posibilidad de hacer el loop alrededor de los montículos/Mesas en una de las destartaladas pick-ups de los Navajo, pero decidimos, tras cotejar que nuestro coche era apto para el desafío, hacer la excursión en nuestro propio automóvil. Me llamo la atención el papel que indicaba el tipo de vehículos permitidos para la citada visita; motos no, deportivos no, utilitarios bajos no…Pero a partir de esas tres negativas todos podían pasar. Evidentemente luego nos topamos con los típicos listos que se pasan las recomendaciones por donde no les pega el sol y meten un deportivo como un Ford Mustang por aquel camino de cabras. No hay nada como que le indiques a alguien una cosa y haga la contraria.

¿Que hay de nuevo...peregrino?

¿Que hay de nuevo…peregrino?

Por supuesto no pudimos escapar a la atracción generada por la tienda de regalos. Quincalla, suvenires y porquerías varias apiladas en estanterías con precios estratosféricos. Había artesanía de la tribu, pero no estaba hecha allí y si vas a comprar una botellita con un poco de oro es conveniente retirar las pegatinas de Made in China que estaban adheridas a la base del recipiente. Compre un imán y un ángel de barro con una pequeña turquesa que si estaba hecho allí (o en las inmediaciones) para mi madre. Una vez fuera de la tienda, empezamos a hacer fotos desde el mirador y en un momento, unas chicas catalanas nos pidieron que si les podíamos hacer una foto. Se dirigieron a nosotros en perfecto castellano, cuando nos escucharon, asique sin problema alguno. Es más, le regale un Twizzler a cada una. Nosotros también nos hicimos algunas fotos haciendo posturas estúpidas. No soy muy amigo de salir en fotografías. Según una amiga siempre salgo como si estuviera enfadado. Prefiero, como dije ayer, vivir el momento a través de mis ojos que detrás de una cámara. Para eso tengo mi memoria. Lo que no me gusta demasiado es La demostración visual de convertir algo preparado en una instantánea natural. Seguro que han visto alguna vez una fotografía de alguien frente a una puesta de sol, dándole la espalda a la cámara, con las piernas en posición de loto y con las manos en la postura mudra de la armonía. Bien ¿Saben cuánto tiempo estuvo el protagonista de esa instantánea así? Pues ni más ni menos que el tiempo exacto de capturar el momento y dar a entender al mundo que es un individuo profundo, espiritual y en equilibrio con el universo. ¡Falso! ¡Farsante! ¡Posturitas! No hay nada más antinatural que hacer pasar por natural algo que no lo es pero si usted es feliz así, ¿Quién porras soy yo y mis manías para meternos con usted y la cojera de su mesa?

Pero subamos al coche y metámonos en el recorrido lleno de montículos rojizos y colosales mesas. Como siempre he defendido, esto no es una guía de viajes, no me parare en cada una de las montañas para darles nombres y sensaciones. Simplemente escribiré que, como aficionado al western, no podía estar más impresionado por aquel paraje natural de importancia capital para la historia del cine. Esas arcillosas formaciones rocosas que había visto en cientos de películas estaban justo frente a mí y no inmortalizare la frase de “eso me hizo sentirme muy pequeño” porque es estúpida (el que no sepa a estas alturas que todos y cada uno de nosotros somos insignificantes motas de polvo es que está muy perdido en la vida) pero sí, utilizando una frase hecha, plasmare que me sentía como un niño en una tienda de caramelos (asco de frases hechas). Si les hablare del calor. En el valle hacía mucho calor. No más que en el Valle de la Muerte, pero la ausencia de la más leve brisilla hacia que la sensación térmica creciera exponencialmente. El sol picaba, lo notaba en las orejas y es algo que me molesta más que cuando el calzoncillo decide, por su cuenta y riesgo, meterse en el jater. Dejando a un lado la rojez de mis orejas volvamos al camino de cabras que los Navajo controlan para que nosotros, los estúpidos hombres blancos (o de cualquier otro color) transitemos por sus tierras. Estoy convencido de que no se gastan un dólar en arreglar el caminito para que al final todos y cada uno de los turistas claudiquen y decidan hacer la excursión en los desvencijados cacharros utilizados por la tribu para llevar pasajeros y ahorrarse raspar el suelo del coche (como nos pasó a nosotros), un pinchazo o un cristal roto de un chinazo. Oigan, que a la vuelta había una pendiente por la que nuestro coche no subía y casi encalla (momento del tripazo contra el suelo) por los boquetes y bultos que se extendían por aquella cuesta.

Aquí esto lo recalificarían.

Aquí esto lo recalificarían.

Y como somos estúpidos hombres blancos (o de cualquier otro color, no piensen que discrimino a los estúpidos, de hecho formo parte del comité de las naciones estúpidas) los Navajo saben que nos encanta comprar baratijas y así en cada parada de interés como John Ford Point o Rain God Mesa hay unos puestecitos donde comprar artesanía y quincalla variada. No me parece mal. Hay que ganarse la vida. Si me pareció mal tener a un caballo al sol en la zona dedicada a John Wayne para que los turistas se subieran. La recreación turística con animales esta simplemente mal. Oh, también me llamo la atención, durante el trascurso de la visita, como algunos Navajo habían establecido sus casas al pie de diferentes montículos y Mesas. Vale, estas en medio de la nada, en un lugar inhóspito (¿alguien ha dicho coyotes?) pero… ¡Hey, vives en Monument Valley! Bueno, pasando a otra tontería que me llamo la atención fue la increíble acústica. Me encanta silbar. Cuando no voy escuchando podcasts, siempre voy silbando  (curiosamente no me gusta demasiado escuchar música mientras ando) y hacia el final de la visita, en una de las ultimas paradas que hicimos silbe y el sonido hizo eco por todo el valle. Seguí probando, aumentando la intensidad del sonido y escuchando el recorrido del mismo por las paredes de las montañas rojizas. Y ya que hablamos de tierra roja, déjenme que les cuente como solucione el asunto del regalo de mi señor padre. Tenía presentes para todos y cada uno de los miembros de mi familia salvo para mi progenitor. Tampoco me pidió nada, pero quería llevarle algo y no una baratija comprada en una tienda de suvenires por lo que, ni corto ni perezoso, agarre una de las roñosas botellas de agua que acarreamos con nosotros durante todo el viaje, la vacié y la llene de esa tierra roja tan característica de Monument Valley. Ahora la tenemos en un botecito de cristal y creo que, para alguien que creció con los western como mi padre, tener un poquito de donde se filmaron tantos es especial.

Ya les he contado el tortuoso estado del firme y ya he mencionado el panzazo que dimos en una cuesta por la que nuestro coche no podía subir. Pero, a pesar de todo, de todas las dificultades logramos salir del valle. Llenos de polvo rojizo sí, pero salimos. En Monument Valley ya estaba todo el pescado vendido por lo que decidimos marcharnos. Ante nosotros se extendían más de 500 kilómetros de carreteras con pocas curvas y aun siendo pronto, con el objetivo de no llegar demasiado a Kingman decidimos ponernos en marcha dándole, inevitablemente, la espalda al decorado más impresionante del mundo. Como nos ocurrió por la mañana, una vez salimos de Utah el paisaje comenzó a cambiar. Nubes grises se cernían sobre nosotros y algún que otro rayo quebró el cielo. A, más o menos, una hora de distancia de nuestro punto de partida paramos a comer. Aquel día no comeríamos en ningún restaurante. Teníamos provisiones. El carísimo pan de molde comprado en San Francisco aun duraba y con mis ganancias de Las Vegas no solo compre los afamados Twizzlers (de los cuales ya no quedaba ni uno), sino que también me hice con un paquete de jamón ahumado. Es sorprendente la ingente cantidad de fiambres que tienen en Estados Unidos y que no triunfe el iberico. En fin, vivir para ver. Montamos nuestro improvisado picnic en unas mesas que se encontraban entre un atestado Burger King (tanto dentro, como en la cola de pedidos por ventanilla) y un museo dedicado a la herencia cultural de los Navajo. Había unas mesas extrañamente altas acompañadas de unas sillas sorprendentemente bajas cubiertas por unos tenderetes de brezo. Lo cierto es que aún no sabemos si podíamos usar aquellas instalaciones pero lo hicimos.

¿Te suena? lo has visto en un millón de peliculas.

¿Te suena? lo has visto en un millón de películas.

Sándwiches para algunos. Ensaladas para otros. Mientras comíamos se nos acercó un tipo. No tenía demasiado buen aspecto. Camiseta blanca, vaqueros gastados, una herida seca sobre la nariz. Aunque no venía caminando desde las instalaciones del museo en un principio y solo por su aspecto pensé que se trataba de un bedel. Pero no, solo se trataba de un hombre hambriento. Nos vio comer y se acercó a pedirnos algo. Dirigiéndose a mí en todo momento me conto que llevaba varios días caminando a pie desde Kingman y que no había comido demasiado. Verán, estoy lejos de ser un santo; siempre digo que tengo más pecados que espiar que virtudes que contar, pero si alguien me pide comida y está en mi mano dársela no vacilare ni un segundo. Le prepare un generoso sándwich de jamón ahumado y le hubiera dado una bebida y unas galletas si no se hubiera marchado en cuanto le di el emparedado. Y ahí estaban, los contrastes de los que les he hablado al principio de esta crónica viajera, pegándome en la cara. Si mi hubiera pedido dinero mi reacción, probablemente o seguramente, habría siendo bien distinta, pero me estaba pidiendo comida. Solamente comida. Da que pensar.

Tras aquel episodio, comer, recoger todos nuestros desperdicios y reciclar todo lo posible, volvimos a lanzarnos a la carretera. Lluvia, tráfico rodado denso, rayos. Ese fue el viaje durante un buen tramo. Camiones a toda velocidad, música, una pick-up grande como una casa que nos pasó a toda velocidad levantando una ingente cantidad de agua cegadora. Y pocos coches de policía. ¿Dónde estaban esos patrulleros escondidos tras cactus o vallas publicitarias de los que tanto nos habían hablado y/o advertido? Desde luego no vimos muchos no. Por norma general aparcados en la mediana entre las dos vías de circulación. Vigilando a que nadie se pasar de más de 20 millas el límite marcado. Al menos esa es mi teoría, porque me fije en mi tiempo como copiloto, que si el límite marca 50 millas por hora, los conductores circularan entorno a las  65 o 70 millas por hora. Afortunadamente no nos pararon, no tuvimos ningún encontronazo con la ley más allá del pequeño momento de tensión en la presa Hoover. Pero eso no quita que viéramos a otros a los que sí habían parado y muchos letreros que pedían llamar a la policía en caso de que observáramos conductas sospechosas al volante. Desde aquí no les estoy instando a que se pongan a conducir como locos en el caso de que se vean al volante de un automóvil en las carreteras de Estados Unidos, lo único que pretendo hacer es narrarles que la fiereza del león que nos habían pintado no es tal y con tal de seguir las normas y a los otros pilotos todo les ira bien (se han fijado, les he ahorrado la vergüenza ajena de verme hacer el chiste de “todo les ira sobre ruedas”). Carretera, carretera, carretera y… parada. Paramos en una gasolinera en la que había un par de jóvenes pidiendo que les llevaran dirección sur (es decir hacia Kingman). Recuerdo que me dio lastima su perro, el cual tenía apoyado sobre su lomo el cartel de la solicitud de transporte. Ella tenía el pelo corto, muchas pulseras y lucía una camiseta tie-dye bastante costrosa. El, un barbudo con sombrero, pantalones cortos y guitarra y si hay algo que me ha enseñado la Universidad es que siempre tienes que poner el máximo espacio entre tú y un guitarra.

Muy MAL esto. muy MAL.

Muy MAL esto. muy MAL.

En la gasolinera también vi la más ruinosa autocaravana que mis ojos divisaron a lo largo de todo el viaje. Conducida por un paleto panzudo de muy mal aspecto, al rato de estar allí se fueron por donde habían venido no sin antes rechazar llevar a los autoestopistas y a su perro. Me pareció entender que no les llevaban porque no se dirigían al sur.  No recuerdo si compre algo en esa gasolinera. Puede que fuera el sitio donde me hiciera con unos Reese’s Sticks King Size (una barra de chocolate, galleta y mantequilla de cacahuete) pero no recuerdo bien. Si recuerdo bien que llegamos al hotel sin contratiempo. Al igual que el Howard Johnson Inn, el Days Inn tenía la misma distribución en forma de L en dos plantas. Tardamos más de lo normal en hacer el check in, porque la tatuada y regordeta chica tras el mostrador de recepción no se terminaba de enterar. Fíjense si se enteraba poco (aunque hay que reconocerle la atención) que una vez nos instalamos toco la puerta para traernos una tercera cama cuando con dos queen size nos apañábamos la mar de bien. Pasamos un rato en el Hotel/Motel y cuando la noche se cernió sobre Kingman salimos a cenar. Teníamos referencias de otro dinner estilo años 50 llamado Mr D’z Route 66 Diner. Estados Unidos, como yo mismo, sigue enamorada de aquella época. No tardamos demasiado en llegar.  No creo que la memoria me traicione cuando afirmo que pedí una hamburguesa para cenar y una Coca-Cola con vainilla al no atreverme a probar su “mundialmente famosa” root beer (ya saben, ese refresco de Reflex que parece entusiasmarles). El caso es que la comida estaba sabrosa y el batido de Oreo con el que cerré el puesto esa noche estaba realmente rico. No obstante Galaxy Dinner en Flagstaff me gusto más y probablemente porque fue un descubrimiento fortuito. Una cosa que me di cuenta es que no paraban de entrar turistas (acostumbrados a sus usos horarios y no a los estadounidenses) para desesperación de los camareros.

Un día completo. Un día de carretera como ningún otro. Más de 800 kilómetros y muchos, muchos de ellos a toda velocidad sobre la Histórica Ruta 66. Si solo hubiéramos sabido el infierno al infierno al que estábamos a punto de enfrentarnos…

How are you today?

How are you today?


Otras aventuras viajeras en:

Un idiota de viaje – Consideraciones viajeras y primera noche en L.A.

Un idiota de viaje – Los Angeles: Dos noches y un dia.

Un idiota de viaje – Adiós a Los Angeles y una road movie.

Un idiota de viaje – Sal de mi pueblo If you’re going to San Francisco.

Un idiota de viaje – Un hippie se subió a un tranvía en San Francisco mientras un recluso le estaba mordiendo la pierna. 

Un idiota de viaje – Con el ciruelo al aire por las calles de Frisco.

Un idiota de viaje – Going up the country.

Un idiota de viaje – Jugando al golf con el diablo.

Un idiota de viaje – Bienvenidos al fabuloso vertedero de Norteamérica.

Un idiota de viaje – Un flamenco, una boda y un streaptease.

Un idiota de viaje – Sobrevolando ganancias en Las Vegas.

Un idiota de viaje – Carretera y manta.


contacto@cincodays.com

Síguenos en Facebook:

https://www.facebook.com/Cincodays/

Síguenos en Twitter:

@Cincodayscom


Archivado en: Cajon de Sastre, Un Idiota de Viaje, viajes

Un idiota de viaje – Reconciliacion con L.A.

$
0
0

Un idiota de viaje…por César del Campo de Acuña

Reconciliación con L.A.

La noche que precedió al que sería nuestro último día completo en Estados Unidos fue un infierno. En los últimos días había conocido el calor del Valle de la Muerte, de Monument Valley, de Grand Canyon West, de Las Vegas y de Los Ángeles pero ninguno se pudo comparar al que sentí y sufrí la madrugada del 21 al 22 de agosto de 2016 al 22 en la habitación de aquel motel situado en Kingman. ¿Han experimentado alguna vez la sensación de sentir como poco a poco, por la noche empiezan a sudar profusamente y por mucha ropa que se quiten no sienten ningún tipo de alivio? ¿Les ha despertado alguna vez el calor? ¿Han notado el pelo pegajoso y húmedo en la nuca por transpirar cual cerdo en día de matanza? ¿Se han sentido como atrapados dentro de un horno? ¿Les ha faltado alguna vez el aire por culpa de las altas temperaturas?… ¿si, verdad? Pues esa noche, mis compañeros de viaje y yo las vivimos todas una detrás de otra y a la vez. Tanto fue así, que sin poder soportar aquello más, me levante, me duche y me fui a la calle para enfriarme. Y ocurrió exactamente eso porque en la calle no es que hiciera frio, pero unos 10 grados menos que dentro de aquella sauna sí que hacían. Aproveche para pasear, para fijarme en que en mi Motel, como ya había visto en decenas de películas, había gente que vivía en él y para ver en marcha a los autobuses escolares con sus pequeños y malhumorados reos en su interior ya que se trataba del primer día de colegio en el estado de Arizona.

Al igual que en Flagstaff teníamos desayuno incluido. Me dirigí a la recepción y de ahí pase al comedor. Me puse un cuenco de cereales, un poco de zumo y leche. Desayune viendo las noticias. Estados Unidos había arrasado en las Olimpiadas de Rio 2016, el escandalo Ryan Lochte empezaba a enfriarse, Trump y Clinton copaban la atención nacional y en Arizona los padres celebraban el regreso de sus retoños al colegio mandando fotos a las redes sociales de los informativos en las que se les veía saltando de alegría. Hice todo el tiempo que pude tras desayunar. Mandar alguna que otra prueba de vida, dibujar, leer distraídamente algún panfleto…lo que habitualmente haces cuando sabes que te tienes que ir pero no tienes a donde. Pasada una media hora larga desde que termine el desayuno volví a la habitación para comprobar en qué estado se encontraban mis amigos. Estaban vivos. Quejosos por el tormentoso calor que sufrieron durante la noche, pero vivos a fin de cuentas. No tardamos en empaquetar, cargar el coche, hacer el check out y volver a la carretera. Teníamos más de 500 kilómetros de distancia entre Kingman y la ciudad de Los Ángeles por lo que, si queríamos aprovechar el día debíamos salir pronto de aquel punto de la Histórica Ruta 66. Y una vez más nos vimos sobre el asfalto, con Las uvas de la ira terminada, música y conversaciones triviales sin resonancia.

Amanece...que no es poco.

Amanece…que no es poco.

Les ahorrare esas horas de coche. Esas horas muertas e intrascendentes sin sobresaltos. Solo me detendré en los kilométricos trenes de mercancías. Los habíamos oído durante la noche, pero durante un buen trecho del trayecto nos acompañaron a cierta distancia. Una ristra de contenedores apilados unos encima de otros o sin apilar, recorrían la pradera arrastrados por varias cabezas tractoras. Me puse a contar, en más de una ocasión, las latas que conformaban aquel gigantesco convoy pero se perdían en el horizonte que dejábamos atrás. Kilómetros de mercancías recorriendo el país sin prisa pero sin pausa en el medio de transporte que escribió la historia de los Estados Unidos. Pasadas las horas sencillas del último gran viaje por carretera, comenzamos a notar un significativo aumento en la densidad del tráfico. Nos acercábamos a la ciudad de Los Ángeles y esta nos recibía con sus arterias de cinco carriles atestadas de coches, autobuses y camiones. Me sentía atrapado. Del mismo modo que no me gustan los aviones, tampoco me gustan los coches y verme rodeado por ellos me hacía sentir cierto grado de claustrofobia. Afortunadamente teníamos la dirección exacta del lugar en el que nos hospedaríamos la última noche por lo que nuestro estúpido GPS y la pericia del sufrido conductor de esta aventura nos llevaron más pronto que tarde al Hotel Solaire, donde me volví a topar con los contrastes que tanto me abrumaron en mis primeros días en L.A.

El hotel tenía muy buen aspecto, pero los edificios, casas y calles que le rodeaban estaban sucias y descuidadas. En la recepción nos atendió una señora de mediana edad regordeta, con gafas para ver de cerca y el pelo recogido en un moño. Nos dijo que, debido a lo pronto que habíamos llegado nuestra habitación no estaba lista. No recuerdo que hora era exactamente, pero si recuerdo que nos llamó la atención a todos. No queríamos malgastar una hora en el hall del hotel esperando poder entrar en nuestra habitación por lo que decidimos marcharnos. Mientras mis compañeros de viaje se ausentaban unos minutos converse con la recepcionista. Me conto que venia del Salvador, que si vives en Los Ángeles vives para trabajar y que un tío suyo fue caricaturista en un periódico de su país. Antes de aquella charla insustancial pero entretenida, con mis amigos aun delante nos preguntó de dónde éramos. De España – respondimos – y ella, como si nos estuviera revelando un gran secreto contesto: Mi apellido es español. Iglesias se apellidaba. Con cierta sorpresa, el trio de viajeros nos miramos. Aquella mujer, por amable que fuera, no tenía ni la más remota idea de historia. Cuando le contamos que los españoles colonizamos buena parte de sur, centro y norte américa, nos miró como si le estuviéramos hablando en chino. Entre nuestro amigo con cero conocimientos de geografía de Flagstaff y esta señora procedente del Salvador con nulos conocimientos históricos cumplimos nuestro cupo de indocumentados de este viaje. Aún me maravilla, a la par que me aturde, que no supiera que los españoles nos enseñoreamos de todo aquello hace unos cuantos siglos. Las misiones, los nombres, el idioma…nada.

Una vez mis amigos volvieron al mostrador de recepción me despedí cortésmente de aquella mujer deseándole una buena vida. Gozábamos de tres cuartas partes del día para visitar algunos de los lugares que no pudimos ver en nuestros días previos en La-La Land. La primera parada fue el cartel de Beverly Hills. Antes de llegar pasamos junto al hotel Ramada donde pasamos nuestras primeras noches en suelo norteamericano y volvimos a conducir al lado del Paseo de la Fama de Hollywood. Llegamos sin demasiados problemas para toparnos con unos carteles sin demasiada historia. No me entiendan mal, estuvo bien pasar por allí, pero si están en Los Ángeles por motivos turísticos se lo pueden ahorrar. Son solo los carteles que anuncian la entrada a una zona residencial conocida en prácticamente todo el mundo. Que quieren que les diga a mí la famosa serie de Beverly Hill 90210 nunca me ha importado lo más mínimo. Oh, qué mala memoria… antes de posar en ese “pintoresco” lugar y por cabezonería personal, condujimos hasta un centro comercial en el que había una librería Barnes & Noble. Verán, durante los preparativos previos a nuestra partida elabore una lista de caprichos personales para adquirir en el país de las barras y estrellas. Videojuegos, juguetes y sobre todo, un par de libros en los que estoy profundamente interesado. A estas alturas no hace falta retrasar contarles que no pude encontrar nada de lo que había marcado pero en aquel momento, en Los Ángeles, estaba dispuesto a quemar mi último cartucho al menos, en lo que respectaba a los dichosos libros. Era mi turno. Evidentemente, como ya les he comentado, no tenían los libros. No me quedara más remedio que importarlos. Aun así, el viaje hasta el citado centro comercial no fue en vano. Era uno de esos que simulan ser una pequeña ciudad, ya saben… al aire libre. Resulto un paseo agradable, entre fuentes, tiendas carísimas y un tranvía que daba un paseo ridículamente corto por su plaza. No era la mundialmente famosa Rodeo Drive pero ahí le andaba.

caro a la izquierda, imposible a la derecha, inalcanzable de frente..

caro a la izquierda, imposible a la derecha, inalcanzable de frente..

Se acercaba la hora de comer y uno de los sitios que nos dejamos por ver en el único día completo que estuvimos en L.A. fue Muscle Beach. El plan inicial, el que habíamos marcado para el día del Paseo de la Fama, era llegar a Muscle Beach e ir andando por su paseo marítimo hasta el muelle de Santa Mónica. Está a 45 minutos caminando. Como ya saben no nos dio tiempo. Si vimos el muelle por la noche, pero no Muscle Beach. Asique para allá que nos fuimos. Tras aparcar y dejar un poco alucinado al responsable del parking al preguntarle donde estaba Muscle Beach (detrás del aparcamiento ¡Zopencos! Gritaron sus ojos) llegamos a la playa de los músculos hogar de los tíos más raros de Norteamérica. Ya les he hablado del zoo de Las Vegas pero el de esa playa de Los Ángeles no es que no tuviera nada que envidiar a los viandantes de la ciudad del pecado, sino que en algunos casos les superaban. La primera persona que me llamo la atención fue una joven afroamericana con la cabeza totalmente rapada, descalza y con la cara pintada como una calavera mexicana del Día de los Muertos. Bien, el siguiente en la lista es el diablo culturista, un señor cuya tez solo podría ser descrita como “color Hulk Hogan” ataviado únicamente con un speedo rojo lucía una cornamenta hecha con su pelo mientras se ejercitaba con un bidón de agua como los que han visto en las máquinas dispensadoras de oficina lleno de arena. De cuando en cuando, retaba a algún turista a que imitara sus ejercicios dando lugar a cómicos resultados. Entrando en la rama de los saltimbanquis callejeros y pedigüeños con oficio encontramos al individuo que por 1$ te contaba un chiste, al que tocaba un piano de cola sobre ruedas en plena calle y por supuesto a un grupo de acróbatas que montaban un show bastante animado, espectacular y divertido nada más entrar en la playa.

Había muchos otros, como un grimoso hombre zombie con más roña encima que el palo de un gallinero. Pero no, no estaba disfrazado, simplemente tenía frito el cerebro. Eso sí, mirar es gratis, pero si querías hacer una foto a estos señores, filmar lo que hacían (había muchos pintores, escultores y dibujantes desperdigados por todo el paseo marítimo) tenías que dejar propinilla. Hasta para hacer una fotografía a un tiburón antropomórfico fabricado con fibra de vidrio situado en la puerta de una tienda de surf tenías que dejar un dinerillo. Y no crean que las rarezas se encontraban solo en los moradores de las arenas. Desde tiendas inmensas llenas de camisetas cutres, estudios de tatuajes que parecían haber tatuado todo el edificio en el que estaban hasta chiringuitos donde te podías comer un Twinkie frito. Estaba reconciliándome con Los Ángeles. Aquello me estaba gustando mucho. No solo estaba en el sitio donde se filmó una de mis películas preferidas de mi adolescencia (Los blancos no la saben meter, para más señas) sino que además estaba pegado a la playa en la que Arnold Schwarzenegger entrenaba al aire libre a finales de los 60 y principios de los 70. Me encontraba extrañamente a gusto. Por su puesto no dejamos pasar la oportunidad de ver el Ocena Pacifico a plena luz del día, el skate park, el famoso gimnasio al aire libre donde mucha gente estaba entrenando a pesar del calor) y por supuesto las cancha donde, por cierto, no aprecie un gran nivel lo que me llevo a imaginarme a mí mismo jugando allí cada tarde en el caso de que viviera cerca. No me gustaba nada la ciudad de Los Ángeles pero no sé porque me veía establecido en Muscle Beach con sus edificios llenos de murales y sus peculiares habitantes.

Los blancos no la saben meter...y tu tampoco.

Los blancos no la saben meter…y tu tampoco.

Comimos en un restaurante llamado Danny´s Venice Beach. Muy agradable, bajo unos soportales en uno de los edificios situados en la salida peatonal principal de la playa. Pedí el venice street dog, un perrito caliente sensacional. De beber un Dr. Pepper y de poste su “mundialmente famoso” sundae de chocolate caliente. Todo muy bueno y el servicio, de atento, llegaba incluso a agobiar. Nuestra camarera a poco que viera que la bebida bajaba aparecía y preguntaba que si queríamos más. Durante toda la comida, una y otra vez. Everything good guys? Y así todo el tiempo. ¡Señora! Denos algo de espacio. Aun así le agradecimos en la obligatoria propina su atención. Pasamos el resto de la tarde paseando. Mientras caminaba gravaba videos lo que hizo que durante unos momentos le perdiera la pista a mis compañeros de viaje. No me fui sin recuerdos de las playas de Venice. Compre en un puesto unas figuras hechas con hama beads de Mario y Lugi, y en otro les compre unos juguetes a mis perros en una tienda en la que me pase un buen rato hablando con la dependienta, una señora mayor de origen italiano. Y ya que hablamos de perros, me pare a acariciar al perrito de una chica y estuvimos hablando un rato. Hay quien dice que “conectamos”. Yo no lo tengo tan claro, pero es legendaria mi capacidad para no captar señales. Cuando volvía de pasear a su perrete nos volvimos a saludar. En esos momentos el sol comenzaba a ponerse y decidimos marcharnos de Venice y cuando lo hicimos me fije en el modelito de medias + liguero + zapatillas de felpa rosas que llevaba una chica que también se marchaba y en unos españoles que parecían haberse escapado de la basuraza esa de Jersey Shore ligando con unas. Pero oigan, no crean que nos marchábamos al hotel, antes pararíamos en un Baskin Robbins cercano. Mis amigos tomaron un helado cada uno. Yo no tome nada. No tenía hambre. Si me llamo la atención unas tartas en forma de pizza que espero ver en algún momento por aquí. La dependienta, una señora de origen hispano bastante mayor, nos comentó que también tenían unos donuts rellenos de helado. Estados Unidos es el país del cevatil.

A pocos metros de la heladería vi una tienda de videojuegos antiguos. Me gustaría haber parado. Llegamos al hotel no demasiado tiempo después. Coincidimos en recepción con dos parejas de turistas españoles que acaban de llegar a Estados Unidos esa misma noche. Mientras nosotros estábamos a punto de marcharnos otros llegaban. Ya no quedaba nada para volver. El día siguiente lo pasaría en aeropuertos y aviones. Con una Coca-Cola en la mano, tras empaquetar todas mis pertenencias en mi maleta verde me puse a pensar que los 8 años sin vacaciones, los 5 años ahorrando y los miles de kilómetros recorridos en poco más de 14 días habían merecido la pena con creces.

Hasta pronto...

Hasta pronto…


Buena parte de la aventura:

Un idiota de viaje – Consideraciones viajeras y primera noche en L.A.

Un idiota de viaje – Los Angeles: Dos noches y un dia.

Un idiota de viaje – Adiós a Los Angeles y una road movie.

Un idiota de viaje – Sal de mi pueblo If you’re going to San Francisco.

Un idiota de viaje – Un hippie se subió a un tranvía en San Francisco mientras un recluso le estaba mordiendo la pierna. 

Un idiota de viaje – Con el ciruelo al aire por las calles de Frisco.

Un idiota de viaje – Going up the country.

Un idiota de viaje – Jugando al golf con el diablo.

Un idiota de viaje – Bienvenidos al fabuloso vertedero de Norteamérica.

Un idiota de viaje – Un flamenco, una boda y un streaptease.

Un idiota de viaje – Sobrevolando ganancias en Las Vegas.

Un idiota de viaje – Carretera y manta.

Un idiota de viaje  – Bienvenido a mi valle peregrino.


contacto@cincodays.com

Síguenos en Facebook:

https://www.facebook.com/Cincodays/

Síguenos en Twitter:

@Cincodayscom

 


Archivado en: Cajon de Sastre, Un Idiota de Viaje, viajes

Un idiota de viaje – Un día en el aire

$
0
0

Un idiota de viaje…por César del Campo de Acuña

Un día en el aire

Todo tiene un final. No hay nada que empiece y no termine. La máquina del movimiento perpetuo no existe… ¡En esta casa obedecemos las leyes de la termodinámica! Amaneció triste nuestro último día en los Estados Unidos. Cielo moderadamente encapotado cubría la bóveda mientras cargábamos por última vez nuestros maletones en la cajuela de nuestro fiable Hyundai Elantra alias blanquito (si, sé que es poco original. ¡Demándadme!). Rumbo a LAX, el aeropuerto que tiene nombre de equipo de lucha libre o de marca de laxantes. Teníamos que devolver el vehículo a la compañía Alamo con el depósito lleno y con esa realidad en mente junto a los tortuosos atascos de Los Ángeles no podíamos permitirnos el lujo de tentar a la suerte saliendo tarde del hotel. No desayune. Se me cierra el estómago cuando voy a volar. No me gusta volar. Odio volar. Pero no me quedaba más remedio que Volar. Nos subimos en el coche, manoseamos por última vez a nuestro estúpido GPS, y pusimos rumbo a la parada de autobuses aérea. En esos últimos minutos en la carretera pudimos despedirnos del denso tráfico, de sus monstruosos camiones, del firme en mal estado y de esos indigentes que convertían los bajos de los puentes en sus hogares. Sorprendentemente no tardamos demasiado en llegar. Aun así teníamos que repostar y nos metimos en la primera gasolinera que vimos a mano derecha. Como somos unos gañanes y no hay dos sin tres, ahí estábamos haciendo el ridículo en una estación de servicio por tercera vez. Después de no saber hacer funcionar las bombas en dos ocasiones, allí estábamos tratando de repostar en un surtidor de AutoGas. Bravo…simplemente, bravo. Como era técnicamente imposible hacer realidad lo del elefanta y la hormiga, volvimos a saltar al coche.

Pocos metros más adelante encontramos otra gasolinera. En esta no tuvimos ningún problema. Si no recuerdo mal, no pagamos ni treinta dólares. En Estados Unidos el combustible es barato. Los moros y su chollo se van a la puta mierda entre el fracking, los coches Tesla, el AutoGas, las bicicletas y los medios de transporte alternativos. Dentro del área de servicio, minada de golosinas, bebidas y pendejadas varias, me topé con el cuarto individuo que superaba mi talla en centímetros. Resulta que después de todo no son tan grandes. A la salida del establecimiento pude ver a mi último sin techo siniestro. Se trataba de una mujer blanca bajita y demacrada. Parecía terriblemente desorientada a pesar de que en su mirada no había el mínimo atisbo de lucidez. Durante todo el viaje llamamos a estos personajes colgados; un apelativo un tanto cruel para personas que se habían convertido en muertos vivientes a causa de sus adicciones. Devolvimos el coche en Alamo. Lo recogió un señor bien entrado en sus cincuenta que tenía un aire al actor Wes Studi pero en versión hispana. Unos segundos después ya estábamos a bordo del autobús que nos llevaría a nuestra terminal. Escasos minutos después, el rumboso chofer anuncio nuestra parada. Hicimos el check in, nos despedimos de nuestras maletas con diferentes temores en mente y cruzamos el cordón de seguridad. ¿Temores?…pues el habitual ¿llegaran nuestras maletas? a los que personalmente sume ¿me tumbaran la maleta y a mí por llevar arena en una botella de plástico en su interior? Afortunadamente no pasó nada. Cuando volvimos a ver nuestros bultos doce horas después no las encontramos abiertas ni con una nota en su interior que pusiera “usted ha sido registrado por el departamento de seguridad de los Estados Unidos de manera aleatoria”.

Lax…ante

Una vez en el aeropuerto no nos quedaba otra cosa que localizar nuestra puerta de embarque y deambular por los pasillos hasta que saliera nuestro vuelo. Me fije en que, la mayor parte del personal era afroamericanos. No tengo ningún problema con eso, pero en todos los aeropuertos en los que estuvimos los puestos cara al público estaban ocupados por afroamericanos. Muchos de ellos, en especial ellas, con una cara que les llegaba a los tobillos. No hay nada como hacer tu trabajo  cabreado y con un peinado imposible. Matamos el tiempo en una tienda de suvenires y golosinas en la que hacia tanto frio que un pingüino se tendría que haber puesto chaqueta para pasear por allí. Compre un imán de Los Ángeles y algo para desayunar. A pesar de mis nervios el hambre gano el pulso. Me tome un zumo de manzana y ahora, recordando bien, fue en ese lugar donde probé los Reese’s Sticks King Size y no en la gasolinera entre Monument Valley y Kingman. Una cosa que me llamo la atención, no solo en LAX, sino durante todo el viaje, fue la desaparición de los quioscos de prensa. Sí, es cierto que en la tienda vendían prensa, revista y  libros, pero la variedad y la riqueza de los puestos y los propios puestos de periódicos que había visto en mi anterior viaje a los Estados Unidos ocho años antes había desparecido. Para mi desesperación el papel se muere. Otra cosa que hice en esas horas muertas, para no retrasar lo inevitable, fue cambiar mis dólares a euros. Había logrado deshacerme de todas las molestas monedas en máquinas expendedoras y huchas de la caridad. No salí mal al cambio, aunque lo cierto es que había olvidado por completo que haríamos una escala en uno de los aeropuertos de Nueva York, porque acaba de quedarme sin dinero para usar allí.

Bien, dicho esto querrán una ración de personajes ¿verdad? Lo cierto, para su/nuestro pesar, es que no vi tantos a los que cargarles el San Benito de la palabreja en cuestión. Claro, te topas con gentes llegadas de todo el mundo vistiendo ropas y atuendos naturales en su tierra como puede ser una enorme flor en el pelo de una hawaiana pero, siendo justos, no es reseñable y no califica para la categoría. El que se llevó el premio “Person” del día fue un tipo que directamente viajaba en pijama. Si, si, con su pantalón de pijama de franelilla, su pedazo de almohada, sus calcetines y sus chanclas. Ya les hable de los niños vestidos así cuando llegamos a Estados Unidos, pero en defensa de los padres y de las criaturitas hay que señalar que estaban a punto de embarcarse en un vuelo nocturno. Pero este tipo, en pijama, demostraba que cualquier indicio de clase, educación y saber estar ha desaparecido de los viajes aéreos. Como decía al principio de este capítulo: paradas de autobuses con alas. Y aunque tuve tiempo, mientras estábamos sentados en nuestra puerta de embarque, no vi a ninguno que me hiciera levantar la ceja y apuntarlo mentalmente en la lista negra. Por cierto, ya que les hablo de la puerta de embarque, nos la cambiaron y allí nadie dijo ni pio. Ni por megafonía, ni en las pantallas, ni nada. Fue mi neurosis, esa que me lleva a comprobar cada cosa un millón de veces, la que me empujo a cotejar el vuelo que figuraba en nuestros billetes con el que tenía frente a mí en el mostrador. Nos habían dicho que era allí, pero no, nuestra puerta de embarque no estaba en una cómoda bolsa de asientos, sino en mitad de un pasillo por el que transitaba todo el mundo. Sin prisa, pero sin pausa, nos pusimos a la cola en nuestro nuevo emplazamiento.

Rostros familiares comenzaron a aparecer. Si, nos encontramos con dos parejas que llegaron en el mismo avión que nosotros a Washington. No crean que nos saludamos ni nada de eso. Yo me entretuve con el juego mental de si o no y en acariciar a un perrete que iba a viajar con nosotros y estaba un tanto nervioso….como yo mismo. Les ahorrare contarles el vuelo. Fue cómodo. Estaba sentado en una de las filas de asientos centrales pero en la esquina por lo que podía estirar más o menos las piernas. Me pase todo el trayecto viendo películas en versión original y preguntándome porque todo el mundo en cuanto pone el trasero en el sitio que le ha sido asignado decide quitarse los zapatos. No esperan ni diez minutos a sufrir el síndrome de la clase turista. No es que me importe, pero oigan, esperen un poco que está ahí la pobre azafata haciendo el paripé y usted más preocupado en la comodidad de sus pinreles. Carrito de bebidas, comida infecta, azafatas que no se parecen a las de las películas…lo que viene siendo un vuelo. Tranquilo pero largo. Una vez aterrizamos en Nueva Jersey ya era de noche. Habíamos cruzado el país a fin de cuentas. Estábamos en el aeropuerto de Aeropuerto Internacional Libertad de Newark que no es el JFK pero afortunadamente, según tengo entendido, tampoco es el de LaGuardia. Deambulamos por allí. Teníamos una hora larga hasta que nuestro vuelo saliera y aunque en el anterior habían “intentado” alimentarnos teníamos hambre. Las ofertas gastronómicas eran amplias. Probamos en una pizzería y la dependienta a nuestras preguntas nos puso morros asi que a otro sitio, que va aguantarle su mala gana su santa madre, porque lo que es yo, no. Probamos en una hamburguesería, pero ante la imposibilidad de pagar en efectivo pasamos del sitio tras cancelar nuestro pedido para estupor de la gerente. Finalmente terminamos comprando unos bocadillos horribles en un puestecito que si aceptaba efectivo y prepárense, que en el siguiente párrafo viene una reflexión.

Un día de aviones y aeropuertos.

Un día de aviones y aeropuertos.

Se nos comen. Y no, no los chinos, sino las máquinas. La automatización ya está aquí le duela a quien le duela. ¿Se han fijado que poco a poco vamos  interactuando más y más con dispositivos electrónicos? Ya sea un terminal de pedido o un contestador automático, las maquinas nos ganan terreno. E ira a más. No creo que lleguemos a la situación crítica de Terminator, pero va a llegar un punto que cerca le va a andar. ¿Y a qué viene esto? Verán en Newark nos topamos con varios comercios que ya solo aceptaban pago con tarjeta y tantos otros en los que el pedido te lo gestionabas tú mismo a través de una pantalla sin ningún tipo de contacto con otro humano. Personalmente creo que es un desastre. Si, abarata costes y le ahorras al cliente tratar dependientes de mal café y viceversa pero, ¿Dónde quedan las respuestas naturales no basadas en parámetros salidos del resultado de una encuesta? Tengo un amigo que trabaja en el sector metalúrgico y ya me ha dicho que dentro de veinte años todo será automático. Solo harán falta unos pocos supervisores para comprobar que la maquinaria hace su trabajo y funciona correctamente. ¿Llegaremos al punto de ser pagados por no hacer nada? ¿Estamos ante el albor de la era del Homo Ludens? ¿Quién luchara en las guerras del futuro? ¿robots? Es probable que no llegue a ver tanto, pero por lo pronto ya le he tenido que pedir a una pantalla plana que quería comer y beber para luego tener que pagar con dinero virtual. Oh, por cierto, en uno de esos establecimientos automáticos me tope con el wrestler profesional Drew Galloway y no, no mide lo que dice que mide ni de broma ya que ambos, hombro con hombro como le tuve, estamos a la par. Resulta curioso que cada vez que voy a Estados Unidos me topo con alguien moderadamente famoso. En mi primera visita vi a Johnny Knoxville en Times Square y en la segunda al luchador profesional Drew Galloway. No está mal.

Y llego la hora. La hora de dejar atrás los kilómetros, la broma del enculadero (¿Sabes a donde se va por ahí, verdad?…al enculadero), de utilizar la expresión abra cadabra tapate guarra, de pedir que nos trajeran una col lombarda, de repetir el sketch de los mecánicos mortíferos, de mentar a César Romero, del todo incluido, de “hey, ahí vive gente”, de esa urbe del futuro que es Tuba City, reírme de la mongólica de Alicia Keys y de otras tantas y tantas tontadas que asustarían a un catedrático. Lo curioso es que todas parecían haber ocurrido hacia un millón de años. En los últimos días ese pensamiento fue dicho en voz alta en unas cuantas ocasiones pero aquella noche en el aeropuerto de Newark realmente parecía que habían transcurrido miles de años desde que pasamos la primera noche en el Hotel Ramada. Después de cuatro mil kilómetros, cuatro estados, tres grandes ciudades, cinco parques naturales y un tramo de la Histórica Ruta 66 volvíamos a casa. Por delante, no sé cuántas horas sobre el Atlántico. Comida de avión, asientos escuetos en su vocación, carritos de bebida y un perfumado y amable azafato de origen hindú fueron la compañía, junto a tres películas que tuve en ese vuelo nocturno que me llevaría a aterrizar en Madrid el día de mi treinta y cuatro cumpleaños, el veinticuatro de agosto de dos mil dieciséis.

Feliz día de tu no cumpleaños

El vuelo fue tranquilo. El aterrizaje fue una mierda como el sombrero de un picador. El piloto decidió tirar literalmente el avión contra la pista. Se notó un impacto brutal en la cabina cuando las ruedas tocaron asfalto. En mi interior las frases “me cisco en la madre del piloto” y “vamos a morir” libraban un combate despiadado a cara de perro. Afortunadamente no ocurrió nada y ninguna de las dos salió de los confines de mi mente (en la que vive un tejón con visera de banquero antiguo llamado Murray). Al salir el avión el perfume del azafato de origen hindú volvió a despedirse de todo aquel pasajero que tuviera la “fortuna” de pasar por su lado. Sentía, tras una noche sin dormir viendo películas en el pequeño monitor del reposacabezas situado frente a mí, como si tuviera los ojos atornillados a la cara. No solo escocían…pesaban. Nos recogió el padre de uno de mis compañeros de viaje. El trayecto hasta la casa de mis amigos fue ameno. Hacía años que no pasaba por Madrid. Cuando llegamos, la sorpresa fue mayúscula, el tanque de la tortuga mascota de mis colegas se había convertido en un apestoso cenagal. Las personas responsables de su cuidado no habían cumplido. Tras sacar al quelonio de más de dos kilogramos del nauseabundo légamo y deshacer más o menos las maletas marchamos hacia un hipermercado a comprar. Una vez en la casa, mis amigos se entregaron a sus quehaceres, mientras que yo jugaba al divertidísimo Broforce. Quise ayudar, pero no me dejaron. Mi amiga se marchó al gimnasio, mientras que su marido paso toda la tarde limpiando la pecera.

broforce-logo-cincodays

Era mi cumpleaños y todo se movía muy despacio. Mis amigos ocupados y mi cerebro anestesiado por la falta de sueño. Mi cuerpo pidió tiempo muerto en forma de cabezadas cuando comenzamos a ver las fotos del viaje. La tarde paso. Pensamos ver Golpe en la pequeña china, pero no hubo forma de encontrarla. Nos decidimos por Pulp Fiction y tras recibir un regalo de cumpleaños de mis amigos en forma del muñeco Funko Pop de Harley Quinn cerramos la persiana porque no podíamos aguantar despiertos. El resto del film quedaría para el día siguiente, el día de mi no cumpleaños. Dormí. Lo suficiente para sentirme como nuevo. Una vez tuve los ojos abiertos me puse a trastear con el ordenador, tenía muchos correos que responder, reservas que hacer y actualizaciones por mirar. Mis amigos seguían durmiendo. Una vez termine me puse a jugar a la consola, Broforce, una vez más. No sé cuánto tiempo jugué, pero sé que fue mucho porque llegue a estar cansado de dar a los botones. Mis amigos dormían. Estuve viendo la tele. Programas de supuesta tele realidad en los que sus protagonistas venden y compran artículos. Al rato volví al ordenador. Llevaba unas 4 horas despierto, quizás más y entonces despertaron. Pasaríamos el día de mi no cumpleaños en la ciudad. El día anterior reservamos en una hamburguesería llamada Goiko Grill de la que llevaban un año hablándome. Una vez volvieron al mundo de los vivos, marchamos a dar un paseo. Tras volver y adecentarnos partimos rumbo al restaurante. No tardamos en llegar y, misteriosamente, encontramos aparcamiento rápido a unos pocos metros de nuestro destino. Nos acompañó a nuestra mesa un tipo amable pero demasiado moderno para su propia salud. Y finalmente, tras más de un año escuchando sobre las bondades de las hamburguesas de esa pequeña cadena de restaurantes pude probarlas. ¿Veredicto? Notable alto. Mis preferidas de Madrid sin lugar a dudas. Pero no, no es la mejor hamburguesa que me he comido en mi vida, esa aún está por descubrir. Si están por la ciudad de los gatos no duden en pasarse por uno de los restaurantes. ¿Qué no me gusto? La parroquia de “cuñados” que teníamos sentados al lado, liderados por el clon barato de Josema Yuste pero de eso no tiene la culpa Goiko Grill. Secretamente, mis amigos habían pedido una porción de tarta Red Velvet con una vela para celebrar mi No Cumpleaños, ya que las Oreo Tarta de Cumpleaños que tomamos la noche anterior. Fue una bonita sorpresa y la tarta, siendo la primera vez que la probaba más allá de las Oreo Red Velvet, me gustó mucho.

¿Y que hicimos después en mi día de no cumpleaños? Pues ir de tiendas, pero no a unas tiendas cualquiera, sino a la ruta de los comics. Pasamos por todas y cada una de ellas y compre bastantes cosas la verdad. Cuatro números de cinco de la colección Rogue Trooper, el tebeo El gran duque y el muñeco de Jack Burton versión Funko Pop. Tras buscarlo incansablemente por la Costa Oeste de los Estados Unidos sin éxito al final lo encontré en una tienda de Madrid. Añadan que mis amigos me regalaron a la versión Funko de Lo Pan que brilla en la oscuridad. Bien, hagamos un alto. Verán entre las cientos de cosas que me molestan, una de las que más me hacen arquear las cejas con desaprobación es la que empuja a los aficionados a lo que sea a disfrazar sus obsesiones o gustos con nombres de cara a la galería. “Oh, no, no…yo no leo comics, leo novelas gráficas” o “Por supuesto que sí, pero yo no colecciono muñecos, colecciono figuras y figuras de acción” son dos de las más repetidas en los mundos por los que me muevo. ¿Y esos complejos? ¿Necesitan reafirmarse o algo así? Entonces, vamos a ver que yo me entere ¿de verdad son tan mentecatos? Llamen a las cosas como quieran pero dos cositas: primero, nunca corrijan a nadie que no pase por su aro de acomplejado y dos, jamás vistan algo de lo que no es y no lo sobredimensionen para darle una importancia que no tiene para convertirlo en algo aceptable para la sociedad… ya saben, esa que ve perfectamente licito que alguien se gasta ciento cincuenta euros en una noche en copazos pero ve con malos ojos que ustedes, con sus treinta castañas, se compren un muñeco de veinte euros. Yo no tengo nombres, ni una lista, pero si han sentido ofendidos por esto que acabo de escribir me mandan un correo electrónico poniéndome a parir en lo alto de una montaña rusa.

big-trouble-little-china-pop-vinyl-cincodays

Pero sigamos, sigamos. El punto final de la Ruta 66 lo fijamos en la tienda Atlántica 3.0 donde encargue las dos figuras que me faltan para terminar mi colección ReAction de Golpe en la pequeña china. Mis amigos me presentaron al dueño, un tipo muy dicharachero y agradable. Curiosamente, en la conversación de nuestro periplo estadounidense se metió un tipo que había estado viviendo en la Costa Oeste de los Estados Unidos y que estaba esperando a obtener su visado de trabajo para volver. Pero si la Ruta 66 termino en Atlántica 3.0, la ruta de los comics no. Pasamos por Fnac, la morada de los fantasmas, pero no encontré nada que me sedujera y un libro que andaba buscando no lo tenían. Finalmente, la cosa termino en Chollo Games, una tienda Retro algo cara, en la que apure veinte euritos adquiriendo dos títulos para mi adorada Nintendo NES. Pasamos por la Puerta del Sol, repleta de gente que habla de libertad prohibiendo, disfraces mejores que algunos de los que pudimos ver en el Paseo de la Fama de Hollywood y turistas. Cuando el sol se empezaba a poner, con nuestras compras en la mano, entramos en el metro con dirección al sitio en el que teníamos aparcado el coche. Un muy buen día que termino viéndonos terminar Pulp Fiction.

Como siempre, la mañana de mi último día de viaje empezó temprano. En esta ocasión mis amigos no tardaron tanto en despertar. Con todo preparado para mi partida dimos una buena vuelta por la zona. Con algo de nostalgia entramos en Taste of America y compre algunos de los refrescos a los que nos habíamos acostumbrado en EEUU. Con bastante sed me tome una de las latas, un Hawaiian Punch para más señas. Recuerdo que me produjo bastante picor en la lengua y desconozco los motivos. Oh, otra cosa, durante todo el viaje en Estados Unidos estuve cargando con una bolsa en la que guardaba unos caramelos que mis sobrinas pidieron por no dejarlos en el coche y correr el riesgo de que se convirtieran en una masa informe y chiclosa. Si llego a saber que encontraría los dichosos caramelos en la tienda de Madrid los habría comprado su tía. Cosas que pasan, digo yo. Paseamos tranquilos, mi tren no salía hasta pasadas las cuatro y pediríamos pizza para comer. Una Tony Pepperoni de masa gruesa para mí por favor. Llegaba la hora de volver al viejo hogar. Menos de treinta minutos después de haber salido de casa de mis amigos ya estábamos en la estación. Resulto extraño. Era la primera vez en nuestra vida que el que se despedía para volver a su casa era yo en lugar de ellos. Rampas mecánicas, una tiparraca disfrazada, cola, control de seguridad y a mi vagón, donde el típico metomentodo no tardo en decirme que no podía poner una maleta tan pesada en el porta equipajes situado sobre mi cabeza. Le mire con una cara de profundo desprecio. El alfeñique contrahecho saco algo de valor de su cuellecito de lápiz y me dijo: “ya vera cuando venga el revisor”. ¿Hace falta decir que el revisor no me dijo ni flores al respecto? ¿No, verdad? Pase el resto del viaje leyendo los tebeos que había comprado el día anterior. Y finalmente, tras diecinueve días fuera llegue a casa. ¿Tardare otros ocho años en volver a viajar? ¿Costara cinco años ahorrar para un viaje de esa catadura? En el horizonte se perfila Japón, pero eso es una historia que todavía está por contar.

japon-cincodays


La aventura al completo:

Un idiota de viaje – Consideraciones viajeras y primera noche en L.A.

Un idiota de viaje – Los Angeles: Dos noches y un dia.

Un idiota de viaje – Adiós a Los Angeles y una road movie.

Un idiota de viaje – Sal de mi pueblo If you’re going to San Francisco.

Un idiota de viaje – Un hippie se subió a un tranvía en San Francisco mientras un recluso le estaba mordiendo la pierna. 

Un idiota de viaje – Con el ciruelo al aire por las calles de Frisco.

Un idiota de viaje – Going up the country.

Un idiota de viaje – Jugando al golf con el diablo.

Un idiota de viaje – Bienvenidos al fabuloso vertedero de Norteamérica.

Un idiota de viaje – Un flamenco, una boda y un streaptease.

Un idiota de viaje – Sobrevolando ganancias en Las Vegas.

Un idiota de viaje – Carretera y manta.

Un idiota de viaje  – Bienvenido a mi valle peregrino.

Un idiota de viaje – Reconciliación con L.A.


contacto@cincodays.com

Síguenos en Facebook:

https://www.facebook.com/Cincodays/

Síguenos en Twitter:

@Cincodayscom

 

 

 

 


Archivado en: Cajon de Sastre, Un Idiota de Viaje, viajes

Movie Review – Alien vs. Predator

$
0
0

Movie Review…por  César del Campo de Acuña

avp-movie-poster-cincodays-comDirección: Paul W.S. Anderson.
País:
Estados Unidos.
Año:
2004.
Duración:
100 minutos.
Género:
Acción. Terror. Ciencia ficción.
Guion:
Paul W.S. Anderson y Shane Salerno.
Intérpretes: Sanaa Lathan, Raoul Bova, Lance Henriksen, Ewen Bremner, Colin Salmon, Agathe De La Boulaye, Tommy Flanagan, Carsten Norgaard, Joseph Rye, Tom Woodruff Jr., Adrian Bouchet, Ian Whyte y Sam Troughton.
Música: Harald Kloser.
Fotografía:
David Johnson.
Montaje: Alexander Berner.
Dirección artística:
Raymond Chan, Jindrich Kocí, Milena Koubkova, Adam O’Neill y Justin Warburton-Brown.
Diseño de producción: Richard Bridgland.
Estreno en Estados Unidos:
13 de agosto de 2004.
Estreno en España:
19 de noviembre de 2004.

It’s our planet….It’s their war

El comic llego antes. El comic casi siempre suele llegar antes. ¿O no? Verán, la primera nota visual que el gran público percibió de que los Xenomorfos y los Yautja compartían universo fue en Depredador II (1990), aunque, un año antes del estreno, los lectores de cómics gracias a Dark Horse Presents #34-36 (noviembre de 1989 a febrero de 1990) ya pudieron ver el enfrentamiento entre estas dos razas en viñetas. Aquel tebeo pergeñado por Chris Warner, Karl Story, Phill Norwood, Randy Stradley y Robert Campanella no solo encontró una respuesta en la cinta protagonizada por Danny Glover en la escena en la que aparece un cráneo de la letal criatura en la sala de trofeos del Depredador, sino que término desarrollando una franquicia con productos como novelas, juguetes, videojuegos y por supuesto, más comics. Curiosamente, a pesar del interés que el enfrentamiento entre estos dos seres suscitaba la primera película no llego hasta el año 2004. Los films de luchas entre monstruos no eran nada nuevo ya que los estudios llevaban enfrentándolos desde los años 40 (siendo la primera Frankenstein Meets the Wolf Man de 1943) y los espectadores habían reaccionado positivamente a Freddy vs. Jason en 2003, por lo que producir una obra en la que dos propiedades caídas en desgracia cinematográfica, pero con muchos seguidores, se enfrentaban  era algo natural. Natural para exprimir hasta el último centavo que pudieran sacar de los humeantes cadáveres en los que se habían convertido las dos terroríficas especies extraterrestres.

Paul W.S. Anderson, un tipo que para mí lo más positivo que ha hecho ha sido Mortal Kombat y el remake (precuela según el mismo) de Death Race ya que no soporto los films de Resident Evil, presento una idea a John Davis (propietario de los derechos en aquel momento) en la que había estado trabajando ocho años. Impresionado porque la historia se desarrollaba en la tierra (tal y como él quería) y por los concept art creados por Randy Bowen, dio luz verde al proyecto. Aun así el guion tuvo que ser reescrito antes de entrar en producción y seis meses más tarde Anderson y  Shane Salerno ya lo tenían completado. Lo primero que se hizo fue contratar a Lance Henriksen (Aliens, Frio como el acero, Alien3…) para que la primera cinta que enfrentara a Xenomorfos y Yautja tuviera continuidad con el “universo Alien”. Curiosamente la protagonista, Sanaa Lathan, no fue contratada para el papel hasta una semana antes de empezar el rodaje. Así con un casting repleto de actores europeos (especial mención para Ewen Bremner que es un tipo que siempre me ha caído bien), el rodaje comenzó a finales de 2003 en los Estudios Barrandov de la Republica Checa y el resto, como suele decirse, es historia. La película se estrenó a finales del verano de 2004 y fue un blockbuster tardío al recaudar más de la mitad de lo que se había invertido en ella en solo un fin de semana. La cinta genero más de veinte millones de dólares en ingresos y por supuesto una secuela titulada Alien vs. Predator Requiem estrenada en 2007.

alien-vs-predator-cincodays-com

En si la cinta es una película de acción con poco suspense y terror que desde muy temprano va directamente a lo que el espectador quiere ver que no es otra cosa que a los Aliens zurrándose con los Depredadores. Los personajes humanos caen como chinches mientras se va explicando la conexión entre las tres especies hasta que solo queda el personaje de Lathan la cual, en un giro de guion un tanto desafortunado, es aceptada por la tribu de cazadores espaciales tras ayudar a uno de ellos. Si el líder de un comando de fuerzas especiales cuyo pelotón es pulverizado no logro congraciarse con esta raza ¿Cómo es posible que lo logre una escaladora profesional? Supongo que toda la mística de los Yautja se fue a la porra desde el momento en el que no pudieron con el personaje de Danny Glover en Depredador II. Por otro lado, este film parece solo hacer fuerza en el universo Alien, obviando los eventos ocurridos en las dos cintas de Predator. Aun así, la trama de la pirámide resulto original y como cinta de acción funciona muy bien. Eso sí, está llena de momentos estúpidos para dar y regalar. Si son espectadores tan puntillosos como yo mismo, les molestaran errores de producción como ver telaraña en una pirámide bajo el hielo o ver como dos viajeros en un helicóptero no se presentan hasta que uno de los dos despierta tras quien sabe cuántos minutos u horas de vuelo. Por otro lado, del mismo modo que la mencionada Freddy vs. Jason, Alien vs. Predator no toma partido por ninguna de las dos criaturas y replica el final de la cinta protagonizada por los dos iconos del slasher dando un sonoro “Quien ríe el último, ríe mejor” a una de las dos especies extraterrestres. Y si, esta ansias de contentar a los aficionados de unos y de otros a pesar de la escena final es una dolorosa falta de personalidad tejida por el interés económico de seguir produciendo hasta que dejen de dar dinero y no hay nada peor que hacer una película con la secuela ya en mente.

En general Alien vs. Predator fue bien recibida por el público y no por la crítica, como suele ser habitual. Pero, a medida que ha ido pasando el tiempo, los espectadores se han vuelto en su contra. Siendo una película que he visto en tres ocasiones contadas, solo puedo decir que, aunque el desarrollo de la trama es catastrófico, el concepto de la misma es interesante. Las escenas de acción están bien filmadas y el ritmo es trepidante por lo que, como divertimento, es aprovechable. Fue gestada para conservar unos derechos, para contentar a los seguidores de ambas franquicias y como blockbuster ¿Qué más quieren teniendo en cuenta que Paul W.S. Anderson se encontraba tras las cámaras? Es fácil odiarla, pero también es fácil pasar un buen rato con ella si dejan sus prejuicios y a la nostalgia junto al felpudo de entrada.

avp-xenomorph-cincodays

Curiosidades:

  • En una entrevista, el director Paul W. S. Anderson dijo que Arnold Schwarzenegger se ofreció para repetir su papel como Dutch Schaeffer (de Depredador) al final de esta película como un cameo, pero sólo si perdía las elecciones para gobernador de California.
  • Ian White dio vida a todos los Yautja (Predators) que aparecen en la película. Han podido ver a White en películas como Prometheus (El Ingeniero) o series como Juego de Tronos (interpretando a Wun Wun / Dongo the Giant / Gregor Clegane).
  • En el trailer oficial, hay un breve plano del planeta prisión Fury 161 de Alien 3.
  • El animatronic de la Reina Alíen era controlado por un equipo de control de movimiento que podría guardar sus movimientos digitalmente. Por lo tanto, si lograban un buen movimiento durante el ensayo, la toma podría ser reproducida íntegramente más tarde frente de la cámara.
  • El personaje de Verheiden lleva el nombre de escritor de cómics de Mark Verheiden, creador de la primera serie en viñetas de Alien vs Predator y de la primera historia que involucraba a ambas especies. Contrariamente a la creencia popular, el cómic fue lanzado antes del plano de Depredador 2 en el que aparece la cabeza de un Alíen dentro de la sala de trofeos de la nave Yautja.
  • Al menos en la versión original, las palabras/nombres Alíen y Predator no son utilizadas en ningún momento. Los personajes se refieren a los Aliens como: Cosas, criaturas y serpientes mientras que a los Predators les llaman cazadores y humanoides.
  • Los predators que aparecen en la película fueron bautizados como Scar, Celtic y Chopper por el equipo de Amalgamated Dynamics Inc.
  • Los altares de sacrificio de la pirámide están dispuestos de la misma manera que las Life Pods vistos en Alien: El octavo pasajero. El agujero que hay en el suelo es prácticamente idéntico al poster de Alien 3.
  • Lance Henriksen fue el primer actor en ser contratado para mantener una suerte de continuidad con la franquicia Alíen (aparece en Aliens y Alien 3).
  • La reina Alíen vista en esta película fue en su momento el animatronic más complejo jamás creado. La criatura tenía el doble de partes móviles que el Tiranosaurio de Parque Jurásico.

avp-humans-cincodays-com

contacto@cincodays.com

Síguenos en Facebook:

https://www.facebook.com/Cincodays/

Síguenos en Twitter:

@Cincodayscom

 


Archivado en: Cine, Movie Review

Cajón Deportivo – Jack Johnson

$
0
0

Cajón Deportivo…por César del Campo de Acuña

Aficionados al deporte, sean bienvenidos una vez más a Cajón Deportivo, la sección dedicada a recordar a todos aquellos ídolos del deporte que han caído, más o menos, en el olvido.  Hoy les voy a hablar de un peso pesado que hizo historia.

jack-johnson-retrato-cincodays-com¿De quién hablamos?: de John Arthur “Jack” Johnson, un boxeador estadounidense nacido el 31 de marzo de 1978 en Galveston, Texas. Falleció a los 68 años de edad el 10 de junio de 1946 en  Franklinton, Carolina del Norte.

¿Por qué le recordamos?: El apodado Gigante de Galveston (medía 1 metro y 85 centímetros con un peso de 91 kilogramos) ha pasado a la historia por ser el primer campeón mundial de los pesos pesados afroamericanos.

¿Qué fue de él?: Peleo de manera profesional hasta los 60 años. Subió por última vez a un cuadrilátero el 27 de noviembre de 1945 para tres rounds de 1 minuto de duración en un combate benéfico. Falleció en junio del 46 tras sufrir un fatal accidente de tráfico.

¿Sabías que…?: Hijo de ex esclavos, Johnson el tercero de nueve hermanos, estuvo escolarizado  hasta los 12 años. En su niñez acepto diferentes trabajos para ayudar a su familia. Con la edad anteriormente citada, un chico le pego y su madre le dijo, más te vale que te defiendas o te pasaras toda tu vida huyendo. Johnson hizo caso a su madre y sin ser un chico pendenciero venció la pelea. A los 16 años se fue de casa y viajo por todo el país hasta llegar a Nueva York donde trabajo en los muelles rodeado de tipos duros y mayores que él. Diferentes fuentes señalan que durante el tiempo que paso viajando como polizón en vapores o vagones de carga participo en alguna que otra Battle Royale, una pelea a puñetazo limpio entre más de dos contendientes negros. Otras fuentes consultadas señalan que Johnson encontró trabajo en Nueva York en un gimnasio como conserje. Ahorro parte de su sueldo y compro sus primeros guantes.

De vuelta a casa tiene una serie de combates ilegales (si no había tenido más con anterioridad) antes de subir al cuadrilátero por primera vez de manera oficial. Su primer rival “oficial” fue Charley Brooks con el que peleo el 1 de noviembre de 1898 y al que derroto por KO en el segundo asalto. A pesar de ganar de manera apabullante a su rival su record personal en las diez primeras peleas en las que participo no era especialmente brillante. Johnson gano 4 combates, perdió 2, empato 2 y 2 se fueron al No Contest. Sea como fuere, en aquellos primeros combates se vio como Johnson utilizaba la defensa como mejor ataque cansando a sus rivales lo que le convirtió en el primer púgil en utilizar esta táctica sobre el cuadrilátero.

Campeón de los pesos pesados negros. El boxeo, como tantas otras cosas por aquel entonces, estaba segregado. Al menos en lo que respectaba a los títulos importantes. Johnson, con un record de 11 victorias, 3 derrotas y 5 victorias se enfrentó al campeón de los pesos pesados negros Ed Martin el 5 de febrero de 1903. Johnson derroto a Martin por decisión en el asalto número 20 convirtiéndose así en el nuevo campeón. Pero el púgil de Galveston se quería enfrentar al campeón mundial de los pesos pesados James Jeffries, pero Jeffries, como John L.Sullivan con anterioridad, declaro que nunca se había enfrentado a un negro y que nunca lo haría.  Un año más tarde Jeffries se retiraría como campeón mundial de los pesos pesados.

Persiguió al Campeón Mundial de los Pesos Pesados por todo el mundo. Johnson, dispuesto a enfrentarse contra un púgil blanco por el cinturón de campeón mundial empezó a perseguir a Tommy Burns campeón por aquel entonces. Johnson, todo un provocador en una época en la que su actitud le podría haber costado la vida, acudía a las peleas de Burns allá donde fueran, se sentaba en primera fila y se hacía notar. La cosa no terminaba ahí, no. Johnson además de hacer gala de un estilo de vida ostentoso, le retaba en los medios de comunicación provocándole.  Finalmente tuvo su oportunidad el 26 de diciembre de 1908 en Sydney, Australia (debido a las tensiones raciales en los Estados Unidos hubiera sido imposible disputar el combate en suelo norteamericano). No la desaprovecho y ante 20.000 personas Johnson se hizo con el campeonato mundial de los pesos pesados al derrotar a Burns por decisión tras 14 asaltos.

El negro más famoso del mundo. Durante el tiempo que duro su reinado como campeón mundial de los pesos pesados Johnson fue, sin lugar a dudas, el negro más famoso del mundo. Como ya he comentado el púgil era amigo de la ostentación y parecía que vivía por y para escandalizar a la opinión pública. Johnson fue campeón de 1908 a 1915 y en esos siete años, no solo tuvo su propio club de jazz, cantaba, protagonizaba anuncios y corría velozmente en sus automóviles, sino que adema se casó con tres mujeres blancas (algo terriblemente mal visto en aquella época) entre 1911 y 1925, se dice que lucía una dentadura de oro, que paseaba con su leopardo mascota mientras bebía champan y que tuvo amantes como Mata Hari y las sex symbols Lupe Vélez y Mae West. Esto no solo le granjeo el odio de la población blanca, sino que importantes voces de la comunidad negra también se alzaron en su contra. Quizás la más destacada fue la de Booker T. Washington el cual llego a declarar que las acciones de Johnson solo hacían que perjudicar a la gente de color.

Fue en parte responsable de la creación de dos términos pugilísticos históricos. Johnson fue el responsable indirecto de acuñar los términos “esperanza blanca” y “el combate del siglo”. En referencia al primero fue el escritor Jack London el que lo acuño cuando reclamo públicamente que surgiera una ‘Gran Esperanza Blanca’ que derrotara a aquel negro. Por otro lado el termino el combate del siglo se debe a la pelea que el enfrento a James Jeffries, un boxeador al que se sacó del retiro (5 años de retiro nada más y nada menos) para pararle los pies a Johnson. La población blanca veía en Jeffries a su “gran esperanza” y el combate que les enfrento el 4 de julio de 1910 en Reno, Nevada fue denominado como el primer combate del siglo de la historia. No hace falta decir que Johnson derroto a Jeffries. Tras la pelea hubo graves disturbios raciales por todo Estados Unidos que se saldaron con 20 muertos y cientos de heridos. La respuesta de la población blanca a la celebración de la población negra.

Acusación, sentencia y exilio. Las autoridades norteamericanas tenían que hacer algo para dar una lección a aquel “insolente negro” y con la Ley Mann en la mano fue sentenciado a un año y un día de prisión por violarla. El 18 de octubre de 1912, el boxeador fue detenido bajo el pretexto de que su relación con la presunta prostituta blanca, Lucille Cameron, constituía una violación de la ley Mann. Dicha ley de carácter federal tenía como propósito combatir el tráfico de mujeres blancas con fines de prostitución. Le condeno un jurado formado exclusivamente por blancos y su apresurada boda con Lucille (menos de tres meses después de la muerte de Etta Duryea, su primera mujer)  no impediría que terminara en la cárcel, por lo que tuvo que huir del país. Fue a Europa, donde boxeo en Francia, España y hay quien señala que también lo hizo en Inglaterra. Dejo Europa cuando estallo la Primera Guerra Mundial y entonces boxeo en Argentina y en México, donde vivió un tiempo.

La cárcel. Johnson, cansado de huir y deseoso de ver a su anciana madre con la que siempre había estado muy unido se entregó en julio de 1920 en la frontera de Estados Unidos con México. Para aquel entonces ya había perdido el cinturón que le acreditaba como Campeón Mundial de los Pesos Pesados en una pelea un tanto sospechosa celebrada en La Habana. Supuestamente el promotor le dijo que si perdía el título frente al púgil blanco Jess Willard podría volver a los Estados Unidos y no tendría que ir a la cárcel. Perdió el título pero no pudo volver a su país. Cuando finalmente se entregó Johnson no dejo de boxear mientras cumplía condena en la cárcel de Leavensworth, Kansas en la que disputo cuatro peleas (todas ellas se saldaron con victorias). Fue puesto en libertad el 9 de julio de 1921. Siguió peleando pero los organismos reguladores nunca le permitieron volver a disputar una pelea por el título. De hecho, no fue hasta 1937 que un afroamericano tuvo una oportunidad por el título de los pesados (el combate que enfrento a Joe Louis contra James J. Braddock).

La segregación y su muerte. Johnson siguió peleando hasta los 60 años de edad para ganarse la vida. Estuvo felizmente casado con su tercera esposa Irene Pineau desde 1925 hasta el día de su muerte. Johnson, a pesar de todo lo que había sufrido, participo en algún combate de exhibición para recaudar dinero para los bonos de guerra durante la década de los 40. Y fue precisamente durante esa década cuando Johnson falleció. Supuestamente, tras negarle el servicio en un restaurante por el color de su piel, Johnson se puso a conducir enfurecido hasta su casa. Pocos minutos después tuvo un fatal accidente de tráfico. Fue enterrado en Chicago.

Su legado. Johnson es considerado uno de los 10 mejores Pesos Pesados de todos los Tiempos, fue el primer campeón de color de la citada categoría y se retiró con un record de 73 victorias, 13 derrotas, 10 empates y 5 No Contest. Es miembro del Salón de la Fama del Boxeo desde 1954 y forma parte de del Salón de la Fama Internacional del Boxeo y del Salón de la Fama Mundial del Boxeo. Durante más de 15 años fue el afroamericano más famoso del planeta tierra. Su mujer dijo que lo que le enamoro de él fue su coraje. En su funeral dijo que su marido vivía sin miedo; nunca nada ni nadie le asusto.

jack-johnson-boxer-cincodays-com

contacto@cincodays.com

Síguenos en Facebook:

https://www.facebook.com/pages/Cincodayscom/455312474507289

Síguenos en Twitter:

@Cincodayscom


Archivado en: Cajón Deportivo, Deporte

Movie Review – Alien vs. Predator 2

$
0
0

Movie Review…por  César del Campo de Acuña

alien-vs-predator-movie-poster-cincodaysDirección: Colin Strause y Greg Strause.
País:
Estados Unidos.
Año:
2007.
Duración:
94 minutos.
Género:
Acción. Terror. Ciencia ficción.
Guion:
Shane Salerno (Personajes: Dan O’Bannon, Ron Shusett, Jim Thomas, John Thomas).
Intérpretes:
Steven Pasquale, Reiko Aylesworth, John Ortiz, Johnny Lewis, Ariel Gade, Kristen Hager, Sam Trammell, Robert Joy, David Paetkau y Chelah Horsdal.
Música:
Brian Tyler.
Fotografía:
Daniel Pearl.
Montaje: Dan Zimmerman.
Dirección artística:
Helen Jarvis.
Diseño de producción: Andrew Neskoromny.
Estreno en Estados Unidos:
25 de diciembre de 2007.
Estreno en España:
11 de enero de 2008.

In space, no one can hear you scream. On Earth, it won’t matter.

Alien vs. Predator, sin ser un gran éxito, funciono bastante bien en taquilla. Se invirtieron 60 millones de dólares y solo en Estados Unidos generó más de 80 en taquilla. Evidentemente, y a pesar de las pobres críticas recibidas por el film, se realizaría una secuela. Independientemente de que el film de 2004 terminara en un cliffhanger lo que movía al estudio era lograr la misma respuesta favorable en salas y con un ojo puesto en las críticas y otro en la franquicia decidieron darle un tijeretazo de 20 millones a la nueve entrega. ¿Y qué lograron con eso? Pues apenas recuperarse y, de paso, matar la franquicia con una segunda parte descafeinada. Alien vs. Predator 2 o Alien vs. Predator 2: Requiem es si cabe más ambiciosa que su predecesora ya que traslada la acción de un lugar aislado en el que hay un número concreto de humanos a una pequeña ciudad donde liberar lo que todos los seguidores de las franquicias llevamos esperando desde Aliens: una infestación en una población no militarizada. Pero, con ese recorte presupuestario los hermanos Strause (más duchos en el campo de los efectos visuales que en el de la realización) se las vieron y desearon para sacar adelante esta entretenida y reivindicable cinta. Tampoco les voy a  engañar, cuando la vi por primera vez en el cine me subí al carro del odio a ciegas, pero tras enfrentarme a sus escasos 94 minutos por segunda vez, debo decir que me ha gustado mucho más que aquella vez en una sala. Solo les hare una pregunta ¿Les gusto en su día Critters 2? ¿Si? Pues entonces les gusta Alien vs. Predator 2.

En esencia son la misma película. Un pueblo/pequeña ciudad, asediada por unas criaturas del espacio y un tipo que viene a cazarlas. Claro, que en esta ocasión las criaturas no son bolas de pelos, dientes y alegre personalidad sino los Xenomorfos de Giger y claro, ahí es donde se nota que falta presupuesto. Los hermanos Strause tuvieron que centrar la acción en los personajes humanos y rodar, forzosamente, escenas nocturnas o poco iluminadas con el Predator y los Aliéns. Y se nota, se nota mucho, que ese es el motivo de porque el clímax de la película sucede por la noche y en una ciudad a oscuras en la que encima llueve con ganas, para que no podamos ver bien a los que dan nombre al film ya que no los pueden mostrar como hubieran querido. Evidentemente el guion de Shane Salerno se adapta a los recortes y centra la narración en unos personajes humanos que no chirrían especialmente y que verdaderamente dan la sensación de encontrarse en medio de una pelea a la que han sido arrastrados a la fuerza. Mientras que en la primera parte el detonante del conflicto fueron los miembros de la expedición, en Alien vs. Predator 2, simplemente ocurre en una población civil por lo que la sensación de indefensión es mayor. Pero ojo, eso no quiere decir que el guion sea brillante; los guiños a la franquicia Alíen de Salerno son burdos (la escena en la que la chica se queda en ropa interior, la madre guerrera que protege a su hija…) y esta tan centrado en explicar y mascar todo lo que ocurre en pantalla que acaba con el suspense y la duda sin despeinarse y sin mirar atrás. Supongo que estaría pensando: “a fin de cuentas es una peli de acción, ¡que le den al suspense!”

Pero, a pesar de los recortes, del protagonismo indirecto de los humanos y del guion facilón Alien vs. Predator 2 es una película sumamente agradecida de ver y divertida. Los personajes son reconocibles y poco originales, pero esta particularidad, en lugar de restar suma ya que tiende un puente cercanía con el espectador. Evidentemente actúan en la narración como esperamos y eso es algo que celebramos ya que los tenemos a todos vistos y es algo que nos gusta. Por otro lado los hermanos Strause tienen las pelotas suficientes para mostrar (más o menos) cosas antes nunca vistas en las franquicias Alien o Predator como, por ejemplo, la escena en el que el Pred-Alien deposita larvas por vía oral en los estómagos de unas madres a punto de dar a luz, o el momento en el que el Predator con su cuchilla acaba con uno de los protagonistas (esperaban un final feliz, pues no, no para todos al menos). Añadan que hay algunas escenas realmente desagradables que son las que a los aficionados a este tipo de películas nos hacen aplaudir como en la que el ácido de un alíen derrite la cara de un personaje. Eso sí, muchas de las carnicerías no ocurren en cámara por los problemas anteriormente citados. Si, ya sé que ante la falta de medios imaginación (como los hermanos Chiodo con Payasos asesinos del espacio exterior o John Carpenter en tantas y tantas películas), pero si le han dado luz verde a un guion tan ambicioso como es el de esta secuela y te pegan un tijeretazo de 20 millones de dólares ¿Qué haces? Pues tirar para adelante como buena mente puedes tratando de contentar a tres bandas. Eso sí, es de agradecer que los Strause y Salerno tuvieran las narices de posicionarse más que Paul W.S. Anderson, y aunque dejan por encima al ser humano con una socorrida bomba atómica, los Yautja salen mejor parados en este segundo enfrentamiento que en el primero.

La recordaba mucho peor y me ha sorprendido gratamente con un film que, si bien es cierto no va a pasar a la historia de nada, resulta bastante entretenido a pesar de los evidentes problemas que tiene. No es ni siquiera buena, pero si reivindicable y no por llevar la contraria a todo el mundo, sino porque como entretenimiento funciona aun resultando más evidente que el mecanismo de un cubo. ¿Les gustaban las películas de monstruos? ¿Disfrutaban con los films de Serie B de videoclub en los que la ambición superaba al presupuesto con creces? Si han respondido que si mentalmente a alguna de estas dos preguntas seguro que pasaran un buen rato con Alien vs. Predator 2.

aliens-vs-predator-requiem-cincodays

Curiosidades:

  • En el guion original, el Pred-Alien moría cuando la nave Predator se estrellaba algo que ocurría entre las páginas 3 y 4. Su parte fue re-escrita para incorporar a la criatura en la película con el fin de ser el principal villano ya que el estudio estaba muy impresionado por la criatura.
  • Se pensó en Danny Glover para repetir su papel en Predator 2 en esta película. En Alien vs. Predator 2 interpretaría a un Mike Harrigan ya retirado.
  • El Predator fue apodado “Lobo” por los realizadores, después por el personaje Winston Wolfe de Pulp Fiction (1994). Su papel en la película, al igual que el del Sr. Lobo, era descrito como el del especialista que se encarga de limpiar los asesinatos, accidentes y problemas de los demás.
  • Colin Strause y Greg Strause dos querían que la película fuera en 3-D, sin embargo, la idea fue abandonada ya que hubiera sido demasiado caro.
  • La productora hablo con Bill Paxton para que interpretara al cocinero del Diner y así ser el único actor en aparecer en todas las secuelas (Aliens, Predator 2 y obviamente Alien vs. Predator 2) de las franquicias de universo compartido. Sin embargo, diferentes problemas de agenda le impidieron hacer una aparición en el film de los hermanos Strause.
  • El Pred-Alien fue apodado “Chet” en el set y en el guion. Se hizo para evitar los primeros spoilers sobre la naturaleza de la criatura. El nombre de “Chet” era una referencia al hermano pesado y desagradable de la película La mujer explosiva que, por cierto, fue interpretado por Bill Paxton.
  • Varios de los sonidos de las criaturas que se utilizaron en la película fueron realizados por un actor de doblaje para el film debido a que los de las anteriores o tenían muy mala calidad o habían sido destruidos.
  • Esta es la primera película en la franquicia Alíen en la que un revienta pechos sale del cuerpo de un niño.
  • En la versión Unrated, en la escena del cementerio, podemos ver una lápida con el nombre Hawkins grabado en ella. Supuestamente se trata de una referencia a Depredador ya que el miembro de las fuerzas especiales al que dio vida el director y guionista Shane Black se llamaba así en el film protagonizado por Arnold Schwarzenegger.
  • El personaje de Steven Pasquale “Dallas Howard” comparte nombre con el personaje de Tom Skerritt en Alíen: El octavo pasajero (1979).

contacto@cincodays.com

Síguenos en Facebook:

https://www.facebook.com/Cincodays/

Síguenos en Twitter:

@Cincodayscom


Archivado en: Cine, Movie Review

Cajon Deportivo – Christian Laettner

$
0
0

Cajón Deportivo…por César del Campo de Acuña

Aficionados al deporte, sean bienvenidos una vez más a Cajón Deportivo, la sección dedicada a recordar a todos aquellos ídolos del deporte que han caído, más o menos, en el olvido.  Hoy les voy a hablar del jugador más polémico de los que conformaron al inigualabre Dream Team de Barcelona 92.

laettner-atlanta-hawks-cincodays¿De quién hablamos?: de Christian Donald Laettner, Christian Laettner, un ex jugador de baloncesto estadounidense nacido el 17 de agosto de 1969 en Angola, Nueva York.

¿Por qué le recordamos?: Le recordamos fundamentalmente por ser el único integrante del Dream Team original sin experiencia NBA y por su largar carrera en la mejor liga del mundo.

¿Qué fue de él?: Se retiró del baloncesto profesional tras la temporada 2004/2005 en las filas de los Miami Heat. Desde entonces se ha dedicado a dirigir campamentos de entrenamiento para jóvenes, donar dinero a sus Alma Mater (Nichols School y Duke), pescar, jugar a nivel semi profesional en los Jacksonville Giants, ser entrenador asistente en los Fort Wayne Mad Ants de la D-League y meterse en varios negocios inmobiliario y deportivos con su excompañero en Duke Brian Davis.

¿Sabías que…?: Aunque todo el mundo siempre pensó de él durante su estancia en Duke que se trataba del típico chico rico blanco lo cierto es que la familia de Laettner era bastante humilde. Criado en el seno de una familia trabajadora católica de ascendencia polaca, el joven Christian Laettner aprendió pronto a trabajar para apoyar económicamente a su manutención. Por otro lado, tener que lidiar con los abusos constantes de su hermano mayor hizo despertar en él una competitividad extrema. Esa actitud le llevo al colegio privado Nichols School con una beca parcial. Para completar el resto de su beca estudiantil su familia tuvo que hacer muchos sacrificios y el propio Laettner tuvo que hacer trabajos de bedel para pagar su estancia en Nichols. A pesar de todo, Laettner brilló en el equipo de baloncesto de su colegio llevándolo a ganar dos títulos estatales  y a alcanzar una tercera semifinal estatal. Añadan que anoto más de 2000 puntos durante su periplo estudiantil en Nichols (record absoluto de la institución).

Ha pasado a la historia como uno de los mejores jugadores universitarios de la historia. Laettner, miembro del Salón de la Fama Universitario desde 2010, es recordado fundamentalmente por sus cuatro años en los Duke Blue Devils de la Universidad de Duke. Allí lidero, como jugador estrella en sus dos últimos años, al equipo a ganar dos títulos consecutivos de la NCAA (1991 y 1992), siendo estos dos títulos los primeros a nivel nacional de los Blue Devils. Hay que añadir que Laettner jugo 23 partidos de 24 posibles del Torneo de la NCAA, ganando 21 de ellos (los dos datos estadísticos aún son records). A esos números hay que sumar que es el jugador que más puntos ha anotado en la historia del torneo con 407, el que más tiros libres acertó con 141 y el que más tiros libres intento con 167. Evidentemente la universidad retiro su dorsal (número 32) y logro varios premios individuales como el USA Basketball Male Athlete of the Year (1991), NCAA Final Four Most Outstanding Player (1991) y el National college player of the year (1992).

A pesar de sus logros colegiales es el jugador universitario más odiado de la historia. Más de 20 años después de dejar la universidad, ESPN realizó una encuesta online y fue nombrado como el Jugador de baloncesto Universitario más odiado de todos los tiempos. Esto llevo a que se filmara el recomendable documental I Hate Christian Laettner. En el citado documental se analizan los cinco factores que motivan ese odio hacia la figura del jugador. Los espectadores le percibían como al típico chico blanco de clase alta, un privilegiado, lo cual estaba lejos de la realidad económica de la familia Laettner. Es cierto que no se crio en el gueto en una familia desestructurada, pero tampoco esquiaba en Aspen y tenía sillas a pie de pista en los partidos de los Knicks. A los problemas de su supuesta condición social y color de piel había que sumar su carácter abusón y sus dimensiones físicas. Laettner hizo muchas cosas mal en la pista como pisar en el pecho a  Aminu Timberlake de la Universidad de Kentucky, ser demasiado duro con compañeros y rivales o quejarse por todo dentro de la cancha, pero Laettner rebate a sus detractores argumentando en el documental que su actitud se debía a su desmedida competitividad.

Injustamente en el Dream Team. Laettner ha pasado a la historia del baloncesto profesional como la oveja negra del mejor equipo de la historia, el Dream Team de Barcelona 92. Independientemente de su calidad y de sus éxitos universitarios en 1991 y 1992 muchos detractores de Laettner argumentan que fue incluido en el equipo por el color de su piel. Quienes juegan la carta racial en su contra añaden que el puesto colegial tendría que haber sido para Shaquille O’Neal, jugador que a la postre fue número 1 del Draft en el que Laettner llegó a la NBA.

Larga pero insatisfactoria carrera en la NBA. Laettner jugo 13 temporadas en la NBA, pero nunca brillo en ningún sentido como lo hizo en la Universidad de Duke. Fue todo un trotamundos ya que en 13 años vistió la camiseta de 6 equipos (Minnesota Timberwolves, Atlanta Hawks, Detroit Pistons, Dallas Mavericks, Washington Wizards y Miami Heat) y nunca pasó más de tres temporadas completas en ninguno de ellos siendo traspasado en seis ocasiones.

El Draft de 1992. A pesar de su importancia colegial, como ya he dicho con anterioridad, Laettner no fue el número 1 del Draft que le vio llegar a la NBA. Tal honor recayó en Shaquille O’Neal jugador que terminaría convirtiéndose en el Rookie del Año. Pero tampoco fue escogido con el número 2, ya que antes de él fue seleccionado el pívot de los Georgetown Hoyas, Alozno Mourning. Laettner se tuvo que conformar con el tercer puesto del Draft y se seleccionado para el Quinteto ideal de Rookies de aquella temporada junto a Shaquille O’Neal, Alonzo Mourning, Tom Gugliotta y LaPhonso Ellis. Otros jugadores interesantes que llegaron a la NBA el mismo año que Laettner fueron el siete veces ganador del anillo Robert Horry, el díscolo Latrell Sprewell, el poderoso Clarence Weatherspoon y el sacrificado Popeye Jones.

Los mejores años. Los mejores años de Laettner como profesional fueron sus seis primeros años en la NBA. Durante su estancia en los Timberwolves y Hawks, Laettner logro unos promedios de 16.6 puntos por encuentro y 7.9 rebotes por partido. La corona de su buen desempeño profesional en la NBA llego cuando fue escogido para el All-Star Game de 1997. Le acompaño en el Equipo de las Estrellas su compañero en los Hawks, Dikembe Mutombo. Aquel año la selección del Este liderada por Michael Jordan y dirigida por Doug Collins se impuso al equipo del Oeste 132 a 120. Laettner contribuyo a la victoria con 7 puntos, 11 rebotes, 2 asistencias, 1 tapón y 1 robo.

La retirada. Convertido en un jugador destinado a endulzar traspasos, Laettner vivió sus últimos 5 años en la NBA como moneda de cambio. Hastiado de su condición y siempre bajo la alargada sombra de sus éxitos universitarios Laettner se dejó ir llegando a ser suspendido varios partidos en la que fue su última temporada en la NBA por consumo de marihuana.  Tras 868 partidos en la mejor liga de baloncesto del mundo con un promedio de 12.8 puntos por partido y 6.7 rebotes por encuentro, Laettner se retiró en los Miami Heat, equipo que fue derrotado por los Detroit Pistons en las finales de la Conferencia Este. Los Pistons serían derrotados por los Spurs de San Antonio en las finales.

christian-laettner-dream-team-cincodays

contacto@cincodays.com

Síguenos en Facebook:

https://www.facebook.com/pages/Cincodayscom/455312474507289

Síguenos en Twitter:

@Cincodayscom

 


Archivado en: Cajón Deportivo, Deporte

La Historia Compartida – James Naismith

$
0
0

La Historia Compartida…Por César del Campo de Acuña

Sean bienvenidos una vez más a La Historia Compartida, la sección de www.cincodays.com dedicada a las breves biografías de las más variopintas personalidades de la historia. Hoy les voy a hablar de un hombre que, prácticamente, sin querer cambio el deporte para siempre.

naismith-baloncesto-cincodays¿De quién hablamos?: de James Naismith un profesor de educación física, entrenador y capellán nacido el 6 de noviembre de 1861 en Almonte, Ontario, Canadá. Falleció a los 78 años de edad el 28 de noviembre de 1939 en Lawrence, Kansas, USA.

¿Por qué paso a la historia?: James Naismith pasa a la historia de la humanidad por inventar el baloncesto en 1891.

¿Sabías que…?: Naismith fue el segundo hijo de John Naismith y Margaret Young. La pareja trajo al mundo antes que a James a  Annie y posteriormente a Robert. A los 10 años de edad James y sus hermanos quedaron huérfanos al fallecer sus padres a causa de la fiebre tifoidea. Los siguientes dos años a la muerte de sus padres estuvieron viviendo con su abuela materna hasta que esta falleció. Finalmente encontraron estabilidad y un hogar en casa de su tío Peter, el cual aún no se había casado.

Conocemos el trabajo que desarrollo Naismith en el área de la educación física, pero estos no fueron la base inicial de sus estudios. Se graduó de la Universidad McGill en Montreal, con una licenciatura en Filosofía y hebreo. De allí se fue a estudiar teología en el Colegio Presbiteriano. Su amor por el deporte hizo que algunos de sus profesores se refirieran a sus acciones y actividad como una suerte de asesinato legalizado. A pesar de aquellas burdas críticas Naismith siguió pensando que se podía ser profundamente religioso y activamente atlético al mismo tiempo.

Después de terminar su formación como pastor, Naismith se involucró activamente con el YMCA. Acabaría enseñando en la escuela de formación internacional en Springfield, Massachusetts y jugando al rugby con el equipo local. Debido a lo aburridas que eran las actividades deportivas del YMCA durante el invierno (centradas en gimnasia y ejercicios de calistenia) para Naismith empezó a pensar en un deporte competitivo que se pudiera practicar bajo techo.

Tras recibir el permiso para idear nuevos deportes de invierno, Naismith inventó de un juego infantil llamado “Duck on a rock.” Básicamente se trataba de tirar piedras en una cesta o un canasto. Naismith, entonces, se dio cuenta de que si había cestas o cajas colocadas en cada extremo del gimnasio que haría que los participantes hicieran más ejercicio al tener que moverse de un lado a otro del gimnasio. Aquel juego infantil terminaría convirtiéndose en la piedra angular de las 10 primeras reglas que se crearon para el baloncesto tal y como lo conocemos hoy en día.

No paso mucho tiempo hasta que la idea del baloncesto como se difundió por todo el mundo. Debido a que Naismith estaba trabajando en una escuela de formación internacional, muchos de los alumnos que pasaron por ella, quedaron expuestos a este nuevo juego el cual no tardaron en llevar a sus países una vez terminaban su formación. En tan sólo 2 años, se estaban formando torneos formales en todo el mundo y numerosas universidades estaban formando sus propios equipos. A pesar de todo se sabe que Naismith tan solo jugo dos partidos del deporte que invento en toda su vida.

Después de la invención de baloncesto, Naismith quería proseguir en su carrera de combinar la educación física y la espiritualidad. Esto le llevo a convertirse en director de estudios en el YMCA de Denver y luego, eventualmente tomar un puesto de profesor en la Universidad de Kansas. Sin embargo, cuando los EE.UU. entraron en la Primera Guerra Mundial, se presentó voluntario para servir en la Primera Infantería de Kansas y convertirse en un capellan castrense. A pesar de su servicio militar no se convirtió en ciudadano estadounidense hasta 1925.

Naismith nunca  buscó sacar provecho de la invención de uno de los deportes más populares del mundo. Incluso cuando acepto la invitación de lanzar el primer balón en el primer partido de baloncesto en los Juegos Olímpicos (los de 1936 en Berlín, ya que las anteriores citas olimpicas, el baloncesto fue un deporte de exhibición) se sintió incómodo. Naismith centró su carrera en el aprendizaje y en la enseñanza estudiando grados superiores en medicina, religión,  filosofía y la educación física. No sería hasta después de su muerte que llegaría a ser conocido como el Padre de baloncesto y en el mismo momento en el que se convirtió en el primer miembro del Salón de la Fama del Baloncesto.

El juego original del baloncesto era muy diferente a como lo conocemos hoy en día. Había 9 personas en la cancha de los primeros partidos divididos en tres centrales, un portero, dos guardias, y dos alas. Naismith selecciono a 9 niños de entre más de una docena de los solicitantes y realizo una gira por la costa este para jugar a partidos, convirtiéndose aquella improvisada selección en el primer equipo de baloncesto organizado de la historia.

Durante sus años trabajando en la Universidad de Kansas se convirtió en el padre del programa baloncestístico de dicha universidad. Cabe destacar que con los años, de la citada universidad han salido jugadores como Wilt Chamberlain, Danny Manning, Paul Pierce, Kirk Hinrich, Raef LaFrentz y Jo Jo White.

Sus contribuciones al mundo del deporte no se limitaron a crear el baloncesto con un canasto de melocotones a finales de 1891. Supuestamente se tribuye a Naismith ser el impulsor e inventor del casco protector para el futbol americano que más que un casco parecía un cobre orejas destinado a proteger a los jugadores de tirones en ellas y que terminaran con orejas de coliflor como el mismo.

naismith-basketball-cincodays

contacto@cincodays.com

Síguenos en Facebook:

https://www.facebook.com/pages/Cincodayscom/455312474507289

Síguenos en Twitter:

@Cincodayscom


Archivado en: Historia, La Historia Compartida
Viewing all 943 articles
Browse latest View live